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Pamela E. Escobar Carpio

Los turbulentos primeros años de la formación de la República

La República nacerá en la pobreza, en la confusión, el desorden y el caos social, tuvo que sobreponerse a los embates de la adversidad. Sin duda alguna, los primeros años son de dramática intensidad, todo es problema, todo es adversidad para la joven nación en formación.

Pasada la euforia revolucionaria, el país debe encarar la dura realidad. Ni bien ingresó el país a la categoría de Estado moderno, y pasadas las explosiones de ardor bélico, de entusiasmo cívico y las demostraciones de gratitud hacia los libertadores, la vida boliviana se caracterizó por una sucesión de luchas civiles y de contradicciones internas, amenazas externas, que —como es de esperar— dieron poca solidez a la construcción de una nación cuya estructura no había sido suficientemente afirmada.

Una vez finalizada la Guerra de Independencia, Bolivia se encontraba devastada. La lucha no solo había significado un importante esfuerzo en materia económica, sino que también se hizo evidente el desmembramiento de parte importante de la cosmovisión y las estructuras que habían conducido el territorio durante casi tres siglos. Organizar la nación no sería tarea fácil; de hecho, la desarticulación del sistema colonial sumió a Bolivia en una profunda crisis que se extendería casi por medio siglo. La economía estaba estancada; buena parte de los territorios y recursos permanecían inexplorados; la presencia estatal escasamente se extendía a la zona del altiplano, y las nuevas autoridades requerían de legitimidad a nivel popular. Al respecto, Finot anota “pobreza y disolución a consecuencia de quince años de guerra, carencia de imprentas y medios de difusión del pensamiento (…) falta de estímulos para crear el buen gusto y de las bases de una sólida cultura para guiar los primeros años” (1964:210). Prácticamente era comenzar desde cero.

El fin del sistema colonial significó un cambio radical en las condiciones comerciales y de conectividad en Latinoamérica. Al desarticularse el Imperio español, los nuevos países optaron por establecer barreras arancelarias recíprocas que limitaron la libre circulación, dificultando el acceso a sus mercados y elevando los costos asociados al intercambio de mercancías. Para Bolivia, el cambio fue especialmente difícil, ya que el país no contaba con vías que le permitieran vincularse con el exterior de forma expedita y autónoma. Durante la época colonial, el intercambio comercial se efectuaba a través de una ruta hacia el Atlántico (Potosí-Buenos Aires), la que prácticamente dejó de utilizarse luego de la independencia, y dos hacia el Pacífico a través de los puertos de Cobija y Arica. Las condiciones de intercambio a través del puerto de Arica se tornaron vulnerables a los cambios en las relaciones políticas entre Perú y Bolivia, a la vez que el comercio por Cobija suponía dificultades importantes debido a la precariedad de las instalaciones y su poca accesibilidad, ya que la única forma de llegar a él era atravesando el desierto de Atacama en mula.

El país salía de un sistema colonial predominante entre los siglos XVI, XVII y XVIII que había marcado en los habitantes y en la forma de gobierno una impronta que no desapareció del todo con la independencia. Las instituciones políticas y religiosas creadas por el Imperio español: la Iglesia, el virreinato y la audiencia; las cargas económicas, como el tributo, así como la fuerte obligación del quinto real en todo lo que fuese generación de riqueza, decretaron usos y costumbres, sentido de dependencia y muchos otras concomitantes que influyeron a lo largo de los dos primeros tercios del siglo XIX: 1830-1880. Donde más se pudo sentir la dependencia del viejo sistema fue en el agro. Todo tuvo que moverse desde los cimientos; al respecto Diez de Medina nos dice: “Mas no fue posible cambiar tres siglos de servidumbre en tres años de euforia libertaria. Y si la obra de los padres de la Patria boliviana no alcanza mayor vastedad en un terreno práctico, ello se debe a las eficiencias de un medio convulsionado, pobre donde el brusco despertar de criollos y mestizos dará más importancia al estallido de las pasiones que al sereno equilibrio el justo razonar”. (1981-190). Una nueva estructura reemplaza al caduco sistema jurídico semifeudal de la Colonia. Destruidos el régimen de monopolio y privilegios hacendarios, se anuncia una economía de corte liberal.

La política atenuada de los libertadores tristemente apenas llega a materializarse, respondieron al desafío de construir una nación con los medios de que disponían. En nada aminora este hecho la importancia organizadora de Bolívar y Sucre, cuya capacidad administrativa marca el inicio de nuestra nueva vida como República.

Las administraciones de los gobiernos militares, que dominaron el panorama político entre 1825 y 1880, se caracterizaron por el despotismo y el empleo frecuente de la violencia para enfrentar las contingencias. Los asuntos públicos habrían sido conducidos de manera errática, dificultando cualquier intento de organización. Desde la caída de Santa Cruz (1839) hasta la asunción de Campero (1880) —sin considerar los intentos de golpe o levantamientos fallidos— se sucedieron 14 presidentes y una junta de gobierno, lo que equivale a una duración promedio de 2 años y 7 meses por administración: “Somos hijos de la imprevisión y el desorden, del espíritu de motín, del trágico divisionismo en las ideas que acaba siempre en la barricada callejera”. (Diez de Medina :1981: 197). De esta manera, la inestabilidad se fue convirtiendo en un elemento persistente en el sistema político boliviano.

Los primeros años de la nación boliviana fueron de improvisación, de desgaste interno, de guerras internacionales y luchas civiles, de motines cuarteleros, e indisciplina individual y colectiva. La abrupta geografía, el alejamiento de las grandes rutas marítimas y la falta de estadistas especializados nos llevó al debilitamiento nacional; se vio también una gran ausencia de una política que sea capaz de unificar a la nación. Sin embargo, y valga la aclaración, a pesar de estas terribles contradicciones, con los retrocesos del cuadro general, resulta ser uno de nuestros pasajes históricos más excitantes, en el relieve accidentado de la vida colectiva, no hay nada que supere los tiempos turbulentos de la formación de la República.

Estudiar la nación boliviana en sus primeros años no implica centrar la atención meramente en su lenguaje y su retórica; sino también apunta a ver las significaciones imaginarias sociales que crean el sentido de una sociedad, dan vida y fundamentan las instituciones, y se dividen en significaciones centrales y significaciones segundas, siendo las últimas las que dan sentido a las primeras. Si el cierre de la textualidad es problemático por cuanto cuestiona la totalización de la cultura nacional, entonces su valor positivo reside en que pone de manifiesto la amplia diversidad, a través de la cual construimos el campo de significados y simbolismo que se vinculan con la vida nacional.

La Paz/AEP/ Pamela E. Escobar Carpio


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