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Néstor Huanca Chura

Unidad o derrota: la única opción para el movimiento indígena-popular y la izquierda boliviana

Bolivia se encamina hacia unas elecciones definitorias. Los principales candidatos de derecha y centro-derecha —Samuel Doria Medina y Jorge Tuto Quiroga— se muestran como primeros en las encuestas más recientes, con promedios que superan el 20% de intención de voto nacional. Doria Medina lidera con 20,63%, y Tuto Quiroga le sigue de cerca con 19,18%, según los estudios de Unitel, Red Uno y El Deber entre mayo y julio.

Juntos dominan en departamentos estratégicos como Santa Cruz, Tarija, Beni y Pando, superando en algunos casos el 30% de apoyo regional, y proyectan una mayoría parlamentaria.

Lo alarmante de esta proyección es el impacto directo en la conformación del parlamento, que podría resultar ser el siguiente:

En el Senado (36 escaños totales), el bloque de derecha podría asegurar 29 senadores. Esto supera ampliamente los 24 senadores necesarios para alcanzar los dos tercios.

En la Cámara de Diputados, la derecha proyecta obtener 90 diputados, superando los 87 diputados necesarios para los dos tercios.

Estas cifras implican control del poder legislativo. La historia nos ha mostrado que si la derecha consigue el control parlamentario, no será para gobernar con el pueblo, sino para gobernar sobre él. Convertirán el Congreso en una fábrica de leyes contra los pobres, desmontarán los derechos conquistados por las luchas populares, anularán los subsidios, los bonos ‘Juancito Pinto’ y ‘Juana Azurduy’, mutilando los derechos indígenas y blindando privilegios que jamás fueron compartidos, cerrarán el paso al voto popular y abrirán las puertas a la restauración elitista. No les interesa gobernar Bolivia: les interesa volver a controlarla como antes, para beneficio personal y de élites. Ya lo vimos en carne viva; las masacres de Sacaba y Senkata, los disparos contra manifestantes desarmados, el retorno del racismo institucional, el ultraje a la wiphala como símbolo de resistencia indígena, la persecución judicial y el silencio frente a la represión. No es una amenaza hipotética: ya sucedió. Ya gobernaron sin el voto, sin respeto y sin límites. Esta vez, con los dos tercios del Congreso, no necesitarán disfrazar nada.

En contraste, el bloque del movimiento indígena, popular y la izquierda, históricamente vinculado al Proceso de Cambio, se presenta dividido y debilitado. Andrónico Rodríguez apenas alcanza un promedio nacional del 12,57%, y viene en descenso (El Deber lo ubica en 8,26% en julio). Eva Copa, una figura popular en El Alto, registra apenas 1,19% nacional, mientras que el candidato del MAS, Eduardo Del Castillo, ronda el 1,94%, sin mostrar crecimiento sostenido.

Pero hay un dato silencioso que podría reconfigurar todo el tablero: el voto blanco, nulo e indeciso (BNI). Este segmento representa casi 28% del electorado, según el promedio de las cinco encuestas nacionales, más de uno de cada cuatro votantes aún no se identifica con ninguna opción. Y lo más relevante: ese voto indeciso proviene mayoritariamente de sectores indígenas, rurales y populares que históricamente han respaldado al MAS IPSP. Es decir, movimiento indígena, popular. La izquierda no ha perdido su base, simplemente espera una alternativa que surja de la unidad.

   

Más que estrategia, sería convicción.

La unidad del movimiento indígena-popular y la izquierda no es una ecuación aritmética, es una declaración de lealtad con los pueblos, con la lucha de los sindicatos, con la dignidad de los campesinos y con la memoria de aquellos que salieron a marchar; hermanas y hermanos que ofrendaron sus vidas por un país más justo. Esta elección no solo definirá quién gobierna, sino qué modelo de país sigue vigente.

La fragmentación no es ingenua; es una victoria anunciada para quienes buscan retroceder en derechos, en redistribución y en soberanía. Cada candidato de izquierda, indígena, trabajador, obrero, progresista que no mire la realidad, que no extienda la mano, que no se siente en la mesa del reencuentro, que no renuncie a ambiciones personales, contribuye —aunque sin quererlo— a que la derecha vuelva con más fuerza.

Por otro lado, en un escenario de redistribución del 70% del voto blanco, nulo o indeciso hacia Andrónico Rodríguez, Eva Copa y Eduardo del Castillo, el bloque podría alcanzar un 35 % de intención de voto. Eso significa que —si se logra la unidad, una articulación real, territorial y discursiva— el movimiento indígena popular y la izquierda podrían ganar en primera vuelta, sin necesidad de balotaje.

No es sólo discurso, es matemática electoral

Esta no es solo una estrategia electoral, es una cuestión de fidelidad política, de compromiso con el pueblo que construyó el Proceso de Cambio y que hoy mira con frustración desde la distancia. La unidad ya no es una opción, es una necesidad, una responsabilidad y —sobre todo— un acto de memoria colectiva.

Andrónico Rodríguez, con una base natural en Cochabamba, Potosí, La Paz y Oruro, podría superar el 28% nacional. Eva Copa representa el tejido social urbano que ningún partido puede ignorar. Del Castillo aporta institucionalidad y experiencia técnica; en realidad, todos quienes son parte del MAS-IPSP tienen la oportunidad de construir más que competir y ofrecerle al país una alternativa popular, territorial y gobernable, encarnando el reencuentro del Proceso de Cambio con su gente, con el pueblo y con sus orígenes.

La derecha ya está jugando sus cartas; la izquierda, debe decidir si quiere jugar unida, o ver la derrota desde su tribuna.

La derecha lo sabe, por eso necesita que el voto blanco, nulo o indeciso siga en silencio, por eso le conviene que el movimiento indígena popular y la izquierda permanezcan divididas; porque si se une, no sólo cambia la elección, cambia el país.

Una victoria en primera vuelta no sería sólo una hazaña electoral, sería el mensaje de millones de bolivianos que aún creen en la justicia social, en la redistribución, en la dignidad indígena y en el poder de las bases; sería la reconexión de la política con el pueblo.

El movimiento indígena popular y la izquierda tienen la historia, tienen a la gente y ahora —con un mínimo de voluntad política— puede tener el presente y el futuro; el camino está abierto.

Bolivia ya eligió antes, entre retrocesos y avances; hoy está esperando que quienes la representan vuelvan a caminar juntos.

Si el movimiento indígena popular y la izquierda quieren representar al pueblo, tienen que actuar como pueblo; unidos, decididos y con memoria. No basta con discursos paralelos ni candidaturas aisladas; frente a una derecha que ya mostró con las masacres, con el irrespeto a la wiphala, lo que haría si toma el poder total, Andrónico, Eva y Eduardo tienen la responsabilidad histórica de reunirse, porque separados serán minoría parlamentaria, pero juntos pueden ganar en primera vuelta, recuperar la mayoría legislativa, y cerrar la puerta a quienes gobernaron con balas, racismo y desprecio.

La pregunta no es si pueden hacerlo, es que deben hacerlo ahora; el pueblo pide unidad y la necesita más que nunca.

Por: Néstor Huanca Chura/


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