Han pasado 50 años desde el golpe de Estado en Chile, un hecho que dio lugar a 17 años de una de las dictaduras más sangrientas de Latinoamérica, responsable de la tortura, exterminio y exilio de miles de chilenas y chilenos.
Hace más de 30 años las y los chilenos expulsaron al dictador Pinochet y volvió la democracia al país, mas no la justicia.
En la misma semana que hizo noticia la sentencia definitiva que condenó a los responsables del secuestro y homicidio del cantautor Víctor Jara, falleció el presidente del Partido Comunista chileno (PC), Guillermo Teillier del Valle, quien fuera un héroe de la lucha y resistencia contra la dictadura militar. La muerte de Teillier anuncia el fin de una generación que resistió a la dictadura, pero que muy pronto ya no estará entre nosotras y nosotros para contarnos lo que vivieron.
El caso de Víctor Jara no solo es una triste noticia por lo tardío de su llegada —la justicia que tarda tanto no es justicia—, sino porque uno de los militares condenados, de 86 años, se suicidó antes de ser detenido. A Víctor Jara le cortaron los dedos para que nunca más pudiera tocar guitarra y luego lo mataron. Su asesino nunca irá a la cárcel por unos de los crímenes más inhumanos de la dictadura.
Todo esto ocurre en medio de un clima político que avergüenza y hace pensar que el país retrocedió al siglo XXVIII: cada semana, personeros de partidos políticos de derecha y ultraderecha emiten declaraciones realzando la figura del dictador, justificando el golpe de Estado y cuestionando a las víctimas y sus familiares que aún no encuentran justicia, ni verdad, ni menos reparación.
Y es que volvió la democracia, mas en Chile solo hay migajas de justicia.
Afirmo lo anterior como nieta de un detenido desaparecido, secuestrado por los agentes de inteligencia un 9 de agosto de 1976 y de quien nunca más se tuvo rastro: a Mario Jesús Juica Vega le arrebataron su vida, su esposa y sus cinco hijos por militar en el PC. Recién este año la Corte Suprema chilena dictó la sentencia definitiva condenando a los responsables de su secuestro calificado con penas irrisorias que van desde los siete hasta los 15 años. Aún no sabemos su destino final, pero hay algo que sí sabemos: el resto de los genocidas, que evadieron la justicia y que siguen vivos, jamás revelarán la información que aún tienen.
Así, a 50 años del golpe, la única verdad que tenemos es la impunidad y la única justicia que tenemos es la implacabilidad del tiempo.
Pero hay algo que nunca nos podrán arrebatar: la absoluta convicción de que otro mundo es posible. Porque la semilla de Víctor Jara, de Guillermo Teillier y —en mi caso— de Mario Juica estará siempre en los corazones de sus oyentes, compañeros, compañeras, nietas y nietos. Sus legados compartirán siempre el camino con los que practiquen la consecuencia y la solidaridad de clase, y su claridad política nos guiará siempre por la dignidad de los pobres del mundo.