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Vampiros de la crónica

Esta película, Tinta roja, puede ser la némesis de otras norteamericanas con cariz periodístico (nada que envidiar). Así es. Si el lector no se ha ubicado sobre este comentario crítico, trata sobre los quehaceres de la prensa de corte policial y de crónica.

La Paz, 15 de octubre de 2023 (AEP). – Esta es una película que siempre quise compartir con mis lectores ya que fue motivo de análisis en la carrera de Comunicación Social. Mi docente y amigo Richard Matienzo recomendó la cinta, ya que mostraba las pautas para aprender el oficio y la vocación de periodista. Ese periodismo de trinchera a lo García Márquez o William Randolph Hearst donde se escribe con sangre. Este fue mi análisis de esta producción peruana de 2002. Pese a ser viejita, enseña los gajes del oficio.

Después de haber visto películas norteamericanas como Zodiaco de David Fincher o Primicia mortal de Dan Gilroy es agradable saber que Lombardi, director peruano, ofrece una criatura teñida de sangre. Agradable en el sentido de que este filme, Tinta roja, puede ser la némesis de otras norteamericanas con cariz periodístico (nada que envidiar). Así es. Si el lector no se ha ubicado sobre este comentario crítico, trata sobre los quehaceres de la prensa de corte policial y de crónica.

Este largometraje está basado en la novela homónima del escritor chileno Alberto Fouget (Por favor, rebobinar), quien con esta obra le hace un homenaje a Vargas Llosa. Por eso en la película Alfonso Fernández (Giovanni Ciccia) le dice Varguitas. Además, está el genial actor Gianfranco Brero.

LA PELÍCULA

Diálogos vigorosos y soeces salpican la pantalla mientras una cámara nerviosa salta de un plano a otro sin sacar de foco al personaje. Estética de tono gris, pero que en la noche la fotografía se realza con los contrastes oscuros. Primeros planos y planos medios matizan la dinámica de la narrativa sin mostrar planos generales que permitan al espectador observar la gran ciudad de Perú. Personajes que en la noche son fantasmas semialumbrados por farolas. Nada comparado con la producción boliviana Muralla, que es una postal para el mundo mostrando intermitentemente el Illimani y la hoyada. Personajes tipológicamente bien logrados y con la dosificación de la música que está casi ausente. Buena dirección de Pancho Lombardi. Eso sí, presenta seres biónicos que nunca duermen, casi ni comen, pero beben y fornican hasta el hartazgo.

El largometraje bucea en aguas turbulentas de sangre, sexo, violación y muerte. El cronista del periódico El Clamor se nutre de sangre. Este es un vampiro moderno que si no clava los colmillos, no vive. Se regocija ante el dolor ajeno que exalta su felicidad de vinchuca lasciva que no tiene empatía.

La propuesta aborda el tema de la corrupción humana de los periodistas venidos a menos, periodistas sedientos de centavos. La condición del ser humano que se degrada y degrada a su especie por falta de ética viviendo en la faena de lo sórdido. El cronista, no el periodista, es un sabueso que “huele la sangre y el sexo” parafraseando al jefe de El Clamor, Ortega. Para ello lo importante es entretener, no informar y menos formar. Lo importante es deformar la consciencia de los lectores y de los periodistas bisoños como Alfonso, que abreva de su jefe desalmado Faúdez. Aquí la ética está proscrita.

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Varguitas está atrapado en el dilema de hacer lo correcto o no. Quiere ser novelista, pero su realidad le muestra la descarnada realidad de la prensa limeña. Aquí no caben la práctica amanerada de cafetería; aquí cabe ser un perro que lucha por su carroña y grafica lo más sórdido de las entrañas de la ciudad. Van Gogh que resuma arte y sangre (su vida un poema de lienzo, balas, cortes de oreja y locura). Otra paradoja, Van Gogh, el chofer, ostenta una sabiduría epicúrea, recitando aforismos a diestra y siniestra. Estos reporteros trabajan más el oficio de periodistas, antiquísima actividad ya superada. No ejercen la ilustrísima profesión del periodista a lo Luis Ramiro Beltrán. Necrófilos que fagocitan las desventuras de las víctimas de la calle.

Un gran reportero respeta el anonimato de los damnificados. No lesiona los bienes jurídicos de la sociedad como la privacidad, el honor, la imagen, etc. Necrófagos que no respetan la presunción de inocencia. Lobos que se comen a sí mismos. Como dice la canción de fondo. “No respetan ni a su familia, ni a sus padres”.

Alfonso es el arquetipo de amarillista advenedizo que hace leña hasta de su jefe. Clamor del aullido de amor hacia el morbo y la concupiscencia. La tinta de estos reporteros se extrae de los cadáveres de la noche. Al final, Alfonso se redime renunciando a su faena de carnicero.

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Escalofriante cinta que refleja la falta de protocolo tanto de autoridades judiciales (fiscales y policías) como gubernamentales. Abominable en cuanto al regocijo de un público lector que recibe con alborozo chismes de un cuarto poder degradado. William Ospina 1 dice que debemos olvidar el escarnio y exaltar la vida de gente luchadora. “El periodismo está hecho para contarnos casi siempre lo malo que ocurre. Lo que menos se cuenta es lo que sale bien. Nada tiene tanta publicidad como el crimen”, sostiene.

Javier Darío Restrepo 2 asegura que el buen periodismo hace reportajes de calidad respetando la privacidad de las personas, respetando la vida y la muerte. Buscando fuentes de información sin manipular la misma, ni sobornar a los rectores de la justicia.

“El periodismo es como la prostitución, está en la calle”. Si bien esta película no muestra el periodismo hidalgo, sí plantea el oficio bizarro de la palabra en las calles, como dice Faúdez. La telaraña de lo infausto, como dice Ospina. Esta criatura te dará las armas y herramientas para forjarte en la ruda faena de la ciudad y sus barrios marginales.  Pero también enseñará qué no se debe hacer.

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Lo que nadie discute es que un cronista, un reportero o un pregonero de noticias está ante su olivetti picoteando las teclas día y noche, implacable hasta sacar historias memorables de la gente. Varguitas y todos los cronistas son seres de la noche que como insepultos o vampiros chupan la sangre de sus víctimas hasta conseguir la primicia mortal.

1. Ospina William. La lampara maravillosa. Escritor colombiano.

2. Javier Darío Restrepo. Periodista y escritor colombiano.


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