El regreso de Donald Trump a la Casa Blanca, luego de un hecho sin precedentes en la historia política estadounidense al ser el primer presidente electo con condenas judiciales, dibuja un escenario internacional donde América Latina seguirá siendo, lamentablemente, un actor secundario en las prioridades de Washington.
Si bien el presidente argentino, Javier Milei, se apresuró a mostrar su alineamiento incondicional con el republicano, prometiendo ser un aliado firme en el hemisferio sur, la realidad geopolítica muestra que Estados Unidos tiene su mirada y sus recursos comprometidos en otros frentes que considera prioritarios.
La agenda internacional de la potencia norteamericana está absorbida por desafíos que Trump heredará y que difícilmente abandonará: una guerra en Ucrania que ya supera los dos años, con un compromiso militar y financiero significativo para contener a Rusia, y un conflicto en Medio Oriente que amenaza con expandirse más allá de Gaza, donde el apoyo incondicional a Israel es una política de Estado que trasciende partidos.
En este contexto, las expectativas de que el cambio de gobierno en Washington signifique una atención renovada hacia América Latina son, en el mejor de los casos, ingenuas. La región, más allá de la retórica del nuevo mandatario o de quién hubiera resultado victorioso en las elecciones, seguirá ocupando un lugar marginal en la política exterior estadounidense.
Las declaraciones altisonantes de Trump sobre una "victoria política sin precedentes" y sus promesas de una "edad de oro" no modificarán sustancialmente la relación con América Latina.
Su agenda, al igual que la que hubiera implementado Kamala Harris de haber resultado victoriosa, estará dominada por los conflictos globales que Estados Unidos considera estratégicos.
Este desinterés estructural hacia América Latina debería ser una señal clara para los países de la región sobre la necesidad de fortalecer sus propios mecanismos de integración y cooperación, en lugar de esperar atención de una potencia cuya mirada está puesta en otros horizontes.
La victoria de Trump, más allá de su retórica populista y sus promesas de cambio, no alterará esta dinámica. Los compromisos militares y diplomáticos en Ucrania y Medio Oriente seguirán consumiendo la atención y los recursos de Washington, mientras América Latina permanece en la periferia de sus intereses estratégicos.
Es momento de que la región comprenda que el lugar de América Latina en la agenda de la política exterior estadounidense es y seguirá siendo marginal.
Y el panorama interno también alejará a Trump de los intereses latinos.
El diario influyente The New York Times recibió con fuego la victoria del republicano: “Donald Trump representa una grave amenaza para el país, y lo pone en un peligroso rumbo que nadie puede prever cabalmente".