A pesar de la complejidad y dedicación de los titiriteros, su arte sigue siendo subestimado y relegado en el panorama teatral, debido a prejuicios clasistas y una falta de apreciación de lo local.
Para darle vida a un títere, verosímil, impactante y conmovedor, es necesario un largo proceso de estudio y exploración; cultivar las aptitudes físicas que permitan producir movimientos sutiles y precisos en un personaje; encontrar y desarrollar su voz, sus tonos, silencios y suspiros. Para que el espectador sienta que el títere se puso eufórico, apenado, pensativo, tierno, inocente o maléfico; o más todavía, que (aún el rostro del títere sea una superficie inerte) parezca haber realizado gestos como guiñar un ojo, fruncir la nariz o morder una fruta, se necesita de la magia del titiritero o la titiritera: no existe la magia de los títeres.
Títeres de la obra Historias de circo.
La convención teatral
El teatro propone (y el espectador acepta) que la historia que ocurre en el escenario es cierta, esa es la convención.
Elemento fundamental en la construcción de esa credibilidad son los cuerpos humanos que encarnan a los personajes; en el caso de los títeres, son los objetos animados por titiriteros/as (desde atrás, desde abajo o arriba, dependiendo de la técnica) los que juegan ese rol. Salvada esta obviedad, el resto de elementos es compartido entre teatro de actores y teatro de títeres: un texto dramático, diseño escenográfico, sonoro, lumínico vestuario, caracterización de los personajes, etc.
Después de una función
Las representaciones suelen colmar las expectativas del público y los actores en distinto grado. Digamos que quedaron complacidos; unos por haber disfrutado de una buena representación y los otros por haber sentido que lo hicieron bien. Después de los aplausos, de los comentarios y halagos al espectáculo y cuando se trata de valorar el papel de los actores… ahí se abre un cisma entre las consideraciones que se hacen a las virtudes de los actores de teatro respecto a los actores titiriteros.
Los personajes de Los tres pelos del diablo.
De los actores/actrices de teatro se dirá: magnífica personificación… sólido y versátil… hace del personaje particularmente entrañable… maravillosa actriz. En cambio, de titiriteras/os el comentario se restringirá al limitado y chato lugar común de la magia de los títeres; falso halago, frase hecha que invisibiliza a los artistas y a su oficio.
Esbocemos algunas hipótesis acerca de lo que está detrás de manera de ver al teatro de títeres y a sus protagonistas.
Complejo de inferioridad
El menosprecio por lo propio, asumiéndolo de calidad baja, inferior respecto a lo que pueda venir de lejanas y mitificadas tierras, se expresa en algo tan simple como visualizar en mayor medida al titiritero extranjero, leve o agudamente menos oscuro que el nativo. Este juicio es independiente de la calidad de su trabajo, pero, también, puede fundarse en opiniones estéticas desarrolladas más allá de nuestras fronteras y según paradigmas que ignoran la historia y características propias de la escena local.
Citando a Alejandro Tomasini: “En el arte no toda la población tiene acceso a otros mundos y otras culturas. Son las élites, los sectores privilegiados que tienen facilidad para presenciar espectáculos internacionales, acá o en otros países (viajar), formarse de manera especializada, conocer otras cosas y son, precisamente ellos, que anteponen lo más cosmopolita y extraño en detrimento de lo propio”. A esta conducta —en México— se le ha otorgado el nombre malinchismo. En la definición de malinchismo, el racismo y el clasismo están íntimamente conectados...
Titiriteros de Argentina, Colombia, Chile y Bolivia. Foto: Festititreres 2017
Clasismo
La mayoría apabullante de titiriteros y titiriteras en nuestro país proviene de sectores populares y desarrolla sus acciones en espacios no convencionales: patios de escuelas, plazas de barrios populares y poblaciones rurales, incluidas las celebraciones infantiles. Su presencia en escenarios oficiales (teatros de las ciudades) o postulación a eventos teatrales relevantes (festivales, premios, encuentros, etc.) suele causar desconcierto, molestia y hasta la eliminación automática por parte de los representantes de la que consideran la única forma de teatro: el teatro de actores.
Son excepcionales los casos de artistas —reconocidos por el círculo culto, amparados y/o acogidos por entidades públicas o privadas— que, perteneciendo a las élites, se han dedicado a los títeres, con gran cobertura y apoyo. De ellos se dirá que son o fueron los precursores de los títeres o los fundadores de una tradición inexistente.
Personajes de la obra Los tres pelos del diablo.
La junt’ucha
Para nadie es desconocido el reducido tamaño del ambiente teatral en nuestro país. Descontando el público esporádico o circunstancial que asiste a representaciones teatrales, el círculo teatral tiene la forma de un clan o, mejor dicho, de una junt’ucha. Forman parte de ella antiguas y nuevas generaciones de reconocidas/os actores y actrices, familiares en grados cercanos de consanguinidad, amigas y amigos del mismo círculo social, artistas extranjeros radicados en el país que aún sin quererlo quedan adscritos, periodistas e intelectuales portadores de determinado capital cultural. Si algún extraño pretendiera acercarse a la junt’ucha, requerirá del aval de otro miembro del círculo íntimo y, de ser admitido, ingresará con un estatus distinto y subordinado.
Carmen Cárdenas representa a Choloman y el pirata.
Los miembros de la junt’ucha teatral serán beneficiarios, casi exclusivos del apoyo de la cooperación internacional, de los fondos concursables y del auspicio empresarial. Endógamos por naturaleza, son los que asisten —siempre las mismas caras— a las obras de otros miembros de la cofradía, las aplauden y reseñan en la prensa escrita, virtual o no, donde se ponderará su trayectoria, virtudes actorales o dramatúrgicas.
Bayardo Loredo en ensayo.
* Fundador de Títeres Elwaky
La Paz/AEP