En el mapa electoral de los Estados Unidos, los estados donde ganan los republicanos se pintan de rojo (curiosamente) y donde ganan los demócratas se pintan de azul.
Llega el martes 5 de noviembre y se muestran las tendencias: en los estados bien pegaditos de las costas predomina el azul, hacia el interior predomina el rojo. En la costa del Pacífico todos los estados (Washington, Oregon, California) dan mayoría a los demócratas. En la costa del Atlántico la cosa se divide entre norte y sur: los demócratas ganan en Maine, New Hampshire, Nueva York, en la capital y así hasta Virginia. En el sur ganan los republicanos (ahí están Texas, Louisiana, Florida y otros, justo en la orilla del Golfo de México). Fuera de las costas unas pocas manchas azules.
Gana Trump pues, en ese sistema con voto de segundo grado donde para ganar no basta con sacar más votos. Y es una elección “polarizada”.
Da gracia decirlo, porque en Estados Unidos desde siempre ha habido solo dos partidos y dos candidatos con chance, es decir, siempre las elecciones han sido polarizadas. Pero, tal vez, lo que quieren señalar algunos es que han sido especialmente crispadas, que se han desarrollado en un ambiente de confrontación y amenaza. Si alguien lo duda, puede señalarse que en el primer debate entre Trump y Biden, el uno acusó al otro que de ganar llevaría al planeta a una Guerra Mundial, y viceversa. Se jalaban de los pelos pues, y la desesperación por el posible triunfo del oponente se fue convirtiendo en un asunto de vida o muerte. O ellos o nosotros, decían ambos. En ese ambiente bajaron a Biden de la contienda y, de repente y sin mucho escándalo, el candidato demócrata se convertía en la candidata Kamala Harris, que destacaba por mujer y por sus ascendientes asiáticos y africanos.
Desde aquí muchos dijimos que uno y otra eran caras de la misma moneda, que esperanzarse por uno u otro era absurdo, no solamente porque no tenemos voto allá sino porque se parece a escoger cuál es el verdugo. El presidente Maduro lo dijo, es ridículo que cualquier gobierno latinoamericano muestre preferencias por cualquiera de las alternativas electorales del norte.
Es cierto, en ninguno podríamos hallar un amigo, sino al mismo imperialismo, con claras preferencias por los intereses del capital transnacional, con el mismo desprecio por la soberanía y la autodeterminación de los pueblos, palabras desconocidas para quienes ven en los pueblos del Sur solamente grupos a quienes someter. Si alguien lo duda, obsérvese que la agresión contra Venezuela, nuestro país, fue compartida tanto por Obama, Biden y Trump, con apenas algunas diferencias de estilo. Que la grotesca aventura que creó al fantasma de Guaidó, contó con los aplausos cerrados tanto de demócratas como de republicanos.
No obstante, la crispación electoral en Estados Unidos merece alguna explicación. Y es que la diferencia de estilos entre Kamala y Donald, parece corresponderse con dos perspectivas acerca de cómo mantener la dominación sobre el mundo. De un lado, parecen estar mejor representados los intereses de quienes llamaremos “los globalistas” (los grupos del gran capital transnacional con intereses y centros productivos por todo el mundo), del lado de Donald parecieran estar los intereses de «los grandes capitalistas» cuyos centros de ganancias están en los Estados Unidos (que son también millonarios, como el mismo presidente recién electo).
Compañías como Chevron y Exxon tienen la mayoría de sus activos y realizan la mayor parte de sus ventas fuera de Estados Unidos. En el caso del gigante Microsoft (una de las compañías transnacionales más grandes del mundo), más del 40% de sus activos y cerca de la mitad de sus ventas se realizan también fuera de Estados Unidos. La farmacéutica Johnson y Johnson ha seguido el mismo paso, ya que tiene el 73% de sus activos y alrededor de la mitad de sus ventas fuera de Estados Unidos. Y otra empresa simbólica, la Coca-Cola tiene el 63% de sus activos y más de dos terceras partes de sus ventas en el exterior. Es claro que para estas y otras gigantescas empresas, el tema de la reactivación industrial de Estados Unidos prometida por Trump, no tiene tanto interés como el de la eliminación de trabas para el comercio internacional. Y las políticas de protección prometidas por Trump, como la guerra comercial con China o la subida de aranceles para productos europeos, son contrarias al interés de los “globalizadores”, mientras que sí favorecen a los grandes grupos de capitalistas y supermillonarios cuyos principales negocios y fuentes de ganancias están dentro de las fronteras estadounidenses.
Las grandes compañías de inversión como, por ejemplo, Black Rock (la mayor sociedad de inversión multinacional del planeta), sustentadas en que el dinero puede llegar y salir de cualquier país del mundo y que, por tanto, todo negocio rentable es bueno, independientemente de donde se dé, el interés en reactivar la capacidad industrial de Estados Unidos está subordinado a su interés de llegar a cualquier país sin trabas jurídicas o de cualquier otro tipo.
Tendríamos así dos grandes bloques capitalistas en competencia en Estados Unidos, que, pese a todas las salvedades que pueden señalarse, suponen una confrontación de intereses.
Pero el asunto tiene otro ingrediente inseparable. Mientras el “globalismo” y sus representantes intentan esconder sus intereses bajo un lenguaje “políticamente correcto”, que hace carantoñas a los sectores llamados “minoritarios”; el “trumpismo” halla sus bases en los desempleados y pobres, muchos de ellos víctimas de la transferencia de procesos industriales por parte de las grandes transnacionales hacia países del sur, en busca de “mano de obra barata”. Allí se encuentra con sectores asociados históricamente con el supremacismo blanco, contrarios al feminismo, negacionistas del desastre ambiental… Y la confrontación se vuelve enfrentamiento. Como escribe BBC News en noviembre de 2022, de un lado, temas como “la equidad racial y social, el feminismo, el movimiento LGBT, el uso de pronombres de género neutro, el multiculturalismo, el uso de vacunas el activismo ecológico y el derecho al aborto” se han asociado con el Partido Demócrata, pese a los esfuerzos que algunos de sus dirigentes más prominentes (como Barack Obama) han hecho para “desmarcarse”.
En contraposición, el ala más extrema del Partido Republicano, liderada por Donald Trump, considera que estas políticas representan no sólo una amenaza a los “valores de la familia”, sino incluso a la misma democracia a la que se quiere “reemplazar con una tiranía woke”.
El término “woke” se ha convertido en una parte aguas:
… mientras que para algunos ser “woke” es tener conciencia social y racial, y cuestionar los paradigmas y las normas opresoras impuestas por la sociedad, para otros describe a hipócritas que se creen moralmente superiores y quieren imponer sus ideas progresistas sobre el resto.
Y esta diferencia se profundiza:
Según el Pew Research Center, “los demócratas y los republicanos están más alejados ideológicamente hoy que en cualquier otro momento de los últimos 50 años… Y una encuesta realizada en septiembre (de 2022) por el canal CBS mostró que casi la mitad de los miembros de ambos partidos ven al otro no como un opositor político sino como un “enemigo”.
Este es el caldo de cultivo donde aparece la amenaza de una guerra civil, como señalan numerosos analistas. Más aún en un país donde hay tres armas de fuego por habitante y donde aparecen registrados al menos 700 grupos calificados por autoridades estadounidenses como “extremistas”.
Como puede adivinarse el escenario más explosivo era una victoria de Kamala Harris no reconocida por el señor Trump. Por ahora ganó Trump, y el escenario se pospone.
Por: Humberto J. González Silva/