En Gaza, el horror ya no necesita metáforas. El lenguaje se agota, la moral se quiebra, la humanidad se tambalea.
Lo que está ocurriendo frente a los ojos del mundo entero no es otra cosa que un genocidio prolongado y televisado, donde un Estado criminal despliega toda su maquinaria militar, económica, comunicacional y diplomática para exterminar al pueblo palestino. No hay ambigüedad posible: el proyecto sionista, desde su origen colonial, nunca fue coexistir, sino desalojar, borrar y reescribir la Historia con sangre ajena.
Lo terrible, sin embargo, no es solo el accionar del Estado israelí, sino la complicidad extendida, la normalización de la masacre y el cinismo de la comunidad internacional y de los medios de comunicación que hoy tímidamente comienzan a denunciar la catástrofe luego de dos años de complicidad y blindaje comunicacional.
Y aquí debemos decirlo sin eufemismos: la sociedad israelí que apoya, justifica o calla ante el exterminio es también cómplice directo del crimen. No existe «neutralidad civil» cuando los hospitales son bombardeados, cuando los niños mueren enterrados bajo los escombros o muertos de hambre, cuando se priva a toda una nación del agua, del pan, de la luz.
No se puede seguir sosteniendo el mito de que hay una «democracia israelí» que convive con una supuesta «minoría radical» que se ha hecho del gobierno. El respaldo mayoritario a Netanyahu y sus políticas genocidas, el racismo estructural contra los palestinos, la simple adhesión al proyecto sionista, la militarización de la juventud israelí, el odio sembrado desde la escuela, todo eso conforma un aparato colonial donde la sociedad es parte activa del régimen del apartheid.
Pero el dolor no proviene solo de Tel Aviv. Proviene también del silencio vergonzoso de los gobiernos árabes, muchos de los cuales han firmado acuerdos de normalización con Israel mientras Gaza se desangra. ¿Dónde están los pueblos en lucha bajo las monarquías del Golfo, tan hábiles para alinear precios de petróleo pero incapaces de enviar ayuda humanitaria masiva o romper relaciones diplomáticas con el verdugo de Palestina? ¿Dónde está el Egipto de Nasser, el Irak de los pueblos, el Líbano resistente, la Siria indomable? ¿Cómo es posible que los pasos fronterizos sigan cerrados mientras los cuerpos se apilan y los hospitales colapsan?
La traición no se queda en las cancillerías. También hay una pasividad en los pueblos del mundo que debe interpelarnos. En los partidos políticos que guardan silencio. ¿Qué hemos hecho cada uno de nosotros para frenar este genocidio? ¿Cuántas veces hemos denunciado, protestado, boicoteado, educado, movilizado? El dolor de Gaza no se mitiga con tweets de solidaridad ni con lamentos privados. Exige acción organizada, resistencia global, desobediencia económica, ruptura diplomática, presión multilateral, boicot masivo. Exige algo más que lástima: exige compromiso real.
Porque no es solo Gaza. Es Jerusalén ocupada, es Cisjordania anexionada, es la diáspora forzada, es el exilio de millones, es la negación histórica de un pueblo entero. Y, sobre todo, es el espejo del mundo que viene: si no se frena esta maquinaria de exterminio ningún pueblo estará a salvo de ser el próximo.
Hoy defender a Palestina no es un acto de solidaridad internacionalista: es una obligación moral, ética y política. Porque si no nos levantamos por Gaza, si no señalamos con nombre y apellido a los cómplices, si no detenemos esta masacre con nuestras manos, nuestras voces y nuestras decisiones, entonces no merecemos hablar de Derechos Humanos, ni de justicia, ni de paz.
Esto tiene que terminar. Y tiene que terminar ahora. No con negociaciones de falso equilibrio, no con promesas vacías de dos Estados. Tiene que terminar con el fin del apartheid, el retorno de los refugiados, la autodeterminación palestina y el juicio a los criminales de guerra. Incluidos los que gobiernan, los que aplauden y los que callan.
Gaza no es una causa lejana. Gaza es el corazón de la dignidad humana, latiendo en la trinchera más oscura del siglo XXI. Y su grito no puede seguir esperando.
Por: Daniel Jadue/