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Ramiro Ramírez S.

Los síntomas de la vieja izquierda

Tantas muertes que costó la democracia, cuánto sacrificio de los ninguneados, cuántas lágrimas…cuánto olvido. Muerte, dolor y olvido marcan el ciclo dramático de la historia boliviana reciente y pasada. Hubo pocos, pero intensos momentos, que desbordaron el júbilo popular por conquistas políticas y avances sociales que permitieron soñar con un país de iguales. En esta fecha en la que el pueblo se aferra a sus convicciones, vale la pena algunas reflexiones desde el llano.

Es esa prolongada y azarosa senda de las luchas del movimiento popular, tan ligada a las organizaciones políticas de izquierda, se vivió el “divisionismo” como una epidemia. A la cadena de inconformidades y desencantos se sumaron, desde siempre, ambiciones personales, cálculo político, y más, vanidad y celo de los líderes acostumbrados a que nadie de su entorno le hiciera sombra.  

Quienes asumieron por mérito propio o por azares de la política el liderazgo de una parte de los ciudadanos descalzos, y de otros no tan desarrapados, muchas veces fueron devorados por el vendaval político atravesado por el odio y el resentimiento, algo que aparece como un sello de cierta izquierda boliviana que nunca quiso ni pudo asumir las lecciones de la historia, algo así como una enfermedad invisible y silenciosa.

A diferencia de las derechas fragmentadas y desahuciadas por su propia naturaleza excluyente, a lo largo de la historia de Bolivia y de Latinoamérica, las izquierdas hicieron de la división su razón de existir; olvidar al enemigo común (el imperialismo), construir un adversario al que se lo puede destruir sin mucho “costo” y con argumentos “más revolucionarios”, fue una constante que, en el caso boliviano, pareció haber sido superada por la práctica política que comenzó a desarrollarse a partir del incontenible avance del Instrumento Político por la Soberanía de los Pueblos, MAS-IPSP.

Aquel afán “autodestructivo” de las izquierdas, de gran influjo además en los movimientos sociales, en los sindicatos, no solo resta la moral y el ánimo de quienes son parte de las luchas colectivas, sino —como se ha visto— suele abrirle el paso a las opciones ultraderechistas “democratizantes” o a brutales golpes de Estado de corte fascista como los que vivimos en noviembre de 2019.

Al respecto, resulta inevitable rememorar los momentos dolorosos que vivió la mayoría de los bolivianos hace cuatro años cuando se desató la crisis política que derivó finalmente en golpe de Estado. Aquel hecho debiera haber servido para una gran autocrítica al interior del MAS-IPSP y, reconocer, al menos, que un proyecto político revolucionario no gira en torno a una persona; que un instrumento político se construye de la mano de las organizaciones sociales y el conjunto del pueblo; tal el gran aprendizaje del MAS, en tanto acción colectiva y representación orgánica del movimiento obrero-campesino-indígena-popular.

Aquella experiencia que permitió estructurar una inédita instancia de dirección política que aún sirve de guía para la acción estatal, superó pues, con creces, la forma tradicional de partido, donde el jefe resultaba siendo el cuasi dueño de la tienda política.

“El MAS-IPSP es el instrumento político de los movimiento sociales para tomar el poder”, afirmó hace algunos años la extraordinaria dirigente campesina Felipa Huanca en una entrevista que le hice en mi condición de periodista del desaparecido periódico estatal Cambio. Huanca hacía esa afirmación convencida, como todos los dirigentes sindicales y sociales, de que al fin ellos —los campesinos-indígena-originarios— habían logrado construir su propio instrumento político, sin el patrocinio de ninguna cúpula extraña.

Sin duda, a estas alturas de las luchas sociales y la historia del MAS-IPSP ha corrido mucha agua bajo el puente y se observan síntomas que traen a la cabeza aquella vieja práctica de izquierda “nacida para el suicidio”.


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