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Días mejores

La lluvia cayó sobre la plaza Murillo mientras Rodrigo Paz Pereira pronunciaba su primer discurso como presidente constitucional. No fue un detalle menor. En la cosmovisión andina, la lluvia es purificación y augurio de fecundidad. El nuevo mandatario la interpretó como una señal: una limpia, una bendición de la Pachamama. Y acaso esa imagen sea el símbolo más potente de este nuevo ciclo que comienza. Bolivia inicia su reconstrucción bajo el signo del agua, de lo que renueva, de lo que lava las heridas y prepara la tierra para volver a sembrar.

El mensaje presidencial habló de esperanza y reconciliación, de una patria que quiere dejar atrás la confrontación. Paz Pereira apeló a la unidad, no como consigna política, sino como destino compartido. “Hay que transformar la crisis en esperanza”, dijo, convencido de que solo un país que se reconcilia consigo mismo puede volver a soñar. En esa línea, el vicepresidente Edmand Lara reforzó la idea de un nuevo tiempo: “Mi uniforme se llama Bolivia”, proclamó, convocando a cada ciudadano a ponerse ese mismo uniforme de compromiso, sin distinción de región, idioma o clase.

Pero el tono central del Presidente fue otro: el de la concertación. Su propuesta de un “Acuerdo Nacional del Bicentenario” busca construir un consenso amplio para las reformas profundas que el país necesita. Paz Pereira habló de estabilidad económica, de respeto a la propiedad privada, de innovación y tecnología, pero, sobre todo, de ética pública. “No se transforma la patria, se transforma el Estado”, afirmó, marcando distancia del caudillismo y devolviendo protagonismo a la institucionalidad.

El nuevo gobierno hereda una crisis severa, con escasez de dólares, inflación y desconfianza. Pero también hereda la oportunidad de recomenzar, de convertir el desencanto en energía creadora. Tal vez por eso el Presidente insistió en “ser y estar bolivianos”, una frase que, más que consigna, suena a propósito de vida.

Bajo esa lluvia inaugural, Bolivia pareció reconciliarse con su esperanza. La lluvia, que limpia y fecunda, fue también una promesa. Y esa promesa comenzó a cumplirse de inmediato: mientras el Presidente hablaba de unidad y reconstrucción, cisternas con carburantes ingresaban al país para normalizar el suministro que se había vuelto crítico durante el gobierno de Luis Arce. Fue un gesto concreto en medio del simbolismo, una señal de que las palabras pueden empezar a convertirse en hechos.

Porque cuando un pueblo decide ponerse de pie, nada lo detiene. Y quizás, como dijo Rodrigo Paz Pereira, haya llegado finalmente el tiempo de creer otra vez: que esta crisis se acaba, que la patria se levanta, y que vienen días mejores.


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