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El retorno de los ajayus y las flores del recuerdo

El retorno de los ajayus y las flores del recuerdo

Encuentro entre el Día de Todos los Santos – Bolivia y el Día de Muertos – México. Un diálogo entre dos tradiciones vivas.

Varinia Oros Rodríguez (*)

La mañana del 1 de noviembre a las 11.00 se abre con el aroma del pan recién horneado y la fragancia dulce del copal. En la Casa Museo Inés Córdova – Gil Imaná las mesas y los altares comenzarán a llenarse de vida: flores, velas, fotografías, frutas, panes en forma de escalera y calaveras de azúcar. Dos mundos, dos geografías del alma, se entrelazan en un mismo gesto: recordar.

La exposición ‘Encuentro de dos tradiciones en homenaje a las almas creadora’, organizada por la Casa Museo Inés Córdova – Gil Imana, dependiente de la Fundación Cultural del Banco Central de Bolivia (FC-BCB) y la Embajada de México en Bolivia, convoca este año a un diálogo entre el Día de Todos los Santos y el Día de Muertos.

En el corazón del museo, las ofrendas dialogarán en silencio, como si los ajayus bolivianos y las almas mexicanas se reconocieran mutuamente, trayendo consigo la memoria de quienes dieron forma, color y sentido al mundo con su arte.

En esta ocasión, el homenaje se dirige a las mujeres creadoras, aquellas que hicieron de su sensibilidad una manera de habitar el tiempo. Entre ellas, la maestra Inés Córdova, cuyo espíritu parece recorrer los pasillos del museo donde reposan sus obras.

La mesa levantada estará llena de símbolos: panes con formas humanas, frutas maduras, flores secas y pequeñas herramientas de arte. Cada objeto evoca su paso, su oficio, su gesto.

El retorno de los ajayus

En Bolivia, cada 1 de noviembre, los ajayus regresan al mediodía. No llegan solos, sino guiados por el aroma de las flores y el humo del incienso que se eleva desde las apxatas, altares domésticos que las familias preparan con esmero. Los panes rituales —t’antawawas, escaleras, caballos— son mensajes de bienvenida.

Al día siguiente, las familias se trasladan al cementerio, donde las almas son despedidas con rezos, música y comida compartida.

Esta costumbre, de raíz prehispánica, enlaza el mundo de los muertos con el ciclo agrícola. No se trata solo de recordar, sino de mantener viva la relación con la tierra y con los antepasados. Las lluvias que anuncian la fertilidad son también el signo del retorno espiritual: la vida brota cuando los muertos regresan.

Los pueblos andinos reconocen tres retornos del alma:

Qalta mara (primer año): el reencuentro inicial, con una mesa generosa.

Taypi mara (segundo año): una celebración más íntima.

Tukuy mara (tercer año): la despedida definitiva, cuando el alma se reintegra al mundo de los ancestros.

Cada etapa es una forma de cuidar la memoria y de asegurar que el ciclo de la vida continúe su curso.

Flores, colores y memorias de México

En México, el Día de Muertos es una de las celebraciones más emblemáticas y profundas de su cultura. Heredera de antiguas tradiciones nahuas, mexicas y purépechas, esta fiesta entiende la muerte no como ruptura, sino como continuidad. Desde tiempos prehispánicos se creía que las almas viajaban a distintos planos del inframundo, y que una vez al año podían regresar para convivir con los vivos.

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Altar de Muertos mexicano. | Foto: CRC, 2024

Por eso, el altar de muertos —lleno de color, aroma y simbolismo— es mucho más que una ofrenda: es un escenario del reencuentro. En él se colocan retratos, alimentos, bebidas, flores de cempasúchil, calaveras de azúcar, veladoras y papel picado que simboliza el aire y la fragilidad de la existencia. Cada nivel del altar representa un plano del universo: el cielo, la tierra y el inframundo, conectados por caminos de pétalos que guían a las almas.

El color naranja del cempasúchil —la flor del sol— ilumina el retorno de los difuntos; su aroma abre los caminos invisibles entre los mundos. Las velas marcan el sendero de regreso, mientras que el agua y la sal purifican el viaje. La comida preferida del difunto, el pan de muerto y las pequeñas ofrendas personales recuerdan la vida cotidiana y los afectos compartidos.

En México, la muerte se celebra con alegría, música y poesía. Las calaveras literarias —versos humorísticos dedicados a los vivos— y las comparsas llenas de color son parte de una visión donde el fin no asusta, sino enseña a vivir con conciencia y gratitud. La muerte se sienta a la mesa, conversa, ríe y baila: es parte de la existencia, no su negación.

Jóvenes miradas: arte y memoria compartida

Acompañando este encuentro de tradiciones, la exposición presenta también una muestra colectiva de jóvenes artistas bolivianos. Desde la pintura, la escultura, el grabado, la cerámica y otras disciplinas, estos creadores reinterpretan la fiesta de Todos Santos y su relación con nuestros antepasados.

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Exposición de jóvenes artistas. | Foto: Varinia Oros, 2025

Sus obras evocan la continuidad del arte como un acto de comunión: en ellas, las almas que regresan dialogan con nuevas generaciones que mantienen viva la llama de la creación. La mirada contemporánea se enlaza con la sabiduría ancestral, confirmando que el arte, al igual que la vida, es un ciclo que se renueva con cada ofrenda.

Una invitación al encuentro

La exposición permanecerá abierta durante diez días, invitando al público a recorrer este espacio donde el arte, la memoria y la espiritualidad se entrelazan. Cada visitante podrá descubrir en las mesas y altares que nos unen que, más allá de la distancia, Bolivia y México comparten una misma manera de entender la muerte: como parte luminosa de la vida.

Esta muestra es un puente entre culturas hermanas, una celebración compartida donde el recuerdo se transforma en belleza y el homenaje en creación. Aquí, entre flores, panes, calaveras y velas encendidas, comprendemos que nuestras tradiciones se miran mutuamente y se reconocen: porque al final, tenemos más similitudes que diferencias, y en ambas, el amor por quienes partieron sigue siendo la fuerza que nos reúne.

* Responsable de la Casa Museo Inés Córdova Gil Imana.


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