Hay muchas razones por las cuales el presidente argentino ingresará a la historia por la puerta de servicio, si tiene suerte. Contrariamente a sus delirios de grandeza, a su autoproclamada misión de ser el “redentor” de un Occidente ganado por la hidra de siete cabezas del colectivismo, Javier Milei será recordado en cambio como el gobernante cuya gestión aportó una nueva, más rotunda y definitiva ratificación de la veracidad contenida en la teoría de Karl Marx sobre la economía capitalista. Como marxista “probado y confeso” no puedo sino agradecerle, porque libraré la batalla de ideas mejor equipado que antes.
El autor de El Capital decía que el modo de producción capitalista reposa sobre una irresoluble contradicción entre propietarios y no propietarios de los medios de producción. En otras palabras, es una sociedad en la que se libra una brutal puja distributiva entre ricos y pobres; un juego de “suma cero” donde lo que unos ganan lo pierden los otros. Y en el capitalismo mediante la plusvalía y otras argucias los primeros le roban “legalmente” sus ingresos y modestas fortunas a los trabajadores, gracias a lo cual los capitalistas se enriquecen cada día más. Tal como lo informa la Reserva Federal de los Estados Unidos (la sociedad ideal según Milei), a finales del 2021 “el 1% de los hogares más ricos de los Estados Unidos poseía el 30,9% de la riqueza del país, mientras que el 50% más pobre poseía el 2,6%”. Y a nivel mundial Oxfam reportaba, según una nota publicada en Página/12 el 2 de octubre del corriente año, que el “1% de los multimillonarios acumula más riqueza que el 95% de la población mundial”. Esta es la “buena sociedad” que el profeta de la Casa Rosada nos promete alcanzar en 30 o 40 años de ingentes sacrificios. Datos que, por otra parte, confirman de modo irrefutable que Marx está en lo cierto y que los mentores de Milei —la Escuela Austríaca, los anarcocapitalistas, etcétera— son solo un grupo de astutos embusteros al servicio del gran capital.
De lo anterior se desprende que su Gobierno, presidente, no solo es malo, irracional e ineficiente, porque no promueve ni el crecimiento económico ni la distribución del ingreso. Además es inmoral. No otra cosa puede decirse de quien pese a sus letanías en contrario en los hechos solo gobierna para los ricos. Sus artes de gobernante se reducen, tal como él mismo lo dijera, a “agrandar el bolsillo de los ricos” y organizar el despojo en gran escala de los más pobres, sosteniendo este nefasto proyecto con la ayuda de la canalla mediática, la oligarquía local y sus aliados extranjeros y “la Embajada”. Colaboran también parlamentarios que venden su voto descaradamente y un Poder Judicial que no tiene la menor curiosidad para saber adónde fueron a parar los tres cargamentos de lingotes de oro llevados al exterior y las razones de tan radical medida. Por eso su Gobierno ofrece toda clase de concesiones y privilegios a los grandes propietarios mientras que les niega un mísero —¡increíblemente mísero!— aumento a jubilados y pensionados, reduce el salario real de los trabajadores, provoca la desocupación, funde a las pequeñas y medianas empresas, concentra la riqueza, ahoga financieramente a las universidades públicas, a la investigación científica, al cine nacional y avanza como un topo enloquecido en la destrucción del Estado-nacional y todos los dispositivos de protección social que caracterizan a una sociedad civilizada. Sus prejuicios ideológicos seguramente lo han llevado a desconocer que el gasto público como proporción del PIB en los países del capitalismo avanzado es muy grande, y nada tiene que ver con sus dislates al respecto. Alcanza al 57% en Francia, 48,40% en Alemania, 44,17% en el Reino Unido y el 37,84% en Argentina, casi igual a la de Estados Unidos. Claro, dirá que esos son países aviesamente gobernados por los comunistas, pero tamaño disparate solo provoca carcajadas o sonrisas sobradoras entre sus amigos del capitalismo desarrollado.
Su proyecto de reducir el gasto público, en caso de triunfar, convertirá a la Argentina en la réplica sudamericana de naciones como Afganistán, con un gasto público del 16,89%, o Camerún, con 17,08%, o el de la mayoría de los países más pobres del mundo, con un 80-90% de sus poblaciones viviendo en la pobreza. Pero sus amigos y los beneficiarios de sus políticas, es decir, el poder detrás del trono, estarán satisfechos porque ingresarán a la lista de las más grandes fortunas compilada por Forbes. Y la pobreza extrema se instalará en la Argentina hasta llegar a proporciones apocalípticas. Eso hasta que el pueblo decida poner fin a este maligno experimento económico que tanto dolor y sufrimiento está causando a nuestro pueblo. Hay signos débiles, pero reales, de que la gente ha comenzado a darse cuenta de que su proyecto es una estafa para el pueblo y que solo empeorará su situación económica. Y más pronto que tarde podría haber sorpresas.
La Paz/AEP