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Alaska: ¿Un puente entre Rusia y EE.UU.?

156 años después de su venta, Alaska sigue siendo un símbolo de cómo la historia, la estrategia y la diplomacia se entrelazan en el tablero global.

La reunión entre los presidentes Vladímir Putin, de Rusia, y Donald Trump, de Estados Unidos, que tiene lugar este 15 de agosto en Alaska, capta la atención global no solo por su trascendencia política, sino también por la elección de su sede: un territorio que alguna vez fue ruso y que hoy simboliza tanto la conexión como la rivalidad entre ambas potencias.

La selección de Alaska como escenario para este encuentro no es casual. Se trata de la frontera natural entre ambos estados, separados por sólo 3,8 kilómetros en el Estrecho de Bering.

Además, este vasto territorio de unas 151 millones de hectáreas, adquirido por Estados Unidos en 1867 por $7,2 millones de dólares, fue durante décadas una posesión del Imperio Ruso. Su historia se remonta a las audaces expediciones de los cosacos en el siglo XVII, quienes, partiendo desde Siberia, llegaron hasta las costas del Pacífico y más allá, cruzando el estrecho de Bering.

El zar Pablo I fundó en 1799 la Compañía Ruso-Estadounidense para administrar Alaska, estableciendo puestos comerciales y explorando incluso hasta California, donde fundaron el Fuerte Ross. Sin embargo, la lejanía del territorio y las dificultades para defenderlo —evidenciadas durante la Guerra de Crimea— llevaron a Rusia a venderlo a Estados Unidos en 1867. En ese entonces, muchos estadounidenses criticaron la compra, tachando a Alaska de “tierra helada e inútil”. Actualmente, su valor estratégico es incuestionable.

Los vínculos históricos que tienen como escenario a ese territorio también tienen un precedente en la Segunda Guerra Mundial. Durante el conflicto bélico, EE.UU. y la URSS establecieron en secreto la ruta aérea Alsib (Alaska-Siberia) para enviar aviones y suministros al frente oriental. Construida en solo 11 meses bajo condiciones extremas, esta ruta de 6.500 kilómetros contó con pistas de aterrizaje, centros logísticos, y permitió el transporte de 7.908 aviones entre 1942 y 1945.

Los pilotos enfrentaron temperaturas de -50°C, equipos en inglés y falta de navegación adecuada, con al menos 114 muertes en accidentes. Aunque crucial para la victoria soviética, su historia permaneció oculta hasta que expediciones recientes comenzaron a recuperar su legado de cooperación y sacrificio en plena guerra contra las fuerzas nazis.

Otro dato significativo es que, al celebrarse la reunión en Alaska, Europa queda fuera de la ecuación política y geográficamente. Ningún líder europeo fue invitado a la cumbre protagonizada por Vladímir Putin y Donald Trump.

En el encuentro también cobra relevancia la disputa por el control del Ártico, una región crucial por sus recursos, rutas comerciales y valor estratégico. Mientras Rusia y China fortalecen su colaboración en la zona, con proyectos como la Ruta del Mar del Norte y ejercicios militares conjuntos, EE.UU. pierde terreno aunque busca impulsar alianzas como el ICE Pact.

En este sentido, se especula que, en la cumbre de Anchorage, Trump podría proponer a Putin una posible exploración conjunta o acuerdos de recursos para contrarrestar a China, pero los vínculos entre Moscú y Beijing se mantienen fuertes. Sin ir más lejos, el 22 de julio de este año, científicos de ambos países iniciaron una expedición marina de 45 días en el Ártico a bordo del buque ‘Akademik M.A. Lavrentiev’.

En un contexto de creciente tensión entre Occidente y Rusia —agravada por la operación especial rusa en Ucrania y las sanciones económicas contra Moscú—, Alaska emerge como un lugar neutral pero significativo. Es el punto más cercano entre ambos países, separado solo por 85 kilómetros del territorio ruso en el estrecho de Bering. Además, su baja densidad poblacional y su aislamiento geográfico lo convierten en un lugar ideal para evitar protestas o sabotajes.

Fuentes cercanas a la organización del evento sugieren que la administración Trump descartó otras sedes ante el riesgo de manifestaciones impulsadas por grupos de la diáspora ucraniana o por opositores políticos. Anchorage, con su infraestructura controlable y accesibilidad limitada (principalmente aérea), ofrece un escenario seguro.

Aunque las expectativas son moderadas, el solo hecho de que ambos líderes se sienten a hablar marca un contraste frente a la diplomacia hostil de años recientes. Alaska, testigo de un pasado compartido, hoy sirve de escenario para un diálogo que podría definir el futuro de las relaciones entre Rusia y Occidente.

TeleSUR


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