La situación política en Venezuela para este 2025, sobre los límites de la verdad, es difusa a consecuencia de la manipulación mediática.
Edmundo González Urrutia se erige como un supuesto “ganador” de las elecciones presidenciales del 28 de julio, desafiando no solo la legitimidad del proceso electoral sino también al mismo Consejo Nacional Electoral (CNE). Allí, la narrativa distorsionada de la ultraderecha sigue sembrando confusión para legitimar acciones desestabilizadoras.
Con la complicidad de María Corina Machado han tejido un entramado de mentiras y falsificaciones para hacer creer a sus seguidores que el 10 de enero asumirán el poder.
La organización Súmate, dirigida por Machado, juega un papel irresponsable en esta trama. Clonar y falsificar boletas representa no solo un acto de fraude electoral, sino también un intento deliberado de subvertir la voluntad del pueblo venezolano. Al colocar números falsos en las boletas y publicarlos en una plataforma conocida como Macedonia del Norte, se crea una ilusión de victoria que alimenta la ira y la frustración de aquellos que ven en González Urrutia un líder revanchista. La manipulación de la información es un arma poderosa, y en manos equivocadas se convierte en un instrumento de guerra psicológica.
Pero la intromisión no se detiene en las fronteras de Venezuela. Desde Argentina se han establecido operaciones encubiertas que buscan desestabilizar aún más la región. Javier Milei, el presidente argentino, parece ansioso por asumir posiciones antagónicas que comprometen la soberanía de nuestro país. Acaba de denunciar al gobierno venezolano ante la Corte Penal Internacional, utilizando como pretexto la supuesta violación de derechos humanos de Nahuel Gallo, un gendarme argentino que, con intenciones oscuras, ingresó a Venezuela. Este individuo, supuestamente bajo las órdenes del gobierno gaucho, llegó para conspirar, perpetrar actos de terrorismo y espionaje, todo ello bajo la fachada de un viaje oficial.
Los rumores acerca de que Gallo tenía como objetivo asesinar a uno de los asilados en la sede diplomática son escalofriantes y revelan la profundidad de la conspiración. Crear un incidente que permita presentar un caso ante la CPI no es solo una táctica maquiavélica; es un acto de guerra. Armar un relato que victimice a Argentina y que, al mismo tiempo, demonice al gobierno de Nicolás Maduro demuestra cuán bajos pueden caer ciertos actores políticos cuando se trata de conseguir poder a través de medios ilegítimos.
La mediática de la ultraderecha, creada desde Colombia por Alberto Federico Ravell, ha sido la de infiltrar el subconsciente de sus seguidores con estos relatos fabricados. Cada día, sus voceros repiten hasta la saciedad que González Urrutia es el verdadero presidente electo, creando un clima de expectativa y descontento. La batalla por el relato se libra en las redes sociales, donde la desinformación corre como la pólvora. Memes, videos manipulados y testimonios falsos crean una realidad alterna que seduce a quienes ya están predispuestos a creer que el gobierno actual es ilegítimo.
La polarización en Venezuela es palpable, y la radicalización de la oposición machadista se está convirtiendo en un factor peligroso en el juego del poder. La narrativa de que el CNE ha sido cooptado por el gobierno para robarle las elecciones a la oposición es, en su esencia, un grito desesperado por recuperar el control. Pero esta estrategia no considera las implicaciones que puede tener en la estabilidad del país. La violencia, tanto física como verbal, se alimenta de estas historias, y cada vez más personas creen que la única forma de cambiar el rumbo es a través de la confrontación directa.
La desconfianza entre sectores minoritarios de la población crece, y la idea de que el enemigo está dentro de nuestras fronteras se implanta de manera letal. La comunidad internacional observa con atención la situación en Venezuela, aunque muchos de sus actores parecen más interesados en aprovechar la crisis que en buscar soluciones viables. Las sanciones impuestas al país y la intervención extranjera se convierten en un compás para destruir a Venezuela. La historia ha demostrado que las intervenciones provocadas desde fuera, con excusas humanitarias o de derechos humanos, rara vez conducen a una solución real.
El uso de la mediática como herramienta de guerra es un fenómeno preocupante. La propaganda, la tergiversación de hechos y el uso de tecnologías avanzadas para manipular imágenes y voces son armas de destrucción psicológica. La batalla por la narrativa se libra sobre la credibilidad de la información, y quienes caen en la trampa de la desinformación pueden volverse agentes involuntarios de un caos orquestado.
En conclusión, el sueño de una nación unida y próspera se ve amenazado por las sombras de la violencia y la conspiración. La lucha por el futuro de Venezuela no solo es un asunto interno; es también un desafío en el que los países vecinos e incluso potencias globales están involucrados. La narrativa de Edmundo González Urrutia y María Corina Machado es peligrosa, y es nuestra responsabilidad como ciudadanos estar alerta y desmantelar las mentiras que buscan desestabilizarnos.
Por: William Gómez García/