La agudización de los conflictos globales y la ideologización de las relaciones entre los Estados de América Latina y el Caribe están agrietando los vínculos de nuestros Gobiernos y con ello los esquemas de cooperación, integración y solidaridad entre los países de una región que felizmente hoy goza de un clima predominante de paz política.
La incorporación de Javier Milei como presidente de la República Argentina parece estar contribuyendo a este inconveniente clima de tensiones y conflictos entre los gobernantes. Por cuanto, el novel mandatario, sin ninguna experiencia de gobierno, parece haber hecho del insulto ideológico y hasta personal su instrumento de polarización política interna en Argentina y de deslinde con sus pares de la región, ubicados en el variopinto arco del progresismo y el revolucionario espectro de la izquierda gobernante, lo cual ha encrespado, aún más, las aguas borrascosas de la política regional.
No se trata solo de la personalidad impulsiva y el lenguaje grosero del gaucho Milei, sino que pareciera ser la consolidación de un lenguaje poco o nada diplomático en la región que pretende externalizar los problemas domésticos de nuestros gobernantes, llevando sus controversias internas al espacio exterior, encubiertas en conflictos inexistentes o que pudieran ser atendidos y resueltos por los canales diplomáticos ordinarios o, simplemente, con intercambios de llamadas y/o mensajes de los gobernantes involucrados.
En el fondo de este estilo impolítico y nada diplomático de asumir las diferencias en el plano de las ideas y los proyectos políticos, está la baja calidad de estadista que se aprecia actualmente en la región y la agudización de las diferencias y conflictos regionales y globales que llevan a algunos gobernantes, por encima de sus compromisos con la unidad e integración de nuestra América, a convertir su espacio de poder en un escenario de ‘guerra hervida’, en una región que no trata de integrarse a un bloque geopolítico, sino de construir, reivindicando a Simón Bolívar y su Congreso Anfictiónico de Panamá de 1826, un polo de un mundo pluripolar y pluricéntrico, impulsado inicialmente por el presidente Hugo Chávez Frías.
La dirección de la política exterior de los Estados nacionales de nuestra América corresponde a los presidentes y Jefes de Estado de cada país, pero cuando sus discursos altisonantes, conflictivos, groseros e insultantes hacia sus pares se alejan de los principios constitucionales de una República democrática, estamos frente a un desafuero y despropósito que debe ser criticado y enmendado. Ante la falta de censura y sanción de los otros poderes públicos competentes, las vocerías de los pueblos soberanos deben intervenir, ya que tal ilegitimidad puede comprometer seriamente la responsabilidad política de un Gobierno y fracturar las relaciones amistosas y beneficiosas con otros Estados.