“Los enemigos trabajan en la sombra de la traición y a veces se esconden detrás de una sonrisa o de una mano tendida”, sentenció Eva Perón al referirse a la hipocresía de quienes disfrazan sus ambiciones personales bajo la máscara del compromiso político.
Esta cita cobra una profunda resonancia en el contexto ecuatoriano del 24 de mayo de 2017, día en que Lenín Moreno Garcés asumió la Presidencia del país bajo la bandera del progresismo y de la Revolución Ciudadana, para una vez en el poder ejecutar un giro político de traición al proyecto que lo llevó a la victoria. Se marcó así el inicio de la desinstitucionalización del Ecuador con implicaciones políticas, éticas y sociales, y fue el eje para desmantelar un proceso político que había transformado la realidad ecuatoriana.
Moreno fue electo presidente en 2017, con el respaldo del movimiento Alianza PAÍS y el liderazgo de Rafael Correa, quien dejaba la Presidencia tras una década de gobierno marcada por profundas transformaciones económicas, sociales y constitucionales. La Revolución Ciudadana, como se denominó al proyecto correísta, había generado adhesión popular por su enfoque en la soberanía, la redistribución de la riqueza, el fortalecimiento del Estado y la democratización de derechos.
En este marco, Moreno fue designado, por su nivel de conocimiento e intención de voto, como el heredero del legado progresista. Su campaña electoral se cimentó sobre las conquistas alcanzadas durante el gobierno de Correa. Sin embargo, apenas iniciado su mandato, el 24 de mayo de 2017, comenzaron a evidenciarse señales de ruptura.
La figura de Moreno encajaba perfectamente con la advertencia de Eva Perón. Con una sonrisa conciliadora y un discurso de unidad, prometía continuidad mientras gestaba un cambio radical de orientación. En pocos meses su gobierno se distanció del correísmo y abrazó una agenda neoliberal. Se reinstauraron políticas de austeridad, se reconfiguraron las relaciones con organismos internacionales como el Fondo Monetario Internacional (FMI), se desmantelaron instituciones claves del proyecto anterior y se persiguió judicial y mediáticamente a Rafael Correa y a otros líderes de la Revolución Ciudadana.
Esta transición no fue resultado de un proceso democrático de debate interno ni de demandas sociales, sino una reconfiguración pactada con sectores empresariales y políticos tradicionales. El uso de discursos sobre la “reconciliación” y la “lucha contra la corrupción” sirvió como justificación para reprimir políticamente a sus antiguos aliados. El enemigo, como advirtió Eva Perón, no venía del exterior, sino desde dentro del propio movimiento.
La traición de Moreno tuvo múltiples consecuencias. En el plano político generó una fragmentación profunda del movimiento progresista en Ecuador, debilitando las posibilidades de articulación y organización popular. En el plano económico revirtió políticas de inversión social y fortalecimiento del Estado, regresando a esquemas de privatización y dependencia financiera. En lo social aumentó el desempleo, la precarización y la desconfianza hacia la institucionalidad.
Además, se instaló un modelo de persecución judicial contra sus antiguos compañeros de proyecto, a través del llamado lawfare, que buscó no solo inhabilitar a Correa políticamente, sino también desacreditar toda su obra de gobierno. Esta estrategia se replicó en otros países de la Región, evidenciando una lógica común de disciplinamiento de los procesos populares en América Latina.
El 24 de mayo de 2017 no fue solo una ceremonia de posesión presidencial, fue el comienzo de una ruptura histórica que puso en evidencia los límites de la confianza en la política tradicional. La traición no fue simplemente un cambio de postura, fue una estrategia de desmantelamiento de un proceso político popular ejecutada desde adentro y disfrazada de institucionalidad.
Eva Perón nos advirtió sobre esos “enemigos en la sombra”, y su frase resuena como un recordatorio permanente de la necesidad de vigilar no solo a los adversarios declarados, sino también a aquellos que, con una sonrisa o una mano tendida, representan el rostro más peligroso del oportunismo político. La lección del caso ecuatoriano interpela a las fuerzas progresistas a repensar sus mecanismos de renovación, sus formas de liderazgo y sus estrategias de protección frente a traiciones internas.
Por: Soledad Buendía Herdoíza/