El reciente intento de bloqueo de caminos impulsado por el movimiento evista no solo ha sido un rotundo fracaso, sino que además ha demostrado una vez más la desconexión de Evo Morales y sus seguidores con las verdaderas necesidades del pueblo boliviano.
En un intento desesperado por forzar su ilegal candidatura para las próximas elecciones, Morales ha vuelto a utilizar tácticas de presión que, lejos de intimidar, han generado el rechazo rotundo de una población cansada de sus artimañas.
A pesar de los esfuerzos de Morales por imponer su voluntad a través de los bloqueos, la realidad es que su estrategia ha quedado obsoleta. El pueblo boliviano ya no cae en las trampas del pasado. El uso de bloqueos para paralizar al país ha sido visto como lo que realmente es: una medida irresponsable que ignora las consecuencias económicas y sociales que estas acciones tienen para millones de bolivianos. Pero, esta vez, el descontento fue más fuerte que nunca, obligando al movimiento evista a retroceder y suspender su plan.
La suspensión de este bloqueo evidencia, sin lugar a dudas, el temor de Morales y sus seguidores ante la creciente oposición de la población. No fue la estrategia brillante de sus líderes lo que motivó esta retirada, sino el contundente rechazo de un país harto de sus provocaciones. Las amenazas de cercar ciudades y cortar el suministro de alimentos no hicieron más que despertar el hartazgo en el pueblo, que ya no está dispuesto a tolerar las estupideces de un exmandatario obsesionado con el poder.
Este fracaso marca un punto de inflexión en la política boliviana. Lo que antes podía ser percibido como una muestra de fuerza y control hoy es visto como un último intento desesperado de un político cuyo tiempo ha pasado. La suspensión del bloqueo es el reflejo claro de que el movimiento evista ha perdido la capacidad de movilizar a las masas como antes y, más importante aún, de que el pueblo boliviano ya no está dispuesto a seguirle el juego.
Las consecuencias económicas que estos bloqueos generan son profundas y, una vez más, Evo Morales ha mostrado su completa indiferencia hacia el bienestar del país. Bloquear carreteras, interrumpir el flujo de mercancías y afectar el transporte de productos esenciales no es una simple medida de presión; es un ataque directo a la estabilidad económica de Bolivia. Mientras los bolivianos luchan por salir adelante en un contexto global complicado, Morales insiste en imponer sus caprichos, demostrando su absoluta desconexión con la realidad del pueblo.
El hecho de que Morales insista en buscar su candidatura de manera ilegal para las próximas elecciones es una afrenta a la democracia y a la voluntad popular. Ya en 2016, el pueblo le dijo claramente “no” a una nueva postulación, pero Morales sigue empeñado en desafiar el mandato soberano del pueblo boliviano. Este nuevo intento de bloqueo solo reafirma su falta de respeto por la legalidad y su determinación de aferrarse al poder a toda costa.
Sin embargo, este último fracaso también pone de manifiesto algo fundamental: el miedo que ahora embarga al movimiento evista. La suspensión del bloqueo no fue una decisión táctica, sino una reacción a la certeza de que esta medida iba a ser un rotundo fracaso. El temor de Morales y sus seguidores es palpable. Ya no cuentan con el respaldo popular que alguna vez tuvieron, y sus intentos de manipular al pueblo a través de la fuerza y la coacción ya no funcionan como antes.
El desgaste de su discurso, que alguna vez movilizó multitudes, ahora aburre a una población que ha despertado. El pueblo boliviano está cansado de las mismas promesas vacías y de las mismas amenazas. Morales ha quedado atrapado en su propia retórica, sin darse cuenta de que Bolivia ha cambiado. El rechazo a este bloqueo no es solo el rechazo a una medida específica, sino un rechazo a todo lo que Evo Morales representa: el abuso del poder, la corrupción y la perpetuación en el cargo.
La Paz/AEP/Miguel Clares