Delirante y desencajado. Histérico y estridente. Crispa las manos en el aire mientras su rostro se desfigura cual máscara elástica, amorfa. Su mirada amenaza a la vez que su boca vomita. Se mueve como un muñeco de cuerda, torpe y no deja de amplificar las rayas de su cara. Su melena aumenta aún más la cabeza de este personaje insólito que ha logrado cautivar a millones cual dantesca película hollywoodense.
Aquella, es la cara de una criatura a la que la democracia le ha permitido montar su propio show de la mano de poderosos medios conservadores y las descontroladas redes sociales. Nada nuevo por cierto cuando se trata de construir un artificio venenoso para desbaratar derechos sociales y mismo sistema político sumido en un laberinto sin salidas fáciles debido a la crisis múltiple que ha echado por los suelos la economía de la gente. Estamos hablando de la hermana República Argentina, cuyo proceso electoral para la elección de presidente aún mantiene en vilo a la región.
En ese escenario, pintoresco como tenebroso, resulta inevitable retrotraer la mirada sobre la democracia boliviana, tan cercana como lejana de la argentina que hoy se juega el todo por el todo.
Un repaso a las cuatro décadas de democracia en ambas naciones permite dar un vistazo a personajes de la política que, con las distancias del caso, podrían muy bien encajar en los zapatos de aquel esperpento argentino, autodeclarado “libertario”.
Unos apuntes previos a esta hojeada de la historia para hallar rasgos similares de lo que hoy aparece como novedoso por venir de afuera: la figura del candidato de La Libertad Avanza, Javier Milei, a la presidencia de Argentina, es de terror no hay duda. El desencanto y la frustración colectiva resultan insuficientes a la hora de medir la espuma ácida de aquel fenómeno incontenible que se esparcía como una lava tóxica queriendo tapar la argentinidad. No pudo, al menos hasta ahora.
Por fortuna para la región y lo nacional popular, diríamos en afán teorizante, ocurrió lo que ocurrió el domingo 22 de octubre en Argentina y se espera que el 19 de noviembre las almas de los 30 mil desaparecidos y de los héroes de la lucha por la democracia, iluminen a la mayoría de los argentinos y argentinas para derrotar en las urnas a la expresión fascista del neoliberalismo.
Pero, algo importante. La retrospectiva política latinoamericana y la boliviana, en particular, dice que nuestras patrias ya tuvieron su “hora Milei”, pruebas de ello bastan y sobran. Los unos, anticomunistas y antidemocráticos hasta desfigurarse, como Jair Bolsonaro en Brasil u otro tan ordinario y procaz como Juan Guaidó en Venezuela, o alguien más nítido y repugnante aún: Donald Trump, el magnate racista estadounidense.
La nómina de vociferantes liberales y sus criaturas resultaría larga. Sería ocioso enumerar, por ejemplo, los “Milei” colombianos de los “falsos positivos” o aquellos que se afincaron, por décadas, en México para entretejer la complicidad más descarada entre las mafias y los grupos empresariales poderosos que manejaron a su antojo a los gobiernos de turno, hasta que llegó AMLO para ordenar la casa.
Entre los otros, igual de neoliberales y crudos, están los sutiles y prefabricados que se esforzaban por mantener el maquillaje y la apariencia. Es más, tener un acento gringo resultó un atributo como el caso del tristemente célebre empresario minero, tan ordinario y cruel, ‘Goni’ Sánchez de Lozada. El mismo dictador Hugo Banzer Suárez, que se vanaglorió de exterminar a los “castro comunistas”, fue también, a su turno, un “Milei”.
Ocurre que el personaje en cuestión no había sido un fenómeno nuevo ni mucho menos auténtico. Los latinoamericanos y los bolivianos particularmente ya supimos de la actuación de aquellos offsiders de la política. Recién nomás, en noviembre de 2019, los bolivianos conocimos cómo aquellas caras desfiguradas, histéricas, con los gestos grotescos del crimen y la mafia “disfrazada de libertad”, colmaron el Palacio Quemado con la Biblia en la mano y una manada de “motines”.
La estridencia ultraderechista y conservadora, la negación de derechos, el show mediático, el escándalo y la banalidad extrema caracterizan a estos actores que, al calor de la democracia y la orquesta de medios hegemónicos, buscan fabricar, como sea, “la alternativa” frente a los proyectos progresistas que reafirman la dignidad de los pueblos y la justicia social.
*Es periodista.