Lamentablemente la política argentina se ha deslizado por un tobogán en donde a un disparate se le suma otro cada vez peor.
A la interminable colección aportada por las sucesivas declaraciones del presidente Javier Milei, a saber: la Argentina como la mayor potencia mundial a fines del siglo diecinueve; predicciones totalmente infundadas del riesgo de una inflación anual del 17.000 por ciento si no se aplica la política de la motosierra y la celebración con un grito de gol de una exorbitante tasa de inflación mensual del 8,8 por ciento en abril, entre muchas otras, hablan con elocuencia que la dirigencia de este país se encuentra encerrada en una burbuja en donde cualquier dislate se convierte en un ejemplo de sensatez y se convierte en política gubernamental.
Adam Smith, un autor fundamental al cual Milei conoce apenas de oídas pues jamás lo ha estudiado (o si lo hizo no entendió un ápice) escribió en uno de los pasajes más luminosos de La riqueza de las naciones que “lo que es prudente en la conducta de una familia nunca será una locura en la conducta de un gran reino.” Ante el inaudito triunfalismo con el que nuestro presidente celebra los “logros” de su pésimo gobierno por haber reducido el déficit fiscal incumpliendo todos los compromisos establecidos por la legislación y la Constitución argentina cabe preguntarse, con Adam Smith, si esta política sería una muestra de virtuosa “prudencia” en la conducta de una familia. Es decir, si se debería considerar como modelo a emular al jefe o jefa de un hogar que no paga el alquiler de su vivienda, las facturas de gas y electricidad y el ABL, ni la escuela privada de sus niños, ni la prepaga (si la tiene), que se abstiene de comprar comida y ropa para los integrantes del grupo familiar y que tampoco paga los impuestos que le corresponden y deja impagas todas sus deudas y que, para colmo, se ufana de que con sus ingresos puede ahorrar dinero. La respuesta del filósofo y economista escocés sería fulminante: si el gobierno de un país repite la locura de esa familia estamos en presencia de un muy mal gobierno, cuyo desenlace no puede ser otro que un catastrófico desplome de la economía y una conmoción social y política de fenomenales dimensiones. Los himnos triunfalistas entonados por Milei, algunos miembros de la decadente casta política y sus serviciales periodistas de los medios hegemónicos son prueba de la locura oficial. Éstos, los dizque periodistas, sería bueno que tomasen un seminario con Ione Wells, la joven periodista de la BBC que en su entrevista vapuleó y ridiculizó al presidente argentino demostrando que no tiene la menor idea de lo que ocurre fuera de la tóxica burbuja en la que habita junto con su hermana y algunos de los miembros del séquito presidencial. Que ignora los precios básicos de los bienes de consumo popular y que disfruta, con una sádica sonrisa, cuando anuncia nuevos despidos en la administración pública, avances en su irresponsable destrucción del Estado nacional o la imperdonable cesión de nuestra soberanía a manos de grandes conglomerados empresariales o sus gobiernos preferidos: los de Estados Unidos e Israel. Pero la historia sigue su curso —y eso lo aprendió duramente el menemismo, del cual Milei es su más rotundo continuador— y más vale que él y sus más cercanos colaboradores caigan en la cuenta de que sus éxitos son apenas “pobres triunfos pasajeros”, como reza la poesía de Celedonio Flores, y se vayan preparando para que más pronto de lo que se imaginan tengan que rendir cuentas de sus actos ante la justicia, tal como le ocurriera a Carlos Saúl Menem.
El remate de esta sarta de disparates llegó ayer a límites insospechados y estuvo a cargo nada menos que de Daniel Scioli, que con la furia de los conversos declaró que “si esto sigue así a Milei tendrán que darle el Premio Nobel de economía”. Parecería que este pertinaz oficialista está haciendo méritos para ingresar en la brumosa burbuja del oficialismo y caer en un desvarío como el que estamos comentando que revela la astronómica distancia que separa lo que ocurre en la vida real de la economía argentina y las abstrusas elucubraciones de Milei y sus compinches. Es cierto que el Nobel de economía está muy desprestigiado, pero Milei y los dudosos escritos de su autoría no le alcanzan siquiera para que alguien deseoso de congraciarse con él —y hay unos cuantos— lleve su obra y deposite su nominación en las puertas de la Real Academia de Ciencias de Suecia. Estamos a la espera de próximos y aún más inimaginables dislates, mientras el Titanic en el que estamos viajando se hunde rápidamente y los atribulados pasajeros empiezan a tomar conciencia del desastre que se avecina y la necesidad de hacer algo para evitarla.