El domingo 15 de octubre se realizará la segunda vuelta para escoger de manera definitiva al próximo presidente de la República ecuatoriana, y que enfrenta a Luisa González, de la Revolución Ciudadana, con Daniel Noboa, hijo de un excandidato presidencial que representa a Acción Democrática Nacional.
Muchas encuestas y también el pulso político indican proyecciones bastante más parejas que en elecciones anteriores, lo que parece ser la principal causa de la intensificación de eventos criminales.
Se presenta así un doble registro del final de la contienda: uno, novedoso, relacionado con la dimensión político-criminal que se ha disparado en Ecuador; y el otro, representado en una campaña que ha tratado de limar las polarizaciones y que se mantiene en los márgenes de la racionalidad cívica.
Incertidumbre desde el día 1
Cuando en mayo de este año, estando a punto de ser removido por la Asamblea Nacional de Ecuador, el presidente Guillermo Lasso declaró la muerte cruzada y convocó constitucionalmente a unas elecciones anticipadas de los poderes Ejecutivo y Legislativo, nadie en el mundo se imaginaría la cadena de crímenes políticos que estaban por venir.
Asesinatos de alcaldes y del candidato presidencial, coches-bomba, levantamientos carcelarios y, hace pocos días, el hecho quizá más bochornoso en términos de crimen político ocurrido en una campaña electoral, como lo fue el homicidio de los siete sicarios acusados de haber ejecutado a Fernando Villavicencio el 9 de agosto, quienes se encontraban bajo custodia de la institucionalidad estatal.
Este hecho demostró la estrecha imbricación del Estado ecuatoriano con las mafias criminales, y de lo que es capaz de hacer la élite económica y política para obstaculizar la victoria del correísmo, quien está siendo señalado de manera interesada, por diversos sectores, como el responsable del crimen.
La primera vuelta recibió los impactos de esta nueva forma de hacer política en la que los márgenes de las narcomafias y la política de Estado quedan totalmente difuminados y se agencia un proceso de desestabilización del cauce electoral que busca desorientar la decisión del elector por la vía, ya no del miedo basado en conjeturas ideológicas (Venezuela, el socialismo, las expropiaciones), sino que la política ecuatoriana ha dado un paso más hasta la utilización del terror como forma de lucha y la inmediata alineación de los poderes fácticos y sus medios para hacer vinculaciones inmediatas de los hechos criminales con actores políticos, específicamente con el correísmo.
La cadena de acontecimientos criminales, ocurridos durante la campaña de la primera vuelta, cambió la correlación de fuerzas entre los postulantes y modificó la opinión popular en varias ocasiones. Se observó cómo, tras cada hecho violento, las encuestas mostraban bajadas y subidas abruptas de casi todos los aspirantes en disputa.
El debate electoral de esa primera vuelta catapultó a Noboa, debido a su estilo no polarizante y relajado, que lo distinguió del resto de candidatos anticorreístas y de derecha con un discurso cada vez más envalentonado, lo que ciertamente cambió el ritmo de la campaña, desde uno vertiginoso y polarizado a otro de mayor sensibilidad, empatía y promesa de ecuanimidad y paz.
Dos registros de campaña
A partir de allí hay dos registros de campaña.
Por un lado, hay un registro propio de las campañas oficiales de ambos postulantes que han tratado de no polemizar, con contenidos frescos, con mucho marketing y repleto de alegres piezas de redes sociales, con discursos optimistas.
Pero en paralelo se desarrolla otro registro en el que la violencia desatada, el terror, la disolución del Estado producen la estratagema político-criminal más sangrienta y violenta de la historia del país suramericano.
En ese contexto de doble dimensión de la ‘realpolitik’ se ubicó el debate presidencial del 1 de octubre, en el que se mostraron dos partes dialogantes, sin ánimo de mostrar una fase confrontativa, sino, cada quien, sus características como actores pacíficos, tolerantes, con manejo técnico-profesional.
Después del debate, el 6 de octubre aparecieron asesinados los siete procesados por el crimen de Villavicencio, que se encontraban bajo custodia del Estado, y el único sobreviviente salió declarando, a escasos días de la segunda vuelta presidencial, que el culpable del asesinato era el líder histórico del correísmo, el expresidente Rafael Correa.
Una verdadera tramoya en la que se ha develado que las instituciones del Estado, especialmente el sistema de justicia, está imbricado con las bandas narco criminales a una escala inusual.
Los indiciados estaban bajo custodia judicial, pero en cárceles en las que gobiernan de facto las mismas bandas señaladas del homicidio de Villavicencio.
Mientras tanto, Noboa, siempre tennager y sonriente, toca la guitarra y hace trends para TikTok, tratando de evadir la lluvia de denuncias sobre la vinculación de las empresas familiares con el narcotráfico y la corrupción para poder superar al movimiento correísta que está a punto de volver al gobierno.
El fenómeno del correísmo
El fenómeno del correísmo, surgido durante la primera ola progresista latinoamericana, generó a partir de 2007 cambios importantes en la esfera política ecuatoriana.
Sobrevenida la emergencia de un movimiento de izquierda, la derecha, los sectores de la élite y los medios se nuclearon para hacer una férrea oposición, generándose un clivaje correísmo-anticorreísmo que aún permanece, aunque con variaciones.
Tanto sobrevive este clivaje que se impusieron para el balotaje una candidata del correísmo y un aspirante proveniente del statu quo ecuatoriano.
Sin embargo, el tema del correísmo y anticorreísmo ya no parece ser el clivaje central en el debate público, ya que durante la campaña ha bajado el nivel de confrontación discursiva.
No obstante, en la campaña subterránea todo el movimiento criminal sucedido en torno al asesinato de Villavicencio y también el de los indiciados del mismo, está siendo usado, y es posible que incluso haya sucedido, primordialmente para inculpar desde el minuto cero, cuando aún la sangre estaba caliente, al líder histórico del correísmo.
El anticorreísmo ha rediseñado su formato. No confronta de manera abierta al correísmo como antes lo hacía cuando lo vinculaba a la corrupción y lo denunciaba como un movimiento para “venezolanizar” Ecuador, pero sí activa las mafias criminales anidadas en la esfera política para afectar su rendimiento en los comicios.
Retos para el correísmo
Para mayor enredo, algunos sectores progresistas, aunque reconocen la relación de la familia Noboa con el narco y la corrupción, han decidido convocar al voto nulo, una política que fue muy eficaz para impedir la victoria correísta en 2021.
Así las cosas, el correísmo tiene grandes escollos que vencer: por un lado, la política criminal de las élites que han demostrado hacer lo que sea necesario para que González no gane y, también, la política de brazos caídos de sectores de izquierda que no les importa que la derecha neoliberal gane nuevamente, con tal de no votar por la candidata de Correa.
Todavía quedan algunas horas para el evento presidencial y no se descartan nuevos acontecimientos que pongan en vilo el cabal desarrollo de los comicios.
Cualquier cosa puede pasar en las urnas y también en la ya no relajada vida cotidiana de los ecuatorianos.