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Mahmoud Elalwani

Los niños palestinos no son números

Han pasado 598 días desde que comenzó el último genocidio israelí contra Palestina causando 53.977 víctimas, entre ellas 16.503 niños y más de 122.966 heridos.

Mientras, Gaza es aniquilada ante los ojos del mundo en continuas masacres que recuerdan algunas de las páginas más oscuras de la historia y en Cisjordania los campos de refugiados son destruidos implacablemente. Los niños cubiertos de sangre no eran parte del conflicto ni portaban armas, más bien llevaban sus pequeñas bolsas soñando con un tranquilo día escolar o con un dulce después del desayuno. Las madres que fueron asesinadas mientras abrazaban a sus hijos no eran criminales, eran mujeres que intentaban proteger sus hogares y tejer seguridad en el corazón de la tormenta. 

En un mundo lleno de agitación política e intereses contrapuestos, las tragedias a menudo se reducen a fríos boletines informativos que arrojan cifras carentes de sentimiento, contando a las víctimas como si fueran meras estadísticas en papel, pero la dolorosa verdad es que en Gaza mueren personas, no números; seres humanos con sueños y toda la vida por delante si no hubieran sido destruidos por los misiles de la injusticia y el silencio del mundo.

Gaza no cuenta sus muertos con números, las víctimas tienen nombres, rostros, sus gritos resuenan en los rincones y sus ojos han muerto mirando al cielo pidiendo clemencia, no rescate. Pero el mundo se conforma con las cifras, oye diariamente “decenas de muertos” como una letanía y sigue adelante, inmunizado y anestesiado como si nada estuviera pasando. ¿Cuántas madres han enterrado a sus hijos una y otra vez? ¿Cuántos niños han dormido sobre las ruinas de sus casas, abrazando el vacío del lugar y susurrando el nombre de sus madres que nunca les respondieron? No eran simplemente “civiles muertos”, eran corazones destinados a amar, a vivir, a reír, a crear, no para morir en este vergonzoso silencio que se cierne sobre la conciencia de la humanidad.

Lo más doloroso es que las masacres se transmiten en vivo ante una conciencia global perezosa o ausente, ante el sonido de declaraciones mediocres y tímidas denuncias que no disuaden al agresor ni protegen a los inocentes. ¿Se ha convertido en algo normal ver el cadáver de un niño bajo los escombros? ¿Se ha convertido la sangre palestina en un color familiar en las noticias, provocando solo un suspiro pasajero?

En Gaza las historias no terminan con los bombardeos, comienzan con aquellos que sobrevivieron, cargando sobre sus hombros con las profundas heridas de su patria y con los recuerdos de sus seres queridos. En cada hogar palestino hay una historia no contada, un grito que no encuentra eco porque el mundo se muestra sordo cuando se trata de justicia para los palestinos.

El conflicto en Palestina fue iniciado por las principales potencias coloniales hace más de un siglo. Los palestinos no están luchando solo contra Israel, que es simplemente un representante de esas grandes potencias y que desempeña un papel cuidadosamente definido. Nadie ganará esta guerra, todas las víctimas han sido testigos del fracaso de los políticos, de la arrogancia de sus ideas y de su obstinada negativa a asumir responsabilidades. Es imposible que los finales sean siempre tan malos como los comienzos.

Aquellos que son asesinados cada día no son simplemente “víctimas” de una lucha política, son velas que se han apagado, cuadernos que han dejado de soñar y abrazos vacíos; representan un dolor que no puede traducirse al lenguaje de las estadísticas, sino al lenguaje de la humanidad que gran parte del mundo parece haber olvidado. Recordemos siempre que los que mueren en Gaza mueren porque el mundo decidió permanecer en silencio. No convirtamos sus heridas en cifras sino en conciencias que nos despierten del sueño de la decepción.

Netanyahu lideró las guerras más atroces del planeta y su final ya se puede intuir porque la gente no quiere ver caudillos ni quiere volver a elegirlos, por mucho que sean admirados, los dictadores se convierten en símbolos fallidos que recuerdan al mundo la muerte y la tragedia de la guerra. El mundo, en su camino de cambio constante, aún lleva las semillas de la justicia y de la igualdad a pesar de la tiranía del imperio que está al borde del colapso y que caerá como otros han caído a lo largo de la historia. Palestina es el corazón de la región y la medida de su dignidad. No importa cuán feroz sea la agresión, ni cuán profunda la complicidad, una causa justa como lo es la de Palestina, nunca morirá.

Por: Mahmoud Elalwani/

Embajador del Estado de Palestina en Bolivia


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