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Cartel en zona de excavaciones.

La tricolor boliviana sigue oculta en el histórico fortín de Boquerón

La Bandera Nacional, enterrada y protegida celosamente por los combatientes bolivianos, permanece hasta hoy en los campos de muerte de Boquerón.

El fortín Boquerón, defendido por el teniente coronel Manuel Marzana y su tropa boliviana, cayó en manos paraguayas después de 23 días de una contienda desigual.

Las fuerzas paraguayas, lideradas por el teniente coronel José Félix Estigarribia, superaban en número y armamento a los soldados bolivianos en una proporción abrumadora de 29 a 1.

A pesar de la resistencia de 619 hombres, las tropas bolivianas enfrentaron un doble cerco de 18.000 soldados paraguayos.

El jueves 29 de septiembre de 1932, el comando paraguayo toma el campo de 3.800 metros cuadrados y —de acuerdo con el libro de memorias de Marzana, La gran batalla de Boquerón— lleno de ira no puede creer que el enemigo hubiera combatido solo con 240 hombres en los últimos días de la batalla.

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Los interrogatorios sumarios de los prisioneros extenuados revelaron que, al final, no quedaban más que ruinas en el fortín.

—¿Cuántos eran?

— 619.

Los paraguayos no lo pueden creer, no lo quieren creer.

—¿Dónde están las ametralladoras, los cañones?

—Están destruidos, es la respuesta boliviana.

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Página del periódico Última Hora informa del acontecimiento.

En las trincheras hay cientos de muertos bolivianos y en campo de batalla miles de paraguayos insepultos y descompuestos, abatidos por la metralla y la sed. Otros agonizan por las heridas, el hambre y la sed.

Las tropas de Estigarribia, con enormes pérdidas, quieren al menos los trofeos de guerra de Boquerón e interrogan por los símbolos patrios.

—¿La bandera del fortín?

—Nadie sabe de ella.

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La perito forense junto con los arqueólogos españoles.

En las horas decisivas, sin agua, sin comida ni munición, Marzana había impuesto a sus hombres una rigurosa disciplina de fuego controlada por sus oficiales, lo que permitió, dice en su libro, prolongar la resistencia más allá de lo imposible.

En esos momentos, ante el sino adverso de lo inevitable, ordenó el inmediato entierro de símbolos de guerra de orgullo personal de sus oficiales, y de la enseña tricolor que ondeó en el fortín, para que no cayeran en poder del enemigo.

Hasta el día de hoy, esa enseña permanece oculta bajo el suelo del Chaco.

Forenses en Boquerón

Desde septiembre, cuando se cumplieron 92 años de la famosa batalla, un equipo de peritos forenses de la Secretaría Nacional de Cultura del Gobierno de Paraguay, junto con arqueólogos españoles de la Universidad de Alcalá de Henares, desarrolla un trabajo de exploración en el histórico fortín Boquerón.

Durante las excavaciones, reportan medios paraguayos, se encontraron fragmentos de municiones y otros materiales bélicos que dan cuenta de la ferocidad de los combates.

Los recuerdos de los soldados y la bandera boliviana, sin embargo, permanecen inalcanzables bajo la tierra candente del Chaco.

Los descubrimientos ayudan a comprender mejor las condiciones de vida de los soldados de ambos ejércitos.

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Los arqueólogos españoles excavan en la zona.

En el paisaje inhóspito y el calor extremo, calvario de bolivianos y paraguayos, se hallaron municiones de excedentes de la Primera Guerra Mundial, vendidas a ambos bandos. Incluso se han descubierto balas de origen rumano y algunas fabricadas en el siglo XIX, que permanecieron almacenadas en Europa durante décadas antes de ser vendidas en los años previos a la guerra y utilizadas en Boquerón.

Los forenses han documentado que la batalla fue “feroz”, evidenciada por la constante presencia de restos de municiones en todas las áreas excavadas, tanto en las trincheras como en el patio de armas, e incluso en las zonas de chozas bolivianas que teóricamente deberían haber estado más seguras.

El equipo de arqueólogos también ha observado que durante el sitio del fortín hubo bombardeos masivos con artillería y morteros, cuyos restos letales de munición se encuentran dispersos por todas las áreas.

Uno de los hallazgos sorprendentes fue una máscara de gas. Aunque las fuentes escritas confirman que nunca se utilizaron ataques químicos en la Guerra del Chaco, ambos bandos compraron o fabricaron máscaras debido al miedo a que se empleara este tipo de armas.

