El 3 de septiembre celebramos el 83 natalicio del escritor uruguayo Eduardo Galeano, para muchos de nosotros un referente de la lectura obligatoria para comprender nuestras realidades desde una mirada crítica/constructiva. Aunque no faltaron quienes, desde el campo de cierta “intelectualidad”, intentaron, sin éxito, restarle brillo a las letras del periodista/poeta, estas que aún irradian lucidez y un optimismo propio de quienes creen en el curso liberador de la historia.
La industria cultural que promueve el consumismo y el beneficio fácil, se ha encargado de relegar las lecturas imprescindibles, no solo en el caso de Galeano que desde la construcción literaria puso el dedo en la llaga al retratar, con creces, la historia del saqueo de nuestras naciones y el enriquecimiento de unas potencias a costa del hambre y la miseria de millones de seres humanos.
Las venas abiertas de América Latina es una muestra de su voz sostenida en defensa de los derechos de los pueblos, pero también la convocatoria para construir la unidad de los pobres para conquistar su auténtica liberación. Pero, sin duda, aquellas venas abiertas no son solo de una América que fue conquistada y saqueada por las potencias europeas primero y norteamericana después, lo son también de África, cómo no. Ese continente ignorado como muchos pueblos donde el colonialismo continúa presente y el saqueo no cesa. Al respecto, los llamados líderes mundiales, Naciones Unidas incluida, han sido cómplices, por décadas, de la acción abusiva de potencias europeas que se repartieron África para succionar su riqueza.
Galeano retrató con maestría aquellas realidades quebradas por el rostro del hambre y la violencia desmedidas. Así como describe la explotación de los indios en el Cerro Rico de Potosí para extraer la plata para la corona española, se refirió también, más de una vez, a la indolente violencia contra los negros; de este modo, por usar una figura del periodista/poeta, indios y negros resultan hermanos en el infortunio y la discriminación. Podrían añadirse otros pueblos que, gracias al capitalismo depredador/invasor, han quedado en el escalón más bajo de la tierra, tal el caso del pueblo palestino, por mencionar a quienes son víctimas de la ocupación, ya no únicamente colonial, sino abiertamente expansionista y criminal. Como con en África, el mundo “civilizado” contempla cómo día a día el ejército de ocupación israelí mata niños, bombardea comunidades enteras y se apropia de territorios que no le pertenecen.
Está claro que la explotación y el saqueo de nuestros territorios han requerido de la ayuda de intermediarios que se enriquecieron con las migajas de los poderosos. Así como la Colonia requirió de virreyes sanguinarios para garantizar el saqueo a sus anchas, en América Latina y en África necesitaron de dictadores.
Aparejada a esta clave del desarrollo del “capitalismo salvaje”, a propósito del último escalón que ocuparon en su momento los indios americanos (aunque aún los hay sometidos y excluidos de sus sociedades, aquí nomás muy cerca de Copacabana,) y los negros, a miles de kilómetros de París, Galeano en su libro Espejos, una historia casi universal se refiere a la “Fundación religiosa del racismo”. Como un homenaje al periodista/poeta, va este su relato: “Noé se emborrachó celebrando la llegada del arca al monte Ararat. Despertó incompleto. Según una de las diversas versiones de la Biblia, su hijo Cam lo había castrado mientras dormía. Y esa versión dice que Dios maldijo a Cam y a sus hijos y a los hijos de sus hijos, condenándolos a la esclavitud por los siglos de los siglos. Pero ninguna de las diversas versiones de la Biblia dijo que Cam fuera negro. África no vendía esclavos cuando la Biblia nació, y Cam oscureció su piel mucho tiempo después. Quizá su negritud empezó a aparecer allá por los siglos once o doce, cuando los árabes iniciaron el tráfico de esclavos desde el sur del desierto, pero seguramente Cam pasó a ser del todo negro allá por los siglos dieciséis o diecisiete, cuando la esclavitud se convirtió en el gran negocio europeo. A partir de entonces se otorgó prestigio divino y vida eterna al tráfico negrero. La razón al servicio de la religión, la religión al servicio de la opresión: como los esclavos eran negros, Cam debía ser negro. Y sus hijos, también negros, nacían para ser esclavos, porque Dios no se equivoca.
Y Cam y sus hijos y los hijos de sus hijos tendrían pelo motudo, ojos rojos y labios hinchados, andarían desnudos luciendo sus penes escandalosos, serían aficionados al robo, odiarían a sus amos, jamás dirían la verdad y dedicarían a las cosas sucias su tiempo de dormir”.
Salud, Galeano.
Ramiro Ramírez es periodista.