No olvidéis jamás que bastará una crisis política, económica o religiosa para que los derechos de las mujeres vuelvan a ser cuestionados.
Simone de Beauvoir
Desde que el mundo es mundo las mujeres hemos sido botín de guerra. El disciplinamiento del cuerpo de las mujeres, a través de la violencia sexual, ha sido una constante histórica en todo tipo de conflicto, en todas partes del mundo. Los hombres del bando ganador tomaban las tierras, las propiedades y, por supuesto, a las mujeres de los hombres del bando perdedor.
Los regímenes autoritarios no han sido la excepción: la violencia político sexual hacia las mujeres se intensifica cada vez que estos ocurren. La violación y tortura sexual no solo implica el acto individual y específico derivado de patrones violentos de la construcción de la masculinidad, sino que son un mecanismo sistemático de control social de género; en otras palabras, de castigo a las mujeres por su participación en el espacio público.
En Chile, casi todas las mujeres que fueron torturadas a partir del golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973 sufrieron también violencia sexual, sin distinción de edad. En Argentina, las investigaciones judiciales han develado una serie de casos de delitos sexuales cometidos contra las mujeres secuestradas en la Escuela Superior de Mecánica de la Armada (ESMA), el mayor centro de detención del último régimen militar en el país (1976-1983).
Los testimonios de las mujeres que han vivido tortura sexual en Latinoamérica desbordan nuestra imaginación sobre la condición humana. Y es esta condición humana la que está en tela de juicio en toda la región —y el mundo— con el ascenso de líderes ultraconservadores como el candidato presidencial argentino Javier Milei, quien, en un debate televisivo, sostuvo que los crímenes de lesa humanidad de la dictadura fueron “excesos” y cuestionó la cifra oficial de 30 mil desaparecidos, señalando que habían sido 8.753.
Con sus declaraciones, Milei no solo ataca a las mujeres sobrevivientes de tortura sexual en la Argentina, sino que a todas las víctimas de crímenes de lesa humanidad en el mundo, y a todas las mujeres.
Para Milei, la violación vaginal, anal y oral hacia mujeres secuestradas fue un exceso.
Para Milei, la violación con objetos de tortura y animales fue un exceso.
Para Milei, la aplicación de electricidad en los genitales fue un exceso.
Para Milei, los desnudos individuales y masivos de las presas políticas fueron excesos.
Aquellas fueron prácticas sistemáticas de los regímenes militares latinoamericanos. Por eso la alerta regional es urgente: la avanzada ultraconservadora representa un peligro para el conjunto de las mujeres, pero además pone en jaque la condición humana en toda su magnitud.