La muerte de Ernesto Che Guevara no significó el final de su historia. En su lugar, dio inicio a lo que muchos consideran la ‘maldición del Che’. Aquellos que de una u otra manera participaron en su captura o ejecución enfrentaron trágicos destinos.
El 8 de octubre de 1967 marcó un hito en la historia de Bolivia y del mundo. Ese día, Ernesto Che Guevara, un ícono de la lucha revolucionaria, fue atrapado junto a su pequeño grupo de guerrilleros en La Higuera, luego de haber sido delatado por un campesino.
La captura del Che no solo selló su destino, sino que también desató una serie de tragedias y desgracias que parecen haberse tejido en torno a aquellos que jugaron un papel en su muerte.
La leyenda de la maldición que perseguía a los hombres que, de alguna manera u otra, habían estado relacionados con la muerte de Ernesto Guevara parecía una verdad incuestionable.
La captura del Che: Un momento decisivo
Junto con el líder revolucionario, un grupo de 17 hombres, muchos de ellos heridos y en pésimas condiciones físicas, se vio rodeado por un centenar de rangers bolivianos. A la cabeza del operativo estaba el capitán Gary Prado Salmón, quien había recibido la información del campesino Pedro Peña, que había avistado a los guerrilleros cruzando un sembradío de papas.
Mario Terán Salazar, el militar que segó la vida del Che Guevara.
Una ráfaga de fusil impactó a Guevara en la pantorrilla derecha, lo que provocó la destrucción de su carabina M2 y lo dejó incapacitado. Este instante no solo significó la captura de uno de los guerrilleros más buscados del mundo, sino que también desencadenó una serie de decisiones fatídicas.
Gary Prado en silla de ruedas.
La orden de muerte: Un destino sellado
A medida que la noticia de la captura del Che se propagaba, el teniente coronel Andrés Selich y el agente de la CIA Félix Rodríguez llegaron en helicóptero desde Vallegrande, ansiosos por ver al guerrillero con sus propios ojos. Sin embargo, la incertidumbre sobre su futuro se disipó rápidamente con una orden codificada que llegó por radio esa misma noche: “Saludos a Papá”, la consigna para su ejecución.
Al día siguiente, el 9 de octubre, a las dos de la tarde, el sargento Mario Terán fue quien ejecutó la orden. Su voz temblorosa resonó en el aire mientras Guevara le dijo: “¡Póngase sereno y apunte bien! ¡Va a matar a un hombre!”. Terán, temblando de nerviosismo, disparó dos ráfagas de ametralladora y así selló el destino de Guevara.
Roberto Quintanilla fue asesinado en Hamburgo.
La ‘maldición del Che’: un ciclo de desgracias
La muerte del Che no significó el final de la historia. En su lugar, dio inicio a lo que muchos consideran la ‘maldición del Che’. Aquellos que de una u otra manera participaron en su captura o ejecución enfrentaron trágicos destinos.
Gary Prado Salmón, el capitán que comandó la operación, fue designado como embajador en México en 2002, pero su llegada fue recibida con hostilidad por parte de la prensa y la oposición, recordando su pasado como “uno de los asesinos del Che”. Desde 1981, Prado había estado en silla de ruedas, un recordatorio constante de su vida marcada por la controversia.
El general Joaquín Zenteno Anaya, comandante de la Octava División de Ejército de Bolivia, cuyos efectivos hirieron y capturaron al Che.
Mario Terán, el sargento que disparó las balas fatales, cayó en la oscuridad del alcoholismo y la ceguera. Dado de baja del Ejército, en 2006 se sometió a una operación de cataratas realizada por médicos cubanos, quienes quizás vieron en él un reflejo de la historia que tanto se había entrelazado con la suya.
Roberto Quintanilla, el jefe de Inteligencia que ordenó la amputación de las manos del Che después de su muerte, fue atacado en 1971 por una joven en el Consulado boliviano en Hamburgo. Su vida se apagó de manera violenta, dejando una huella de sangre en su trayectoria.
El campesino Pedro Peña, que había informado la ubicación de los guerrilleros, tampoco sobrevivió mucho tiempo al Che.
Joaquín Zenteno Anaya, el general que comandó a los rangers en la captura, encontró su final trágico en París, donde fue asesinado por un comando en 1976. Su muerte fue un eco de su papel en la historia de Guevara.
Andrés Selich, el teniente coronel que había llegado para presenciar la captura, murió brutalmente en 1973 durante un interrogatorio, acusado de planear un golpe de Estado. Su destino fue un recordatorio de la naturaleza violenta de la política en Bolivia.
Menos de un mes después de la muerte de Zenteno Anaya perdió la vida también el general Juan José Torres.
Incluso Pedro Peña, el campesino que delató al Che, no escapó de la venganza. En 1971, fue ejecutado por un comando guerrillero, condenado a muerte por su traición.
Juan José Torres, quien había ordenado la ejecución del Che, también sufrió las consecuencias de su decisión. Secuestrado y asesinado en 1976, se convirtió en una víctima más de la ola de violencia que azotaba la región.
El general René Barrientos Ortuño, presidente de Bolivia en 1967, murió cuando su helicóptero chocó con un tendido telegráfico, cayó a tierra y se incendió.
Por último, René Barrientos Ortuño, el presidente de Bolivia en 1967 y principal responsable de la muerte del Che, murió en un accidente de helicóptero en 1969. Su caída fue vista como un acto de justicia poética por muchos.
Cada acción tiene su eco
La captura y ejecución de Ernesto Che Guevara no solo alteró el rumbo de la historia boliviana, sino que también dejó una estela de tragedias que resonaron a lo largo de las décadas.
Andrés Selich, quien llegó en helicóptero tras la captura del Che y lo golpeó en la Higuera, murió a golpes en 1973 durante un interrogatorio por presunta planificación de un golpe de Estado contra Banzer.
La ‘maldición del Che’ se convirtió en un símbolo de las consecuencias de la violencia política y el precio de la traición.
Al conmemorar los 57 años del asesinato del guerrillero, que fue uno de los ideólogos y comandantes de la revolución cubana, se recuerda su dedicación a la lucha por la justicia social. Su figura sigue siendo relevante a nivel mundial y simboliza la resistencia contra las injusticias sociales.
Su legado permanece vivo recordando que cada acción tiene su eco y cada decisión, su consecuencia.
Sin poder creerlo, el teniente coronel Andrés Selichy el agente de la CIA Félix Rodríguez se trasladaron en helicóptero desde Vallegrande para verlo con sus propios ojos
El grupo de asalto llegó comandados por el capitán Gary Prado Salmón, en la Quebrada de Yuro. Los había alertado el campesino Pedro Peña.
La Paz/AEP