La disputa entre Estados Unidos y China no tiene un lugar fijo y está llegando al espacio, especialmente con ganancias aquí, en la Tierra. Esta vez, fue China la que dio un paso nuevo y sin precedentes en la carrera por la inteligencia artificial (IA) al iniciar la construcción de una supercomputadora en el espacio, compuesta por miles de satélites interconectados capaces de procesar datos directamente en órbita. La medida se presenta como un hito científico y estratégico, que podría acercar a Pekín a su objetivo de reducir la dependencia tecnológica de Occidente y competir con Estados Unidos por el liderazgo mundial en IA.
Desde que Estados Unidos restringió el acceso de China a chips avanzados fabricados por empresas estadounidenses como Nvidia, Pekín ha intensificado sus esfuerzos para desarrollar sus propios semiconductores y lograr la autosuficiencia tecnológica. Para ello, el régimen comunista “está aplicando el apoyo estatal a toda la infraestructura tecnológica de IA, desde los chips y los centros de datos hasta la energía”.
El periódico ST Daily, vinculado al Ministerio de Ciencia y Tecnología del gobierno chino, atribuye este hito a que permitirá al país “tomar la iniciativa en la construcción de una infraestructura global de computación espacial y superar las barreras de la inteligencia artificial desde la tierra hasta el espacio”. Este apoyo vale miles de millones. Desde 2014, China ha destinado aproximadamente 100 000 millones de dólares a la industria de semiconductores y, tan solo en abril de este año, anunció 8500 millones de dólares en nuevas inversiones para startups de inteligencia artificial.
La estrategia en curso combina inversión estatal, innovación privada y una narrativa de poder. Denominado Constelación de Computación de Tres Cuerpos, el proyecto hace referencia directa al clásico de ciencia ficción de Liu Cixin, El problema de los tres cuerpos, una obra que retrata el desafío de coordinar sistemas complejos en equilibrio inestable. El nombre refleja la ambición de China: armonizar la ciencia, la industria y el poder político dentro de un único eje estratégico de proyección tecnológica global.
Conocida como Constelación de Computación de Tres Cuerpos, la red que formará la supercomputadora comenzó a construirse el 14 de mayo de este año, con el lanzamiento de 12 satélites desde el Centro de Lanzamiento de Jiuquan, en el norte de China. La misión de mayo fue el primer paso de un ambicioso plan para finales de esta década, China aspira a poner en órbita 2.800 satélites interconectados, formando una supercomputadora espacial capaz de alcanzar 1 exaflop de potencia de procesamiento (equivalente a un quintillón de operaciones por segundo), un rendimiento comparable al de los sistemas más potentes de Estados Unidos. A diferencia de los satélites convencionales, esta constelación no solo recopila datos, sino que los analiza, interpreta y toma decisiones en tiempo real, sin depender de estaciones terrestres.
Según el gobierno, funciona como una especie de minisupercomputadora, equipada con chips de inteligencia artificial desarrollados en China y diseñados para resistir la radiación espacial. Según los responsables del proyecto, cada satélite es capaz de realizar 744 billones de operaciones por segundo, y los primeros 12 juntos ya realizan cinco petaoperaciones por segundo (POPS), el equivalente a cinco cuatrillones de operaciones por segundo. La comunicación entre ellos y con la Tierra se realiza mediante rayos láser de 100 Gbps, capaces de transmitir datos a velocidades muy superiores a las de las transmisiones de radio, formando una red interconectada de alta precisión que reduce la latencia y aumenta la seguridad. Cada satélite también almacena hasta 30 terabytes de datos a bordo, funcionando como parte de un sistema de supercomputación distribuida en órbita.
Según informes de la prensa especializada, al procesar la información directamente en el espacio, China reduce la necesidad de enviar grandes volúmenes de datos a la Tierra, lo que hace que el sistema sea más rápido, autónomo y seguro. Fuera de la atmósfera, los satélites operan en un entorno con muy pocas interferencias y a temperaturas ideales para la refrigeración de los chips, lo que aumenta la eficiencia y la estabilidad del procesamiento. Además, los rayos láser utilizados en las comunicaciones espaciales son altamente direccionales, lo que dificulta la interceptación y garantiza la confidencialidad de la transmisión.
En conclusión, el análisis de esta estrategia demuestra que las aplicaciones de inteligencia artificial pueden analizar imágenes, predecir patrones meteorológicos o monitorizar la actividad militar en tiempo real, sin depender de la infraestructura terrestre. Para Pekín, esto representa un salto estratégico: además de ampliar la capacidad nacional de procesamiento, el país ahora controla infraestructura crítica de IA, más allá del alcance de cables submarinos, centros de datos extranjeros y sanciones occidentales, consolidando así su propio sistema tecnológico. Por lo tanto, esta carrera entre ambas potencias parece no tener límites: financieros, tecnológicos, militares ni geográficos.
Por: Tulio Ribeiro
 
 
 
 
 

 
