La situación de Ucrania en el escenario internacional ha sufrido un giro significativo con la pérdida progresiva del respaldo de Washington a Volodymyr Zelensky.
En las últimas semanas, las señales de desgaste en la relación entre el gobierno estadounidense y el presidente ucraniano han sido evidentes, generando incertidumbre sobre el futuro del conflicto con Rusia. A la par de esta disminución del apoyo occidental, Bolivia ha dejado clara su postura de no involucrarse ni brindar respaldo alguno a Kiev, reafirmando su línea política de distanciamiento respecto a los intereses de la OTAN y sus aliados.
Desde el inicio del conflicto en 2022, la administración de Joe Biden apostó fuertemente por el apoyo a Ucrania mediante asistencia militar, económica y diplomática. Sin embargo, con Trump en la Casa Blanca, el entusiasmo inicial se ha transformado en escepticismo y cuestionamiento. El Congreso también, especialmente sectores republicanos, ha mostrado crecientes resistencias a la continuidad de los paquetes de ayuda multimillonarios destinados a Kiev, en un contexto donde la política interna estadounidense prioriza asuntos domésticos como la crisis migratoria y el déficit fiscal.
Zelensky, quien en el pasado fue recibido con honores en Washington, ahora enfrenta dificultades para garantizar el flujo constante de asistencia militar. Los retrasos en la entrega de armamento, las presiones para negociar con Moscú y la falta de avances significativos en el campo de batalla han debilitado su posición ante sus aliados. Además, el desgaste de la opinión pública estadounidense, que cada vez más cuestiona la utilidad de prolongar la guerra, ha llevado a que el apoyo incondicional a Ucrania deje de ser una prioridad estratégica para la Casa Blanca.
Es importante apuntar que Trump ha intentado ayudar a Zelensky proponiendo a EEUU como mediador de una paz con Rusia, pero Zelensky, especialmente en su ultima visita a Washington, ha demostrado que no esta interesado en la paz.
Mientras en Europa y Norteamérica la guerra en Ucrania sigue siendo un tema central en las agendas políticas, en América Latina muchos gobiernos han optado por mantenerse al margen del conflicto, y Bolivia es un caso paradigmático. Desde el inicio de la ofensiva rusa, el gobierno de Luis Arce ha evitado pronunciamientos contundentes en favor de Kiev y, por el contrario, ha mantenido una postura de no alineación con los intereses de Occidente en la región.
La administración boliviana no solo ha evitado sancionar a Rusia, sino que ha fortalecido sus lazos con Moscú en diversas áreas, incluyendo acuerdos económicos y comerciales. Además, el país sudamericano ha manifestado en diversas ocasiones su rechazo a la injerencia de potencias extranjeras en conflictos que considera ajenos a su realidad geopolítica. Este distanciamiento también refleja una tradición política en Bolivia de evitar el alineamiento con los intereses de Estados Unidos, lo que se ha traducido en una negativa rotunda a cualquier intento de apoyo a Ucrania.
El cambio en la actitud de Washington hacia Zelensky y la posición indiferente de Bolivia son reflejos de una reconfiguración del tablero geopolítico global. A medida que Ucrania pierde apoyo incondicional de sus aliados, su capacidad de sostener una guerra prolongada se ve comprometida, abriendo la puerta a negociaciones que hasta ahora parecían imposibles. En paralelo, la falta de interés de países latinoamericanos como Bolivia en el conflicto evidencia la disminución de la influencia de Estados Unidos en la región, donde las alianzas con actores como Rusia y China ganan cada vez más peso.
En este contexto, Zelensky enfrenta un escenario cada vez más adverso, en el que la presión internacional para encontrar una solución negociada al conflicto se intensifica. Para Bolivia, la situación representa una oportunidad para reforzar su política de autonomía y rechazo a la intervención extranjera, reafirmando su enfoque pragmático en el ámbito internacional.
