Los recuerdos pueden ser perecederos, pero las personas que pasan por la vida siempre dejan huella. Por eso cuando llega la despedida hay una suerte de intercambio implícito, somos como el viento, llevamos con nosotros algo de quienes conocimos.
Conocí a Rafael Bautista, alias el ‘Chuño’, feriante (en sus ratos libres), albañil, autodidacta y fan alteño de Olivia Newton John hace más de quince años. En ese entonces, él era un hombre menudo pero robusto, lo vi en una de esas calles empinadas donde los comerciantes instalan su mercadería en el suelo y forman una especie de fila alineada como los soldados en los cuarteles. La música siempre lo acompañaba, cargaba un parlante en su carrito de metal y en cajones de cartón CD de varios artistas. Manejaba una especie de catálogo para sus clientes en un cuaderno que estaba forrado con la foto de aquella rubia de ojos grises.
Mi bisabuela y abuela, ambas feriantes, tenían un puesto fijo en la feria 16 de Julio de la ciudad de El Alto, considerada como uno de los mercados callejeros más grandes del mundo. Según datos de la Cámara de Industria, tiene una extensión de 43 mil metros aproximadamente y cada vez crece más. Los domingos me convertía en una vendedora callejera, mi misión era ambular por los lugares más concurridos de esa feria con un carrito de metal que llevaba material escolar.
Uno de esos domingos, repletos de gente, mi carrito de dos ruedas se chocó con otro parecido al mío, pero llevaba a cuestas un parlante con dos altavoces. El hombre que lo manejaba me hizo un guiño y me dijo que conocía un buen lugar donde podíamos estacionarnos. Sin pensarlo lo seguí, en efecto, el sitio al que llegamos era tranquilo y también había clientes.
Don ‘Chuño’ —le dijo una señora con tono desafiante—, me debe dinero, cuándo resolverá lo del alquiler, le preguntaba. Al hombre parecía no importarle y sonriente le dijo que uno de estos días conseguía un contrato y enseguida se lo pagaría.
Please Mr Please
“Para mí eso no es nada, ese dinero en un día gano. Solo que ahora no puedo encontrar trabajo, pero ya aparecerá. Soy albañil, gano bien”, me dijo mientras colocaba en su reproductor un disco de Olivia Newton John.
“¿La conoces?”, me dijo.
—Sí, por la película Grease—, le respondí.
Colocó Please Mr Please y enseguida me tradujo la canción. “En la esquina de la barra hay una máquina de discos, con lo mejor de la música country, lo viejo y lo nuevo. Puedes escuchar cinco canciones por un cuarto. Y las canciones de alguien más cuando las tuyas terminen. Tengo buen whisky de Kentucky en el mostrador y mis amigos alrededor para ayudarme a aliviar el dolor”.
—Sabe inglés—, le dije.
“No, ni siquiera sé leer bien, pero uno aprende solo al escuchar las canciones. Si quieres aprender tienes que saber escuchar, esa es la clave de la vida”, dijo mientras recordaba su infancia.
Don ‘Chuño’ no pudo estudiar porque se vino del campo a sus diez años, vivió con unos tíos, pero pronto lo abandonaron, él se buscó la vida. “En estos años aprendí que puedes hacer todo lo que quieras, yo hubiera sido músico, pero ahora me conformo con grabar canciones en CD, traigo novedades, canciones que son buscadas por los coleccionistas”. Después, para ganarse la vida trabajaba de albañil. “Ese laburo sí me da para comer porque es rentable, pero esto de vender lo hago como un pasatiempo nomás”, alardeaba ladino.
If You Love Me (Let Me Know)
Aquellas melodías campiranas me recordaban a las películas de vaqueros que mi papá veía. Le dije que me gustaba esa música y me contó cuando se enamoró por primera vez. “Aquella chica tenía la sonrisa más dulce que jamás había visto, pero nos tuvimos que alejar, a veces tienes que dejar ir a quien amas”.
“Si me amas, déjame saber; si no, déjame ir”, eso es lo que dice, “pero a ti te falta mucho por saber y conocer”, me dijo.
Take Me Home, Country Roads
Don ‘Chuño’ desapareció el día que me iba a despedir. Su casera de api y el lustrabota con quien solía discutir sobre política dijeron que se fue al campo, a su hogar, de donde jamás debió salir. Entonces recordé lo que decía su canción favorita.
“Caminos de campo, llévenme a casa, al lugar al que pertenezco (…) madre montaña, llévenme a casa, caminos de campo”.
Más de quince años pasaron de ese encuentro que jamás olvidaré y que siempre vuelve a mi mente cuando me toca decir adiós.
Aquí interrumpo este pequeño relato para agradecer a todos quienes escribieron en este suplemento que fue iniciado por Óscar Alarcón y que después, por casualidad y el aliento del entonces director Marco Antonio Santivañez comencé a dirigir, a quienes agradezco por sus enseñanzas, el cariño y la confianza. A todos siempre los llevaré en el corazón y los recordaré con una sonrisa, como cuando don ‘Chuño’ me miró por última vez y exclamó “Mira tú sonrisa de oreja a oreja, podría jurar que eres la chica más feliz de toda la feria, incluso de la ciudad de El Alto”.
¿Y quién no lo es cuando recibe tanto de la vida?