El proyecto arqueológico paraguayo tiene como objetivo explorar en profundidad las áreas clave del fortín, incluyendo las trincheras, los emplazamientos de ametralladoras y los barracones donde los soldados vivían y combatían.

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Otros materiales bélicos revelan la dureza del conflicto.

En una combinación de excavación tradicional y tecnología avanzada, como el uso de drones para realizar estudios fotogramétricos aéreos, los investigadores esperan mapear y documentar el sitio de una de las primeras grandes batallas de la Guerra del Chaco.

Esta labor permitirá a los historiadores y al público en general obtener una visión más detallada de las condiciones de vida y combate en uno de los conflictos más sangrientos del siglo XX en América Latina.

A nivel local, confían en que genere un impacto positivo en el turismo cultural de la región, la más aislada y poco poblada del Paraguay, y la economía regional, a través de la preservación de su propia historia.

29 de septiembre de 1932

Al despuntar el alba, agazapados y escondidos en las montañas, los zorros aullaban sin cesar. Los soldados paraguayos, entre humos de la artillería y la densa vegetación, se esfuerzan por imitar a ese animal como señal para sus comunicaciones. A Marzana el sonido insistente y molesto le había traído a la mente un mal presentimiento, pero la artillería enemiga le devuelve a la dura realidad. En las trincheras, sus exhaustos hombres, agazapados como fieras tras su presa, aguardan y esperan. Sin munición, agua ni alimentos, la espera parece estar encaminada hacia una muerte segura.

Un día antes, 28 de septiembre de 1932, el comando paraguayo, según las crónicas del coronel Carlos Fernández, insistió en el propósito de dar término, lo antes posible, al asedio de Boquerón, sin reparar ya en las pérdidas.

El agua se agotaba y el abastecimiento más próximo estaba a 50 kilómetros de distancia.

El coronel Marzana lo sabía, nadie más que él para darse cuenta de la situación. El día de la batalla final había sido definido. El comando le había ordenado —de acuerdo con la entrevista que concedió a el periódico El Diario en 1975— esperar tres a cuatro días más la llegada de la Octava División como refuerzo

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Los nuevos hallazgos ayudan a comprender mejor la batalla. Fotos: Secretaría Nacional de Cultura del Paraguay

“El alimento moral bien puede compensar las privaciones físicas”, le dijeron.

Pero el presidente Daniel Salamanca fue más severo en sus instrucciones: “Comunique al teniente coronel Manuel Marzana que en ningún caso, bajo ningún pretexto, el fortín Boquerón debe ser abandonado, manteniéndose las tropas hasta perder al último soldado”.

En el campo de batalla, regados en el suelo, yacían decenas de muertos y heridos que no podían ser retirados.

“La enorme desigualdad numérica de fuerzas nos expondrá al deshonor y la vergüenza internacional, tendremos que resignarnos a perderlo todo. Me atengo a la opinión imparcial del mundo entero que ha contemplado esta batalla, tan desigual como estúpida”, escribió Marzana en sus memorias.

A pesar de las circunstancias dramáticas de esos aciagos momentos, no primaba el deseo de querer vivir, sino de vencer a toda costa.

Durante 23 días, los Regimientos Campos de La Paz y el 14° de Infantería de Oruro rechazaron los repetidos ataques del ejército paraguayo que intentaba ocupar el Fortín, cercado por más de 18.000 soldados.

El ejército boliviano rompió tres veces el cerco paraguayo y en uno de ellos logró ingresar comida para los hambrientos soldados y algunos hombres que aumentaron el número hasta 619.

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Durante las excavaciones se encontraron fragmentos de municiones.

El combate llenó los hospitales y cementerios paraguayos con más de 2.500 heridos y cerca de 5.000 muertos.

La defensa de Boquerón fue alabada por el poeta Julio Díaz Arguedas, como una de las acciones militares más heroicas de la historia de la humanidad.

La Bandera Nacional que flameó en el fortín de Boquerón durante 23 días nunca fue encontrada y ya nadie sabe el lugar de su escondite, sin embargo, otra tricolor de guerra fue preservada, se salvó de ser descubierta y hoy se la puede ver en el Museo de Historia Militar de La Paz.

La Guerra del Chaco se extendió por tres años desde que bolivianos y paraguayos dispararon las primeras balas en el caserío denominado Masamaclay, en el camino Villamontes - Boyuibe, que en lengua indígena chaqueña significa “lugar donde pelearon dos hermanos”.

La Paz/AEP


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