“Reality show”, “Circo democrático” o “Laberinto judicial”, son algunos de los apelativos de analistas que sobresalieron en los diferentes medios, tras el arresto y posterior imputación del expresidente de Estados Unidos, Donald Trump, el 4 de abril, en los tribunales de Lower Manhattan de la ciudad de Nueva York; quien se convirtió en el primer exmandatario que se enfrenta a cargos penales, y el que salió declarándose inocente y alegando que se trata de una “persecución política” en su contra para que no se presente nuevamente como candidato para las elecciones de 2024.
“Estrategia política”, “Lawfare”, “Arma vergonzosa” y todos los calificativos que se empleen en este caso contra el principal postulante presidencial republicano, que fue acusado de 34 delitos federales, por supuesta falsificación de registros comerciales, por el pago de 130 mil dólares a la actriz de películas porno Stormy Daniels durante la campaña presidencial de 2016, a cambio de su silencio sobre su relación sexual extramarital que tuvo con ella en 2006; lo cierto es que Trump es responsable de muchos otros casos, como su participación e intentona golpista en el asalto al Capitolio de EEUU, el 6 de enero de 2021, en el que resultaron cuatro personas muertas y más de 52 detenidas, después de haber perdido las elecciones frente a Joe Biden.
Además de ello, resulta ilógico, por ejemplo, que al exgobernante se le impute por casos espurios y no por los asesinatos del general del Cuerpo de los Guardianes de la Revolución Islámica de Irán (CGRI), Qasem Soleimani, o del comandante interino de las fuerzas voluntarias shiíes iraquíes, Abu Mahdi Al-Mohandes, y otros militares en un ataque aéreo estadounidense en la ciudad de Bagdad, Irak, ordenado por Trump el 3 de enero de 2020.
Porque, hay que admitirlo, el terrorismo que ha sido el causante de los desastres humanitarios más grandes en Medio Oriente y el mundo fueron creados por EEUU, tal cual lo señaló el propio Trump cuando manifestó que Obama y Hillary Clinton son los “cofundadores” del Daesh (Estado Islámico), y a otros que financiaron como Al Qaeda o Frente al Nusra. Paradójicamente, quien acusó a los fundadores del Estado Islámico era quien el 22 de diciembre de 2020 indultaba a cuatro mercenarios de Blackwater, a quienes se les comprobó en su totalidad los crímenes que cometieron en Irak por asesinar a 14 civiles desarmados, tres de ellos (Paul Slough, Evan Liberty y Dustin Heard) sentenciados a 30 años de cárcel y el cuarto (Nicholas Slatten) a cadena perpetua; criminales que fueron perdonados cuando Trump era el mandatario estadounidense.
Por ende, no sólo deberían detenerlo, sino ponerlo a cadena perpetua, porque Trump ha desafiado al mundo con sus crímenes y su actitud soberbia y temeraria contra el derecho internacional y sus instituciones. Por ejemplo, cuando la fiscal de la Corte Penal Internacional, Fatou Bensouda, y el jefe de la División de Jurisdicción, Complementariedad y Cooperación de la Oficina del Fiscal, Phakiso Mochochoko, investigaban los crímenes de guerra y lesa humanidad que habrían cometido las tropas norteamericanas en Afganistán, fueron sancionados por Washington (septiembre de 2020), tachando a la Corte Penal de “corrupta”; agregando, asimismo, que sus tropas “estén tranquilas”, “que los hombres y mujeres de las Fuerzas Armadas de EEUU no comparecerán nunca ante la CPI”…
Frente a esto, ¿qué podemos esperar de la justicia internacional y el modelo de la política estadounidense?, ¡nada!; pues Washington y sus socios, por todo lo visto, hasta ahora gozan de impunidad.
Todo este espectáculo que el mundo está presenciando devela una vez más y pone en evidencia la falsedad del sistema supuestamente “ejemplo de la democracia”, ya que EEUU no es apto para liderar la democracia global, su hegemonía hoy está agonizando, cuando es “Un país que ni siquiera puede salvaguardar su propia democracia de puertas para adentro (…) no puede ir reclamando por allí su liderazgo en la defensa de la democracia en el orbe”. (E. Ashford).
En tal sentido, este caso saca a la luz la total inestabilidad social y política que en estos momentos está enfrentando EEUU, además de la superinflación, la crisis bancaria, la crisis judicial; por ende, una vez más estamos presenciando los principios de un final, el declive de la influencia y el imperialismo de EEUU en un mundo multipolar, donde cada día Rusia y China van cimentando su presencia en varias regiones del planeta como Brasil; en donde el yuan es la segunda moneda de sus reservas internacionales.
Es incongruente que en un país en donde se enarbola la “libertad y la democracia” se sigan tomando decisiones arbitrarias para invadir y aplicar “sus principios” en una sociedad mundial que ya no gira en torno a ellos. En esa línea, cuando EEUU entregue a la Corte Penal Internacional a Donald Trump por todos los delitos y crímenes internacionales que cometió durante su presidencia, quizás sólo así su “modelo” de “paz, democracia y libertad” pueda ser creíble, lo demás son cantos de sirenas.