La maquinaria genocida se prepara para atacar la ciudad palestina de Rafah, que en tan solo un área de 73 Km2 de superficie alberga a 1,65 millones de palestinos, con la intención de implementar los planes israelíes de desplazarlos por la fuerza de la Franja de Gaza, gracias a las 70 mil toneladas de bombas y municiones proporcionadas a Israel por países que apoyan directa o indirectamente el genocidio. Si esto sucediera, no solo constituiría una amenaza para el pueblo palestino y su causa justa, sino que también representaría un grave daño a la seguridad de la región en su conjunto, hundiéndola en nuevas etapas de conflicto y eliminando cualquier posibilidad de paz, seguridad y estabilidad en la zona.
Que algunos países proporcionen armas avanzadas al Ejército extremista israelí a la vez que lanzan desde el aire alimentos y suministros a los civiles palestinos bloqueados es un reflejo de la gran contradicción, así como de su incapacidad para impedir que el Ejército ocupante continúe con sus crímenes de genocidio. El apoyo militar, financiero y armamentístico y el veto tres veces en el Consejo de Seguridad para detener la guerra, le proporcionó un refuerzo político al Gobierno israelí; sin embargo, también es un reflejo de debilidad a la hora de tomar medidas efectivas en beneficio del dolorido y atormentado pueblo palestino, ahogado por una situación insostenible de preocupación, hambre y muerte al que ha sido arrastrado por el bombardeo de la ocupación con el despliegue de todas las herramientas de muerte y destrucción: aviones, misiles y artillería avanzada proporcionadas por los aliados de Israel.
¿Hay algún partido, Estado o institución que cargue con esta contradicción que está ocurriendo ante los ojos de todo el mundo?
¿Cómo puede un país que sostiene los estándares de la democracia y afirma adherirse a los derechos humanos apoyar enérgicamente un proyecto colonial que viola todos los estándares y leyes de derechos humanos?
¿Cómo puede un país que anteriormente ha librado batallas de independencia no tener el coraje de apoyar a un pueblo ocupado y colonizado que a través de su lucha y sacrificio está implorando por su independencia?
Si los aliados de Israel fueran serios en su simpatía por el sufrimiento del pueblo palestino, podrían haber dado instrucciones estrictas a Netanyahu para que detuvieran sus ataques y bombardeos indiscriminados e intencionalmente destructivos contra civiles palestinos, impidiéndole continuar con su plan y programa para hacer que la Franja de Gaza no sea apta para vivir, hacerla inhóspita para su pueblo y convirtiéndola en una fosa común. Las fuerzas del Ejército israelí y las milicias de colonos también actúan de manera sistemática y deliberada con el mismo fin.
La ayuda humanitaria no es fruto de un sentimiento de vergüenza por la implicación y participación directa de los aliados de Israel en la masacre de palestinos por parte de los israelíes, más bien es un intento de quitarse la culpa por su comportamiento y su parcialidad hacia el Gobierno israelí. Una doble moral política abierta y desnuda practicada por todos los aliados de Israel que no pueden liberarse de su prejuicio ciego y estrecho hacia la colonia israelí ni tampoco de las consecuencias e influencias de sus medios de comunicación insultantes, manipuladores y engañosos que dominan la escena mundial.
El mundo debe darse cuenta de que profundizar la catástrofe humanitaria e impedir la entrada de ayuda es una política oficial israelí y una herramienta en la guerra de genocidio y desplazamiento.
A pesar de esta escena atroz de crimen, dolor, sangre, destrucción y desplazamiento forzado, el gran pueblo palestino, que es dueño de la tierra, de la narrativa, del patrimonio y de la cultura y que está arraigado en la tierra de Palestina desde hace miles de años, no será derrotado por los enemigos que agreden con su brutalidad y racismo, apoyados por la hipocresía de algunos países y por su doble moral. Las mujeres palestinas darán a luz, una vez más, generaciones de héroes al ritmo de la narrativa palestina, reconstruyendo su país y encarnando en él la independencia del Estado de Palestina con Jerusalén como capital y ejerciendo en él su libertad, cultura y humanidad.