Pese al contexto bélico con Chile y Argentina, el 30 de junio de 1838, el mariscal Andrés de Santa Cruz decretó la creación de bibliotecas públicas en Bolivia, estableciendo un hito en la historia cultural del país.
El 30 de junio se celebró el Día del Bibliotecario Boliviano (1) en homenaje a lo acontecido en 1838 en la misma fecha, cuando el mariscal Andrés de Santa Cruz decretó el establecimiento de bibliotecas públicas en los departamentos del país, incluso el Litoral y Tarija, los más alejados de los centros del poder político y comercial de la república. Lo notable es que el decreto erige las bibliotecas públicas en medio de un contexto bélico en el que Bolivia enfrentó a los ejércitos de Chile y Argentina.
La formación de bibliotecas públicas fue impulsada por las élites ilustradas que, a diferencia de la época colonial, volcaron sus esfuerzos para construir una alternativa de alfabetización y fomento a la lectura de las mayorías nacionales. La lectura y la ilustración eran consideradas como el motor para el desarrollo y la civilización.
El contexto latinoamericano
Con el triunfo de la independencia, en medio de 16 años de guerra sin cuartel, las incipientes repúblicas latinoamericanas organizaron sus administraciones, estableciendo gobiernos unitarios y federales, abriendo una nueva era para romper las ataduras coloniales e iniciar una república de ciudadanos. Los flamantes gobiernos republicanos enfrentaron un nuevo desafío: emprender la batalla contra el analfabetismo y fomentar la lectura, para ese fin dieron importancia superior al establecimiento de bibliotecas públicas, procediendo a la creación de bibliotecas nacionales, iniciando un proceso de desarrollo cultural a partir de la difusión de la lectura y la ilustración, un derecho detentado por las élites en la época colonial, seno del que paradójicamente surge la difusión de las ideas independentistas.
El papel de las bibliotecas nacionales estaba enfocado a adquirir la literatura internacional disponible para fomentar la lectura y recoger la producción bibliográfica nacional, sentando las bases del futuro sistema de depósito legal, que obliga a las imprentas a entregar ejemplares de libre disposición para uso de la población.
En esa época fueron creadas las bibliotecas públicas, siendo la primera en Sudamérica la que ordenó instalar la Junta de Mayo, por intermedio del secretario Mariano Moreno, en Buenos Aires (1810), inaugurada finalmente por Bernardino Rivadavia con 12.000 ejemplares en 1812. Manuel Moreno, hermano de Mariano Moreno, fue designado primer director de la Biblioteca Pública (que a la vez cultivó una de las mayores bibliotecas privadas de su tiempo, reputada como la biblioteca particular “más grande de la época”). La Biblioteca Pública pasó a depender del Gobierno nacional, el 9 de septiembre de 1884, tomando la denominación de Biblioteca Nacional, siendo director Antonio Wilde. A su muerte, en 1885, el célebre escritor, historiador y crítico literario francés, Paul Groussac, asumió como director y permaneció en el cargo por 44 años, en los que desempeñó “labor incansable, [cuya] destacada personalidad e inteligencia profunda e implacable, produjeron un avance digno de destacar” (2). Paul Groussac fundó La Biblioteca, revista de la Biblioteca Nacional, en 1896. En 1955, ocupó ese alto cargo, Jorge Luis Borges.
Le siguió la Biblioteca Pública de Montevideo (1816); la de Santiago de Chile; y de Lima fundada por el Gral. José de San Martín en 1821. La Biblioteca Nacional del Perú se fortaleció con 11.256 volúmenes que pertenecieron a las bibliotecas de la Universidad Mayor de San Marcos de la Orden de los Jesuitas y se enriqueció con las donaciones de Bernardo Monteagudo, José Hipólito Unanue y los 762 volúmenes y 86 cartas geográficas de la biblioteca particular del propio San Martín. La Biblioteca Nacional sufrió los embates de la guerra con España, siendo saqueada en dos ocasiones (1823 y 1824) por tropas realistas y, posteriormente, como consecuencia de la ocupación de tropas chilenas en 1881 y 1883 durante la guerra del Pacífico, fue tomada por asalto y trasladada prácticamente en su integridad hasta Santiago, como informó Ricardo Palma, el ‘Bibliotecario Mendigo’, al Ministro de Justicia, en noviembre de 1883: “Biblioteca no existe; pues de los cincuenta seis mil volúmenes que ella contuvo sólo he encontrado setecientos treinta y ocho”. Paradojas de la historia: la Biblioteca del Congreso de Chile, creada por Pedro Montt como Biblioteca de la Cámara de Diputados en 1883, pasó a servir a ambas cámaras como Biblioteca del Congreso en 1885 y formó, en poco, tiempo una formidable colección que fue devorada por el fuego en un incendio que se suscitó en 1895 (3).
