Evo Morales, el expresidente boliviano, continúa demostrando una vez más su obsesión por el poder, esta vez, mediante un giro sorprendente en su postura política.
"El líder de los humildes", autodenominación que Morales emplea en sus redes sociales, dio un sorprendente giro en su postura, aunque en ningún caso ingenuo, al dejar de considerarse el único e indiscutible candidato del frente político y, por ende, el eterno candidato presidencial.
Este repentino cambio de postura sorprende, dado el historial autoritario de Morales, quien en el pasado mostró poco respeto por la democracia y buscó perpetuarse en el poder a pesar de las limitaciones legales.
Recordemos que, en 2016, Morales ignoró los resultados del referéndum que rechazaba su intento de reelección indefinida y posteriormente se presentó nuevamente a un cuarto mandato como candidato, lo que desató una crisis política en Bolivia.
Ahora, el exmandatario —que gobernó el país durante tres períodos: 2006-2009, 2009-2014 y 2014-2019— enfrenta las consecuencias de sus acciones pasadas.
Una resolución del Tribunal Constitucional dejó claro que la reelección indefinida no es un derecho humano y que en Bolivia se aplica "una única vez" continua o discontinua. Esto significa que Morales está inhabilitado de por vida para presentarse como candidato presidencial.
Sin embargo, su desesperación por volver al poder parece no tener límites y sigue adelante con sus intentos desesperados por influir en el destino político del país.
Su reciente desafío al presidente Arce, unas internas a su medida, y sus amenazas de "convulsión" si se le impide participar en las elecciones son un claro indicativo de su falta de respeto por las instituciones democráticas y su disposición a recurrir a la violencia para alcanzar sus objetivos.
Es lamentable que el dirigente cocalero continúe utilizando a sus seguidores como peones en su juego de poder y los aliente a amenazar con “sangre en el país” para alcanzar su objetivo. Su radicalismo y su falta de escrúpulos solo contribuyen a socavar la estabilidad política de Bolivia y a alimentar la división en la sociedad.
Es hora de que acepte la realidad y respete las leyes democráticas del país.
Su intento desesperado por volver al poder no solo es un acto de irresponsabilidad, sino también una afrenta a la voluntad del pueblo boliviano y a los principios fundamentales de la democracia.
La historia juzgará sus acciones, y su legado quedará manchado por su incapacidad para aceptar los límites del poder político.