Ha pasado un poco más de tres años desde que se lanzó el primer decreto de cuarentena rígida en el país por causa del Covid-19. Desde entonces la gente vio pasar con amargura el virus que se llevó a amigos y familiares, a los que ya no se volvió a ver. El 22 de marzo de 2020 se silenciaron las calles.
De día y de noche las calles estaban desiertas, solo circulaban policías o militares. Pocas personas salían a alguna actividad de urgencia. El miedo habitaba en las casas y el enemigo invisible acechaba a los habitantes en sus propias viviendas.
Las personas sobrevivieron como pudieron, aprovisionándose de madrugada y pasando un riguroso proceso de “desinfección” por si el que salió traía de regreso el mortal virus. Algunos le restaron importancia y tuvieron que lamentar la muerte de seres queridos.
Las redes sociales sustituyeron a los periódicos para conocer los fallecimientos. Todos se enteraban de la partida de amigos por redes sociales o por llamadas telefónicas. Ni siquiera los familiares podían acudir a despedir a sus seres queridos. Los entierros clandestinos se conocían por alguna noticia aislada. Así se vivieron las dos primeras olas de la pandemia mundial que no bajaba los brazos.
Pasaron tres años y cuando se mira hacia atrás es como haber pasado la guerra, con campos desolados, tierras devastadas, yermos campos, casas y edificios derruidos. Millones atravesaron la enfermedad y miles no lograron vencerla, el Covid-19 no había discriminado a quién afectaría con más o menos fuerza.
Los mercados fueron los focos de propagación de la enfermedad porque era imposible estar aislado sin abastecerse de alimentos para la semana y la gente se veía obligada a salir a buscar lo que le faltaba. Había que salir munido del documento de identidad, pues el número de la cédula facilitaba la circulación, como las placas de los vehículos en zonas se restricción.
Muchos fueron sorprendidos con deudas en los bancos y tuvieron que reprogramar su obligación y pagar más de lo que se había pactado inicialmente. Los compradores de terrenos sucumbieron a los usureros de terrenos que les incrementaron el precio sin ningún justificativo y porque no recibieron sus cuotas mensuales.
Por todos esos hechos el eje principal de la subsistencia fue la economía, sin poder producir dinero los gastos se multiplicaban y los ingresos se restaban. Ese delicado equilibrio entre gastos e ingresos tuvo que ser suplido de manera imaginativa por la gente que menos tenía.
Fue el tiempo en el que los vendedores de equipos sanitarios, como barbijos, atomizadores, alcohol en gel, lavandina o lo que fuere hicieron fortuna, sin lugar a dudas. Una caja de barbijos llegó a costar 150 bolivianos y a marzo de 2023 la misma caja tiene un costo de apenas seis bolivianos; esa comparación refleja claramente la diferencia que hubo con la pandemia.
Muy pocas personas pueden decir, después de seis olas de la pandemia, que no contrajeron el virus, la inmensa mayoría pasó una o dos veces la pandemia y logró vencerla, pero sí quedaron secuelas, hasta el momento no hay ninguna persona que no hable de las secuelas que le dejó el virus y ese tema debe ser parte de otro estudio sobre las consecuencias de la pandemia, será le desafío para los virólogos que ya están en pleno estudio de lo que significó la pandemia del coronavirus.