El expresidente estadounidense Donald Trump estuvo en estos últimos meses haciendo campaña para candidatear, ganar eventualmente unas primarias y, finalmente, volver a la presidencia del país norteamericano.
Para conseguir este objetivo, Trump manifestó públicamente sendas críticas contra el actual mandatario de su país, Joe Biden. Una y otra vez criticó su intervención en la guerra ucraniana, el desastre sanitario, los índices alarmantes de inflación y la paulatina pérdida de hegemonía del dólar en el mundo. Esta semana, una noticia irrumpió en los medios de comunicación: Trump debe comparecer ante un tribunal para responder por la denuncia de un delito cometido hace varios años. El expresentador de televisión anunció que cumplirá con esta orden, pero presume que tras esta acusación se encuentra la motivación de no permitirle participar en los comicios electorales de 2024. ¡Uy! Se trataría de un caso de persecución política, pero como estamos hablando de EEUU, el país ejemplo de democracia, asceta de la libertad, para nada existiría posibilidad alguna de violaciones a los derechos humanos. La CIDH en Estados Unidos jamás se atrevería a sugerir algo; de hacerlo, podría develar la cara más sucia de su país.
La CIDH se fue de nuestro país y en las “Observaciones preliminares de la visita in loco a Bolivia” aparentemente se habrían soslayado las reuniones sostenidas con Camacho y con Áñez, dejando entrever que solo sugiere al Estado boliviano recordar los principios en materia de derechos humanos y el derecho al debido proceso. Muchos se sorprendieron y luego dejaron pasar el hecho de que las bancadas opositoras, los voceros políticos de derecha y los medios de comunicación tradicionales no incidieron en criticar este informe preliminar. Esta actitud de aparente antipatía por el organismo, que semanas antes se había constituido en una especie de superhéroe norteamericano, del que se decía que vendría al país para hacer justicia por las víctimas de la persecución política, se marchó sin cumplir con lo que tanto se vaticinaba desde los sectores de la oposición; entonces, el que no reciba mayores ataques no debería tomárselo a la ligera.
La memoria fresca nos retrotrae a aquella visita que realizó Luis Almagro al trópico cochabambino, ¿recuerdan? Fue criticado por tomarse fotos y sonreír al lado del expresidente Morales. En aquella ocasión, el Gobierno había picado el anzuelo, pensó que Luis Almagro y la OEA respetarían las decisiones del pueblo boliviano. Más tarde, Almagro prendió la chispa que inició el conflicto que permitió el golpe de Estado de 2019.
La CIDH fue creada por la OEA, prácticamente depende de ella, no vaya a ser que en 2024, cuando salga el informe final de la CIDH, sirva este como un detonante para generar nuevamente un conflicto al interior de nuestro país. Ya nos equivocamos una vez, no podemos permitirnos caer en lo mismo.