El nivel del agua del lago Titicaca —el más alto del mundo y el más grande de Sudamérica— desciende a ritmo sostenido y ya rebasó el mínimo histórico registrado en septiembre de 1996, de 3.807,30 metros sobre el nivel del mar. La grave escasez hídrica se debe al periodo de estiaje sin precedentes y a los efectos del fenómeno El Niño, lo que ha llevado a una disminución significativa del nivel del agua entre 300 a 450 metros lineales.
La situación del lago, con sus 3.800 metros sobre el nivel del mar y 8.372 kilómetros cuadrados, afecta a más de tres millones de personas que viven a su alrededor en Bolivia y Perú y dependen de sus aguas para pescar, cultivar y atraer turistas que impulsan la economía.
Muelles portuarios, que habitualmente eran usados para abordar a los botes, quedaron inutilizables.
Las comunidades circundantes sufren el fenómeno de la desertización, proceso que convierte las tierras fértiles en desiertos por la erosión del suelo.
Los cerros eran verdes laderas a cuyos pies estaba una gran laguna que alimentaba a la fértil pradera. Hoy, los antiguos campos de cultivos están degradados.
Los campesinos respetan la tierra porque brinda alimento, es parte de ritos ancestrales, de la cultura y de la vida, pero sin agua del lago Titicaca es muy poco lo que pueden hacer por ella.
Si bien se sabe que los niveles del agua del Titicaca fluctúan cada año, estos cambios se han vuelto más extremos debido a la crisis climática.
El presidente de Bolivia, Luis Arce, en su intervención en el 78.º Periodo de Sesiones de la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas, lamentó que la crisis capitalista, con su sed depredadora de los recursos naturales, que denunció hace un año en el mismo foro global, siga poniendo en riesgo a la humanidad y la existencia misma del planeta.
Arce planteó que las naciones desarrolladas asuman su responsabilidad frente a la crisis climática a través de la compensación y reparaciones históricas con los países en desarrollo.
El Titicaca es un ejemplo de la crisis climática, de la que habla el mandatario boliviano, que pone en riesgo la vida de millones de personas que habitan a su alrededor.
La situación requiere acciones a largo plazo para proteger a quienes dependen del lago y el llamado de Arce al mundo es más pertinente que nunca.