Recientemente, un informe titulado “Cómo la muerte sobrevive a la guerra” del Instituto Watson de Asuntos Internacionales y Públicos de la Universidad de Brown (EEUU) reveló las consecuencias de las guerras, las invasiones desatadas por Estados Unidos desde 2001, las cuales han dejado más de 4,6 millones de muertos en Afganistán, Irak, Libia, Pakistán, Somalia, Siria y Yemen, cifras que todavía continúan creciendo por los conflictos que aún persisten.
Además de ello, se expone a la luz que estas invasiones de la Casa Blanca durante las recientes dos décadas han causado el desplazamiento de más de 38 millones de personas en todo el mundo.
Estas guerras continúan para millones de personas en el orbe que viven y mueren a causa de sus efectos, donde los más afectados son niños y mujeres; pues se permanece con la pobreza extrema, la inanición, la mortalidad, las enfermedades crónicas, que siguen invisibilizadas por los medios hegemónicos, que solo prestan atención a lo que sucede en Ucrania. Por ejemplo, en Yemen se vive las secuelas de la peor crisis humanitaria del mundo tras ocho años de invasión liderada por la coalición de Arabia Saudita, la que ha sido respaldada por EEUU, que ha dejado a más de 24 millones de personas con necesidad de asistencia y protección humanitaria, en donde más de 17,8 millones de personas, más del 60% de la población, padecen inseguridad alimentaria y más de 8,4 millones de ellas están al borde de la inanición; y de acuerdo con la Unicef, más de 11 millones de niños y niñas se encuentran gravemente desnutridos y con dificultades para sobrevivir.
Al mismo tiempo, el informe de Save the Children “Los olvidados”, publicado en marzo de esta gestión, señala que la educación se encuentra en crisis en Yemen, porque muchas de sus escuelas han sido dañadas, destruidas o utilizadas para otros fines, por ejemplo, como centros y bases militares, siendo esta la causa principal para la deserción escolar.
Las invasiones del Gobierno estadounidense, que junto al sionismo y sus aliados cometieron y siguen haciéndolo, no solo causan efectos desastrosos en la salud de los niños, sino también en la privación de sus derechos, como el de la educación, ya que uno de cada cuatro niños no asiste a la escuela en Yemen, Irak, Siria, Afganistán, Libia, los Territorios Palestinos, Sudán y los tres países que acogen a un gran número de refugiados sirios —Jordania, Líbano, Turquía—; además de otros países que se encuentran en zonas de conflictos armados, que según la Unesco y la Unicef, en la actualidad hay casi 24 millones de niños que viven en zonas de conflicto en 22 países que no pueden ir a la escuela.
Sin embargo, vemos que cada día continúa creciendo la inversión en armamento, que supera los más de 3 billones de dólares en 2023, siendo que la ayuda militar estadounidense a Ucrania rozó los 50.000 millones el pasado año, según Mónica Duffy, directora de Política Internacional del Centro de Estudios Estratégicos en la Escuela de Leyes y de Diplomacia de la Universidad de Tufts.
En ese sentido, el lobby de las armas de EEUU lleva décadas bloqueando la ayuda alimentaria, de asistencia general y de educación a estos países que ellos invadieron, porque interesa seguir invirtiendo en este gran negocio armamentístico. Solo para dar un ejemplo, el gasto militar norteamericano, incluido el Pentágono; el trabajo con ojivas nucleares en el Departamento de Energía y la ayuda militar de emergencia a Ucrania, es de 894.000 millones en 2023, uno de los niveles más altos desde la Segunda Guerra Mundial.
Se hace necesario parar este monstruoso negocio armamentístico y la cultura de armas que tiene Estados Unidos, pues es la única nación del mundo donde existen más armas que civiles, y por eso tiene la tasa de homicidios con armas de fuego más alta del mundo desarrollado. Su bestialidad no termina ahí, ya que su angurria de poder está llevando a la destrucción diaria del planeta, ejecutando a cada segundo el terrorismo en contra de la niñez, cuando con los gastos de miles de millones de dólares se podrían solucionar el hambre y la miseria de países como Sudán del Sur, Burundi, Níger, Mali, Chad o Burkina Faso.