Setecientos cuarenta días han transcurrido desde que Israel inició su ofensiva militar contra Gaza tras los ataques de Hamás del 7 de octubre de 2023. Dos años en los que la comunidad internacional ha sido testigo impotente —o cómplice— del exterminio sistemático de un pueblo entero.
Las cifras documentadas por Naciones Unidas no dejan espacio para eufemismos: esto es un genocidio.
Los números hablan con la crueldad de los hechos consumados. El ataque de Hamás del 7 de octubre de 2023 causó 1.200 muertos israelíes y la captura de 250 rehenes.
La respuesta de Israel ha sido desproporcionada hasta la barbarie: 67.000 palestinos asesinados, 170.000 heridos, casi dos millones de desplazados forzosos y una hambruna inducida deliberadamente como arma de guerra.
La Comisión Internacional Independiente de Investigación sobre los territorios palestinos ocupados ha declarado formalmente que Israel ha cometido genocidio.
No se trata de opiniones ni interpretaciones: es la conclusión de un organismo técnico especializado del sistema de Naciones Unidas basada en evidencia documental y testimonial irrefutable.
El Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia reportó que 61.000 niños han sido asesinados o mutilados desde octubre de 2023.
La traducción de esta estadística es atroz: un niño palestino ha sido asesinado o mutilado cada 17 minutos durante 740 días consecutivos. Esta sistemática aniquilación de la infancia palestina no puede calificarse de "daño colateral" ni "efecto no deseado" de operaciones militares. Es exterminio deliberado.
La hambruna añade otra dimensión al genocidio. La Organización Mundial de la Salud confirmó 400 muertes por desnutrición desde enero de 2025, incluyendo 101 niños, 80 de ellos menores de cinco años. Más de 10.000 niños han sido diagnosticados con desnutrición aguda y 2.400 se encuentran en riesgo de inanición. Israel no solo mata con bombas; mata con hambre.
Solo 14 de los 36 hospitales de Gaza funcionan parcialmente. De 176 centros de atención primaria previos a la guerra, apenas 62 mantienen servicios parciales.
Esta destrucción sistemática de infraestructura médica constituye crimen de guerra según el derecho internacional humanitario. Los hospitales no son "bases terroristas", son el último refugio de la humanidad en medio de la barbarie.
La Oficina de Coordinación de Ayuda de la ONU reveló que de más de 8.000 misiones humanitarias que requirieron autorización israelí desde octubre de 2023, cerca de la mitad fue denegada, retrasada u obstaculizada. Israel no solo destruye, impide que otros salven vidas.
Mientras se negocia un supuesto acuerdo de cese al fuego, las cifras continúan incrementándose.
Este teatro diplomático no puede ocultar que durante 740 días la comunidad internacional ha sido incapaz —o no ha querido— de detener un genocidio que ocurre frente a las cámaras del mundo entero.
Cada día de negociación es un día más de niños palestinos asesinados, familias desplazadas y hospitales destruidos.
El genocidio en Gaza no ocurre en la oscuridad, se desarrolla bajo la luz de los reflectores internacionales con la complicidad activa o pasiva de gobiernos que invocan el "derecho de Israel a defenderse" mientras ignoran el derecho del pueblo palestino a existir.
Las potencias occidentales que financian, arman o protegen diplomáticamente a Israel comparten responsabilidad histórica en esta masacre.
Setecientos cuarenta días después del inicio de esta barbarie, la pregunta que la historia formulará no es si Israel cometió genocidio —los organismos internacionales ya lo han determinado— sino por qué el mundo civilizado permitió que continuara durante tanto tiempo.
AEP