En el contexto actual, se hace evidente que Estados Unidos, bajo el gobierno de Donald Trump, ha inaugurado un nuevo tipo de aislacionismo caracterizado por una política exterior agresiva y beligerante.
Este enfoque no solo contempla la identificación y creación de enemigos externos, sino que también involucra la declaración de cualquier extranjero, especialmente aquellos que buscan asilo, como potenciales amenazas a la nación estadounidense. La migración se ha convertido en uno de los primeros factores en esta dañina estrategia, en la que un debido proceso y el respeto a los derechos humanos han sido desechados en favor de un enfoque represivo.
Bajo el liderazgo de Donald Trump, cualquier extranjero puede ser considerado enemigo y, como consecuencia, se activan mecanismos de detención que van desde la deportación a su país de origen hasta la reclusión inaceptable en el Centro de Confinamiento del Terrorismo (Cecot) en El Salvador, tal como ocurrió el pasado 15 de marzo, cuando el gobierno de Estados Unidos deportó a 238 inmigrantes venezolanos en tres vuelos a El Salvador, acusándolos de formar parte del Tren de Aragua.
Esta repugnante alianza se formalizó entre Trump y el presidente salvadoreño Nayib Bukele, cuyo régimen se ha alineado con la administración estadounidense en una serie de atrocidades que afectan a los más vulnerables. En este contexto, Bukele, se convierte en un esclavista moderno, en un claro eco del trabajo forzoso del siglo XXI, donde las personas son tratadas como mercancía y su libertad es pisoteada.
Lo inquietante de esta situación radica en la ironía de la conexión entre ambos líderes. Nayib Bukele, quien se convirtió al Islam en la década de 1980, mantiene una relación con Trump, un autodidacta cristiano presbiteriano que ha cultivado un discurso fuertemente nacionalista. Esta contradicción resalta el hecho de que, aunque Bukele, tiene raíces de ascendencia árabe y una historia personal ligada al islam, ha decidido alinearse con un gobierno que busca marginar a los ciudadanos de países musulmanes.
Bukele, quien se presenta como el salvador de su pueblo, revela su verdadera cara al someter a los venezolanos que han ingresado al Cecot a trabajos forzosos. Bukele, actúa como un carcelero que utiliza tácticas autoritarias que despojan a las personas de su libertad y dignidad. Este acto de barbarie es alimentado por una alianza geopolítica con Estados Unidos, donde ambos regímenes comparten un enfoque represivo hacia la migración y los derechos humanos. Por esta razón, ya Bukele, es candidato para ser juzgado por la Corte Penal Internacional por crímenes de lesa humanidad.
Con su política de prohibiciones, Trump, ha implementado un régimen que restringe severamente los viajes a Estados Unidos a más de una docena de naciones, incluyendo Venezuela. Esta decisión, anunciada el 21 de marzo, pone en evidencia su desprecio por las decisiones previas del gobierno de Biden, a quien el actual presidente busca deslegitimar al anular indultos y políticas migratorias. La administración Trump no solo promulga un discurso de odio contra extranjeros, sino que también actúa en consonancia con una ideología xenofóbica que busca construir un estado cerradamente vigilante y hostil.
Marco Rubio, secretario de Estado y proarquitecto de esta política de deportación, es comparado con Heinrich Himmler, el creador de los campos de concentración de la Alemania nazi. Rubio, tiene sobre sus hombros la política migratoria del gobierno neonazi estadounidense, más temprano que tarde tendrá que responder ante la justicia por el aislacionismo que está llevando a los Estados Unidos y por la peor dictadura que haya llegado al poder.
La insistencia de Trump, en vincular la inmigración y el terrorismo es una maniobra peligrosa. En su narrativa, cualquier extranjero, especialmente si proviene de ciertos países, es automáticamente sospechoso. Eso establece un clima de miedo que trasciende fronteras y afecta tanto a aquellos que buscan nuevas oportunidades como a la propia imagen de Estados Unidos en el escenario mundial. La retórica de la seguridad nacional ha sido utilizada de manera estratégica para justificar violaciones a los derechos humanos, mientras que el temor se convierte en un mecanismo de control social.
Las implicaciones de esta política no se limitan a las fronteras estadounidenses. La cooperación con Bukele, ha planteado serias cuestiones sobre cómo la administración de Trump, está dispuesta a colaborar con regímenes autoritarios que permiten prácticas poco éticas y abusivas en nombre de la seguridad.
El aislacionismo de Trump, no es una política que protege a Estados Unidos. Es una sentencia de muerte para esta nación. La historia recordará este período como un capítulo oscuro, un ejemplo de cómo el miedo puede deshumanizar y dividir a sociedades enteras. Lo que está en juego es mucho más que unas pocas políticas migratorias; se trata de la esencia misma de lo que significa ser estadounidense en un mundo interconectado.
Permitir que estas ideas prosperen, es aceptar vivir en una pesadilla de intolerancia y miedo, donde la esperanza se convierte en un eco distante y apagado. Lo que sí está claro es que la genética de Donald Trump, tiene sus orígenes en Alemania. Su abuelo, Frederick Trump o Friedrich Drumpf llegó de Alemania a Estados Unidos en 1885. Será que Trump, solicitará una reforma a la Constitución para eliminar el término; Presidente por Führer que significa líder, jefe, conductor o guía y así referirse como gobernante supremo de Estados Unidos.
Por: William Gómez García/