Quién recuerda a la sirena que sonaba con insistencia al mediodía y se hacía escuchar en toda la ciudad. El sonido provenía de la fábrica Figliozzi —ubicada entre las calles Almirante Grau y Zoilo Flores—, justo a las 12:00, la hora del almuerzo, que alertaba a sus empleados y a toda La Paz. Allí se producían las mejores “marraquetas”, las más crujientes y populares de la ciudad.
Desde entonces ya se exportaban a muchas partes del país y el mundo para saciar apetitos de exigentes paladares.
La marraqueta ha sido declarada por el Concejo Municipal de La Paz como Patrimonio Cultural de La Paz.
Este alimento de primera necesidad y compañía infaltable en nuestra mesa ha llegado a constituirse con el tiempo en un símbolo de la identidad de los paceños. Se la elabora en base a harina blanca de trigo, agua, levadura y sal; el toque final lo da el maestro panadero con un corte longitudinal, que tradicionalmente se lo hacía con una hoja de Gillette, y que le imprime su característica cresta dorada, con la que se ha hecho famosa mundialmente.
La marraqueta forma parte de un clásico menú, infaltable acompañando al plátano y la papaya Salvietti, una sopa de fideo o un delicioso fricasé.
En la década de los 80, cuando la situación económica del país colapsó, este alimento básico fue el fiel sustento de todas las familias. En esas difíciles circunstancias que nos tocó vivir, la principal preocupación de la población era llevar al hogar por lo menos un poco de pan. Los de aquellas épocas recordarán las largas filas que se hacían para recibir a través de un estricto control con las “célebres” fichas, una dosificación del preciado pan, de acuerdo al número de integrantes de cada familia.
La marraqueta pasó a denominarse “pan de batalla”, porque combatía el hambre. Este “pan nuestro de cada día”, horneado de manera artesanal en fogones construidos de ladrillo, barro y arcilla, reapareció en variadas formas, ya sea como las populares sarnitas, roscas, cachitos, kolisas, kauquitas, allullas, pero sin dejar de perder la principal cualidad: su economía.
Sin duda, la distinción patrimonial se traduce en un justo reconocimiento a los maestros panaderos que a través de generaciones han mantenido viva esta tradición, la de llevar a todos los hogares bolivianos desde las primeras horas del día este indispensable alimento.
Nuestra marraqueta, sabrosa y crujiente, siempre será la reina de los hogares paceños, desde ahora, como nuestro patrimonio.