La decisión del Órgano Ejecutivo de asignar 319 millones de bolivianos al Tribunal Supremo Electoral (TSE) para los comicios de agosto representa un paso vital para garantizar la transparencia y legitimidad de las próximas elecciones generales.
El incremento presupuestario de 118 millones de bolivianos respecto a 2020 refleja la complejidad creciente de los procesos electorales en el país.
No se trata solo de conseguir recursos, sino de dotar al sistema electoral de herramientas para enfrentar desafíos cada vez más complejos, especialmente considerando la dimensión internacional de la votación.
La propuesta del presidente del TSE, Óscar Hassenteufel, va más allá del financiamiento. Busca consolidar reformas fundamentales para el sistema democrático boliviano, como la incorporación de vocales electorales a la Ley de Juicio de Responsabilidades, la obligatoriedad de debates entre candidatos y la paridad en las candidaturas presidenciales.
Particularmente significativo es el énfasis en el principio de preclusión, que garantiza la estabilidad de las decisiones electorales. Este principio es una salvaguarda contra la intervención arbitraria que podría desestabilizar todo el proceso democrático.
La solicitud de fondos en moneda extranjera para la votación en el exterior muestra una comprensión pragmática de los desafíos logísticos modernos. No se trata solo de convocar a los ciudadanos, sino de garantizar que puedan ejercer su derecho al voto sin obstáculos burocráticos.
El Encuentro Nacional por la Democracia anunciado por el TSE se perfila como un espacio fundamental para construir consensos. La presencia del presidente Luis Arce, del vicepresidente David Choquehuanca y representantes de todas las organizaciones políticas sugiere un compromiso compartido con la transparencia electoral.
Bolivia se encuentra en un momento crítico. Estas elecciones no solo definirán el próximo gobierno, sino que representan una oportunidad para fortalecer las instituciones democráticas.
La inversión presupuestaria, acompañada de reformas legales y un compromiso ético, será fundamental para lograrlo.
El camino hacia unas elecciones limpias y participativas requiere más que recursos. Demanda un compromiso colectivo con los principios democráticos, el respeto a la voluntad popular y la construcción de instituciones sólidas.