Desde las faldas del coloso de cuatro picos y más de ocho kilómetros de longitud, que se eleva entre los 6.000 y 6.462 metros sobre el nivel del mar, Terra Estelar nace como un tributo a la memoria, a la poesía y al alma de la geografía andina, en un diálogo entre arquitectura, historia y trascendencia.
- Alfonso Barrero Villanueva
En las alturas sagradas del nevado Illimani, donde el cielo roza la eternidad y la tierra guarda los ecos de los ancestros, nace el proyecto Terra Estelar, cuna del águila dorada. Un acto de creación profundamente vinculado al espíritu del lugar, concebido por mí, como arquitecto, a invitación de la Asociación de Turismo Comunitario Illimani Multiactiva (ATCIM).
El proyecto fue desarrollado íntegramente mediante técnicas analógicas: papel, lápiz, color, tinta, collage y montaje fotográfico. Una arquitectura forjada a mano, con humildad y belleza, que honra los métodos atemporales de imaginar el espacio. Este diseño no podría haberse gestado en ningún otro rincón del mundo. Le pertenece a esta geografía tanto como la nieve a sus cumbres.
Terra Estelar no es solo una obra arquitectónica, sino un acto de comunión con la montaña, un tributo a la memoria del territorio y una invitación a contemplar el horizonte con reverencia y asombro. Creado, diseñado en las faldas del Illimani, donde el tiempo parece detenerse. Esta arquitectura se ofrece como un umbral entre lo ancestral y lo venidero —una pausa elevada donde el ser humano, el paisaje y el cosmos se reconocen, por fin, en unidad.
La estrategia busca integrar el proyecto con la vía que atraviesa la parte superior del terreno, mediante un puente o camino denominado “recorrido del paisaje”. Este recorrido pasará por encima del edificio, emplazado en las faldas del nevado Illimani (16° 39’ 18” Sur - 67° 49’ 11” oeste), y se desarrollará entre las cotas 4.468 y 4.480. Con una pendiente media que sigue las líneas naturales del terreno, el camino se extiende sobre una lengua rodeada por abismos de gran magnitud, transformando este desafío topográfico en un atributo del lugar.
El arquitexto y creador del proyecto Terra Estelar, Alfonso Barrero, junto a comunarios que habitan en las faltas del Illimani, observa la magestuosidad del coloso.
La arquitectura del entorno del proyecto Terra Estelar a ser construido se despliega en una topografía extraordinaria: las curvas de nivel se arremolinan en torno a un abismo de 368 metros de caída libre, delineando un borde casi circular. En ese escenario, el conjunto será implantado con precisión poética, donde todo encaja con exactitud.
Terra Estelar
El proyecto se conforma por dos cuerpos o volúmenes independientes. El primero, ubicado en la parte baja, corresponde al hotel en sí mismo, con todos sus componentes espaciales. Incluye dos áreas verdes internas, cubiertas y translúcidas en ambos extremos, que incorporan vertientes del deshielo del nevado desviadas en espejos de agua: uno en el nivel más bajo y otro en el más alto, conectado a un patio de ingreso íntimo.
Desde uno de los ejes centrales, a mitad del recorrido, se puede acceder al “camino del paisaje” de la “escalera al cielo”, que conduce hacia el mirador del gran vacío y de la montaña, el jardín invernadero, el sauna con caída de agua, salas de reuniones y otros espacios complementarios.
El segundo cuerpo, separado de la estructura principal, se emplaza en la parte superior del terreno. Se presenta como un parque de ingreso semicubierto, rodeado de áreas abiertas con un diseño paisajístico de formas circulares y elípticas helicoidales, distribuidas en distintos niveles. Esta disposición otorga una geometría dinámica de inspiración planetaria y cósmica al conjunto, reforzada por una red de recorridos sugerentes que evocan la dualidad del universo, como un yin y un yang en armonía.
La arquitectura se inspira en la grandeza del paisaje natural de la Cordillera Real, al oriente de los Andes bolivianos, dominado por la presencia imponente del Illimani —coloso de cuatro picos y más de ocho kilómetros de longitud, que se eleva entre los 6.000 y 6.462 metros sobre el nivel del mar.
El proyecto se concibe como un resort de montaña de uso anual, compuesto por seis unidades de hospedaje que ofrecen todas las comodidades de un hotel de mediano lujo. Agrupadas en pares y distribuidas en tres niveles, cuentan con capacidades de entre cuatro y seis camas por unidad, permitiendo alojar entre 24 y 36 huéspedes.
Su diseño nace de un profundo respeto por el entorno: una arquitectura que dialoga con la ecología, la compleja topografía del lugar y la memoria viva de los ancestros. Con una mirada abierta al cosmos, el proyecto aspira a un futuro más consciente y armónico. La estrategia formal se adapta a la pendiente del terreno, fundiendo la edificación con la topografía, como si emergiera de una lengua geográfica que se desprende del macizo montañoso.
Este promontorio bordea casi un círculo perfecto, lo que posiblemente fue un antiguo cráter volcánico, y está rodeado de abismos, donde nacen aguas que bajan hacia el río La Paz y, finamente, al Amazonas, en un juego dramático entre geología, historia y destino.
Terra Estelar continúa su vuelo, como un sueño que no cesa de transformarse. Y en este hito, expreso mi profunda gratitud a los poetas Jaime Saenz y Guillermo Bedregal García-Valencia, a quienes conocí hace 50 años. Ellos fueron decisivos en mi vida, provocaron en mí la necesidad de librar mis propias batallas y, sobre todo, de exponer públicamente una ilusión: un sueño convertido en proyecto físico, materializado en diversos espacios, tanto públicos como privados, en Bolivia y en el exterior.
Todo comenzó hace 27 años con mi trabajo Volcanes y Mineros, Héroes y Poetas, una obra dedicada a recuperar y valorar la historia. El 27 de mayo de 2025, con el proyecto arquitectónico Terra Estelar, desarrollado en el corazón de mi ciudad, La Paz, rendí un homenaje a la memoria de los poetas, a mi patria y a todo lo que más amo en la vida.
Al verme reflejado en todos ellos, comprendo que este proyecto es también el libro de mi propia vida. Solo queda decir que la magia existe: es la ilusión que trasciende.
Todo nació del encuentro con los poetas, cuando ascendí a la cumbre del volcán Licancabur y coloqué la tapa del libro La Piedra Imán, el mismo día —9 de diciembre de 1989— en que salía de la imprenta en la ciudad de La Paz.
AEP