Creación de las Bibliotecas
Públicas en Bolivia
Bolivia fue la última nación sudamericana en liberarse del régimen español. El general Simón Bolívar envió al joven mariscal de Ayacucho, Antonio José de Sucre, para rendir al bastión hispano del general Pedro Antonio de Olañeta, quien debía deponer las armas o presentar combate. En su condición de General en Jefe del Ejército Libertador, Sucre cruzó el río Desaguadero y asumió el gobierno del territorio de Charcas. En ese ínterin, en abril de 1825, el Mariscal Andrés de Santa Cruz creó la primera biblioteca pública de Charcas, en la ciudad de La Plata (Sucre), designando al Dr. Agustín Fernández de Córdova como director y primer bibliotecario (4), sostenida con los recursos generados por cuatro curatos.
Sucre convocó a la Asamblea Deliberante que determinó la creación de la República de Bolívar el 6 de agosto de 1825. Sin embargo, la Constitución Política del Estado de Bolivia, promulgada en 1826, marginó a los pueblos indígenas, negros, mulatos y mujeres de los derechos civiles, reservados a criollos latifundistas y la clase de artesanos mestizos, calificando a los indígenas como ‘bolivianos’, estableciendo el lapso de diez años para que alcancen la alfabetización y pasen a ser considerados ‘ciudadanos’. Los indígenas, reconocidos como ‘bolivianos’, continuaron en la misma situación de sometimiento que en la época colonial. Para ellos, la República no tuvo significado alguno; más, el nuevo Estado gravó a las comunidades indígenas originarias con la pesada carga de la contribución indigenal, de tal manera que el Tesoro General de la Nación recibía por este concepto hasta el 45% de sus ingresos.
El 24 de mayo de 1829 asumió la presidencia de Bolivia Andrés de Santa Cruz, Mariscal de Zepita. En julio, su plan de Gobierno menciona como pilares fundamentales la concordia, reciprocidad y “olvido eterno de agravios y rencores”; el respeto a los negocios eclesiásticos “sin supersticiones, sin fanatismo”; el “dulce deber de pagar a su Gobierno un justo tributo”; pero, sobre todos ellos se refiere a la educación pública (que) “ha llamado su atención con preferencia: escuelas y liceos, planes de estudios, maestros y sus dotaciones. Medios de comunicación de ideas y pensamientos; honor a los literatos, Ese su afán y su embeleso” (5). La importancia del libro y del conocimiento que transmite, el papel de las bibliotecas y del rol de los bibliotecarios, eran considerados en conjunto los “medios de comunicación de ideas y pensamientos”.
El 28 de octubre de 1836, fue establecida la Confederación Perú-Boliviana, facultada por las Asambleas de Sicuani (Estado Sudperuano), Haura (Estado Norperuano) y Tapacarí (Bolivia). Posteriormente el congreso de plenipotenciarios de Tacna suscribió el Pacto de Tacna, el 1 de mayo de 1837, donde se le otorgó el título de Protector de la Confederación.
El 24 de junio de 1838, las tropas argentinas aliadas a Chile invadieron las fronteras del sur de Bolivia, siendo rechazadas cerca de Jujuy en la batalla de Montenegro, en la brillante acción de armas del Gral. Otto Felipe Braun al mando de los coraceros del Batallón Socabaya, en el que participó “una porción selecta de tarijeños, que han correspondido dignamente al honroso título de hijos predilectos de Bolivia” (6).
Se puede pensar con justa razón que no era el momento adecuado para ocuparse de bibliotecas, pues Bolivia enfrentaba una situación de estado de guerra internacional, debido a la férrea oposición de Argentina y Chile a la Confederación Perú-Boliviana. Es por ello admirable y sorprendente que el mariscal hubiera hecho un alto para firmar el decreto de fomento a la lectura, escribiendo así una de las páginas épicas en la historia de las bibliotecas de Bolivia. Santa Cruz soñaba con bibliotecas cómodas y bien dotadas, limpias y aseadas, donde debían habitar siempre el portero y un bibliotecario, que dependían de la suprema inspección del Gobierno, bajo la dirección del Instituto Nacional y de las sociedades de literatura a nivel departamental. En su propuesta, las bibliotecas públicas dependen del órgano superior (Instituto Nacional) (7) y en forma directa de las sociedades de literatura (8) en cada departamento, medidas entendidas como política de Estado para garantizar el acceso a la cultura.
Santa Cruz diseñó una estrategia eficaz para garantizar el éxito de la empresa cultural y educativa, pues las bibliotecas públicas debían estar dirigidas por hombres probos, para ello instruyó crear dos instituciones culturales. La primera fue instalada el 6 de agosto de 1838 en la universidad San Xavier de Chuquisaca (Sucre). Desde El Boliviano se dijo que “el Gobierno nacional consagra sus desvelos a hacer la república respetable en el exterior, sin desatender la prosperidad interior, ligado cuanto tiende a difundir las luces” (9). Por su parte, la Sociedad Literaria fue instalada el 28 de octubre (día del natalicio del libertador Simón Bolívar) (10).
