A escasos meses de concluir su mandato constitucional el 8 de noviembre, el presidente Luis Arce puede mirar hacia atrás con la satisfacción del deber cumplido.
Su gestión de cinco años no sólo restauró la estabilidad democrática en Bolivia tras la crisis de 2019, sino que también dejó un legado tangible de desarrollo y modernización que marca un antes y un después en la historia del país.
"Hemos preservado ante todo y contra todo la democracia", afirmó Arce al evaluar su gestión, y esta declaración resume quizás el logro más trascendental de su administración.
Llegado al poder con el 55% de los votos populares en 2020, en medio de una Bolivia fracturada y polarizada, Arce asumió el desafío de reconstruir las instituciones democráticas y la confianza ciudadana en el sistema político.
Su compromiso con la democracia no fue retórico sino práctico. Mientras otros mandatarios de la región y Bolivia han buscado perpetuarse en el poder o han debilitado las instituciones para mantenerse, Arce demostró que es posible gobernar sin renunciar a los principios democráticos.
Su decisión de "entrar por la puerta y salir por la puerta" de la Casa Grande del Pueblo simboliza el respeto institucional que caracterizó toda su gestión.
Pero el legado de Arce trasciende lo político para materializarse en desarrollo concreto. Las más de 60.000 obras ejecutadas en varios sectores durante su mandato representan una transformación sin precedentes de la infraestructura boliviana.
Estas cifras son hospitales que salvan vidas, escuelas que forman el futuro del país, carreteras que conectan comunidades y plantas industriales que generan empleo y valor agregado.
El impulso a la industrialización, uno de los tres pilares de su legado según el propio mandatario, se concretó en una política coherente de sustitución de importaciones que no solo redujo la dependencia externa, sino que creó cadenas productivas nacionales.
Esta visión de largo plazo demuestra que es posible combinar la responsabilidad social propia de la izquierda con la eficiencia económica necesaria para el desarrollo.
El proyecto de la Marcha al Norte en el departamento de La Paz representa quizás la iniciativa más visionaria de la gestión de Arce. Más allá de ser un proyecto de infraestructura, constituye una estrategia de integración territorial que conecta las regiones andinas con las tropicales, abriendo nuevas oportunidades de desarrollo para comunidades históricamente marginadas.
Esta iniciativa refleja la capacidad del gobierno de Arce para pensar en grande, para imaginar una Bolivia integrada y próspera que trascienda las divisiones regionales y aproveche su diversidad geográfica como ventaja competitiva.
La gestión de Arce no estuvo exenta de desafíos. El bloqueo parlamentario que impidió la aprobación de créditos por más de 1.800 millones de dólares demostró cómo los intereses políticos sectarios pueden obstaculizar el desarrollo nacional.
Sin embargo, la capacidad del Gobierno para mantener el rumbo y continuar ejecutando obras pese a estas limitaciones habla de una administración eficiente y comprometida con sus objetivos.
Cuando los historiadores evalúen la gestión de Luis Arce encontrarán un gobierno que supo combinar principios y pragmatismo, ideología y eficiencia, compromiso social y responsabilidad institucional.
Las 60.000 obras ejecutadas serán el testimonio material de una administración que trabajó incansablemente por el desarrollo nacional, mientras que su comportamiento democrático será el ejemplo moral para futuras generaciones de políticos bolivianos.
El 8 de noviembre, cuando Luis Arce entregue la banda presidencial a su sucesor, no solo completará su mandato constitucional, sino que cerrará un capítulo ejemplar de la historia política boliviana.
Su legado demuestra que es posible gobernar sin traicionar la democracia, que es posible transformar un país sin romper las instituciones, y que es posible hacer historia respetando las reglas del juego democrático.