En medio del proceso electoral emergen propuestas que buscan reemplazar el modelo de industrialización actual por la aplicación dogmática de modelos que excluyen la participación pública.
Sin embargo, estas posturas subestiman la complejidad, el tiempo y los recursos que implica desarrollar una industria competitiva en países emergentes como Bolivia, además que ignoran que las economías más avanzadas del mundo no alcanzaron su nivel de industrialización de manera espontánea y únicamente mediante el mercado, sino gracias a una participación estatal estratégica y sostenida.
La industrialización en sí aporta múltiples beneficios claves para el desarrollo económico. La evidencia académica señala que promueve el aumento de la productividad, la generación de empleos de calidad, el impulso a la innovación y la diversificación de exportaciones, fortaleciendo la balanza comercial. Además, es un factor central para el crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB) y la reducción de la pobreza al generar mayores ingresos y oportunidades de formación.
La experiencia internacional refuerza el rol activo del Estado en la industrialización. En los Estados Unidos, durante el siglo XIX, el Gobierno implementó sucesivas leyes arancelarias que elevaron los gravámenes hasta el 50% para proteger industrias emergentes como las de textiles y siderurgia, las que no solo crearon un escudo frente a la competencia externa, sino que incentivaron las primeras inversiones de capital, consolidando una base industrial sólida gracias a políticas públicas activas.
Japón adoptó, tras la Restauración Meiji (1868), un enfoque integral de desarrollo, bajo el lema “enriquecer el país y fortalecer el Ejército”, que incluyó la construcción de infraestructura estratégica (ferrocarriles, telégrafos, fábricas estatales), la promoción de misiones tecnológicas a Occidente y la creación de los zaibatsu: conglomerados industriales que contaron con respaldo estatal inicial y que en el período posterior a la Segunda Guerra Mundial se disolverían para convertirse en los keiretsu.
En Corea del Sur, desde 1962, el Estado dirigió el proceso industrial a través de planes quinquenales que canalizaron más de un tercio de la inversión nacional hacia sectores claves como la minería y la manufactura. Los chaebol (grandes conglomerados como Samsung, Hyundai, entre otros) surgieron de este modelo de asociación público-privada, con acceso a créditos blandos, subsidios y condiciones preferenciales de exportación, lo que permitió un salto acelerado en su desarrollo industrial.
En el caso boliviano, la industrialización ya está en marcha y una interrupción basada en la aplicación dogmática de modelos ajenos significaría un retroceso en los avances alcanzados, así como una prolongación de la dependencia de los ciclos internacionales de precios de materias primas. Por ello, la continuidad, profundización y fortalecimiento del modelo actual de industrialización se presenta como una condición indispensable para consolidar una economía que genere valor agregado, empleo de calidad y mayor autonomía económica para el país.
Por: Walter Marañon Quiñones/