Tomó previsiones económicas para su sostenimiento (rentas, impuestos y diversos gravámenes, incluyendo los de uso “reservado” de su despacho), dotación de personal (un director, dos bibliotecarios y un portero), la provisión de material bibliográfico (ordenó recoger los libros de los colegios de ciencias y artes y de los conventos extinguidos), instauró el depósito legal (obligación de toda imprenta de pasar a cada una de las bibliotecas públicas un ejemplar de los que den a luz) e infraestructura (instruyó a los prefectos señalar el edificio para su funcionamiento y la dotación de muebles y útiles necesarios) (11).
Armis et litteris: las bibliotecas, antes que las guerras
Entretanto, la administración de Santa Cruz combatía las tropas argentinas aliadas a Chile que invadieron las fronteras del sur de Bolivia el 24 de junio de 1838. En julio, Luis José Orbegoso y Nieto organiza una revolución, desconociendo el poder conferido a Santa Cruz y se alía con Chile (12). El 16 de julio, el Gral. Manuel Bulnes sale de Valparaíso con 30 barcos de guerra transportando 5.400 soldados. Protegido por éste, el general Agustín Gamarra es nombrado encargado de la República del Perú (13), sin embargo, Santa Cruz ingresa triunfal en Lima el 10 de noviembre, en medio de vítores y un caluroso recibimiento de la población.
En ese contexto, el 30 de noviembre de 1838 se inauguró, en solemne acto, la Biblioteca Pública de La Paz (14), engalanado con discursos de fervor cívico del prefecto, autoridades del municipio, de la Universidad Mayor de San Andrés, de la Academia Bolívar y de la Sociedad de Literatura. El director, José Manuel Loza, lo calificó como “acontecimiento extraordinario que nos hace gustar de la paz entre las zozobras de la guerra”, afirmando que “un torrente de luz se deposita en este archivo de las producciones intelectuales del hombre”. Agradeció a los 44 ‘hijos del Illimani’ que obsequiaron 695 tomos y la suma de 110 pesos para enriquecer la naciente biblioteca y evocó con aprecio al mariscal ausente: “Vosotros habéis iluminado la cuna de Santa Cruz, destinado a ilustrar su nombre armis et litteris”, el restaurador de la patria, mecenas supremo de la literatura (15).
El 20 de enero se produce la batalla de Yungay, favorable a Chile, decretando la disolución de la Confederación y la caída de Santa Cruz. No obstante, en ese mundo de armis et litteris, la obra cultural que inició continuó intermitente, pero imparable. Las bibliotecas públicas nacieron en ese álgido contexto, sobreviviendo en la época posterior. Tanto el Instituto Nacional como las sociedades de literatura se consolidaron y entran en función al ser vitales para el normal desarrollo de las bibliotecas públicas.
1. Establecido por Resolución ministerial del Ministerio de Trabajo, 511/2007, de 28 de septiembre de 2007.
2. Etchepareborda, M. (2013). Manuscritos: su trayectoria. La Biblioteca. Revista fundada por Paul Grosussac. Cuestión Borges (13), 426-434.
3. Labatut, A. (1923). Catálogo de la Biblioteca del Congreso Nacional, 1921-1922. Santiago de Chile: Imprenta Cervantes.
4. Poppe, H. (2000). La Biblioteca y el Archivo Nacionales de Bolivia. Historia y compilación de leyes. Sucre: Industrias Gráficas Qori Llama.
5. El Iris de La Paz, sábado 11 de julio de 1829.
6. El Iris de La Paz, jueves 2 de agosto de 1838.
7. Creado por Ley de 9 de enero de 1827, sancionado por el Congreso Constituyente de 1832 como “cuerpo promotor de los progresos de la ilustración”.
8. Sociedad Literaria de La Paz de Ayacucho creada por la misma Ley, refrendada por Orden de 12 de junio de 1838 y la Ley de 29 de junio de 1830 para “promover los progresos de la ilustración (y) uniformar la enseñanza”.
9. Discurso del arzobispo de La Paz, vicerrector del Instituto Nacional, reproducido por El Iris de La Paz el domingo 2 de septiembre de 1838.
10. El Iris de La Paz, jueves 1 de noviembre de 1838.
11. Decreto de 30.6.1838, publicado por El Iris de La Paz.
12. “Amigo…”, en El Iris de La Paz, viernes 7 de septiembre de 1838.
13. El Iris de La Paz, domingo 8 de julio de 1838.
14. El Iris de La Paz, domingo 2 de diciembre de 1839.
15. “Discurso del director de la Biblioteca Pública, Dr. José Manuel Loza”, en El Iris de La Paz, domingo 2 de diciembre de 1839.
*Luis Oporto Ordóñez es Magister Scietiarum en Historias Andinas y Amazónicas. Docente titular de la carrera de Historia de la UMSA.