La encrucijada entre un Estado comunitario y las luchas internas, los movimientos sociales bolivianos deben encontrar su camino para asegurar un futuro democrático y justo.
Los procesos dialécticos de los movimientos sociales en Bolivia, desde la opresión colonial hasta el neoliberalismo, nos enseñaron que ellos han sido los principales protagonistas de nuestra historia. A través de sus decisiones, tanto buenas como la constituyente de 2009, como malas, el 21 de febrero de 2016, se llegó al proyecto de Estado en el que hoy vivimos. Ellos, encarnados en obreros, indígenas y campesinos, se han consolidado como el sujeto histórico innegable de este proceso revolucionario, que ahora mediante el pacto de unidad con los entes matrices del pueblo son los que dirigen y conducen con decisiones legítimamente soberanas a Bolivia.
Decisiones soberanas que se han defendido de cualquier intento de apropiación de este proceso revolucionario, enfrentándose tanto a fascistas y capitalistas, que ahora portan banderas amarillas y negras heredadas de la paupérrima ideología anarco liberal de Javier Milei, como a su propia contradicción dialéctica más evidente: la relación entre el Estado y los movimientos sociales. La pregunta que surge es: ¿quién o cuál es el gobierno de los movimientos sociales?
“No querer dar un salto con el único objetivo de no asumir riesgos ni generar contradicciones ya es un retroceso”, decía el vicepresidente de Evo Morales. Ese salto se dio, pero no como él esperaba. Fue un proceso progresivo, marcado por el desmantelamiento del concepto gramscista mal construido del Estado integral, evidente en la ruptura política entre la COB y Evo en vísperas del golpe de Estado. Esta ruptura fue una consecuencia del repudio a la nueva casta política, acostumbrada a la corrupción, los beneficios del poder y el tráfico de influencias, con ejemplos claros como Carlos Romero, entre otros.
El Estado integral propuesto teóricamente podría ser la resolución final para la abolición del Estado moderno, permitiendo que los movimientos sociales tomen las decisiones de poder ejecutivamente en el futuro y conformen el soñado Estado Comunitario o Estado Ayllu. Sin embargo, este proceso se estancó cuando Evo Morales traicionó la confianza y los intereses de los movimientos sociales al no defender este proceso revolucionario como se esperaba, con la determinación de Tupac Katari, a patria o muerte.
Una vez instalado el golpe de Estado y con el poder estatal cedido a los fascistas fundamentalistas e intereses transnacionales, los movimientos sociales, sin una cabeza visible y ante el abandono cobarde de su líder, indigno de Tupac Katari, retoman el poder mediante la presión social, encabezada por líderes como Orlando Gutiérrez y Felipe Quispe. Este momento histórico dio pie al apoyo electoral a Luis Arce Catacora para retomar la democracia en tiempos difíciles que solo conocen quienes vivieron esta experiencia de primera mano y no desde sus pantallas en el extranjero con su cobarde autoexilio.
Desde entonces, los movimientos sociales no solo tuvieron que estructurarse alrededor de Luis Arce Catacora para recuperar el control del Estado como instrumento de democratización de decisiones en favor del pueblo, sino que también se vieron obligados a enfrentar la treta política del paralelismo sindical de Evo Morales. Este, en su afán de conseguir beneficios personales y de sus castas políticas, podría poner fin a este Proceso de Cambio con su lucha contrarrevolucionaria.
Lo preocupante de la actitud caprichosa, idólatra y paternalista de los llamados evistas, y aquellos que apoyan “la dirección histórica” del Proceso de Cambio mediante eufemismos, es que ignoran al verdadero antagonista de esta revolución. Encarnada en una juventud que cada día más apela a la individualidad debido a la despolitización y desapego a la realidad nacional, creada precisamente para evitar que este proceso dialéctico y natural de cambio de gobierno de los movimientos sociales se haga efectivo.
Estos individuos, acostumbrados a apropiarse de las luchas ajenas desde la comodidad de sus sillones en sus ostentosas casas, representan el arquetipo perfecto de la casta política evista y rosquera. Son una piedra en el zapato de esta revolución, aliados al boicot de los asambleístas evistas que no liberan los créditos necesarios para mejorar las condiciones de gobernabilidad económica.
La lucha de los movimientos sociales en Bolivia continúa, enfrentándose tanto a enemigos externos como a traiciones internas. La fortaleza de este movimiento radica en su capacidad de adaptarse y reorganizarse ante las adversidades. Para asegurar el éxito de este proceso revolucionario, es crucial que los movimientos sociales mantengan su unidad y se enfoquen en los verdaderos enemigos de la democracia y la justicia social. Solo así se podrá avanzar hacia un Estado verdaderamente comunitario y democrático, en el que las decisiones del pueblo sean soberanas y efectivas.