Encabezada por legisladores, dirigentes radicales y exautoridades, la marcha de la facción radical evista llegó el lunes a la sede de gobierno y, tras dejar a su paso una serie de hechos violentos, montó un show mediático en su intento por ingresar a la plaza Murillo para dejar un pliego petitorio a todas luces improvisado y armado solo como pretexto.
Una vez más, los seguidores del expresidente Evo Morales —que dirige todo desde su autorreclusión en el trópico de Cochabamba, de donde no se anima a salir para no enfrentar a la justicia— deslegitiman un histórico mecanismo de resistencia popular: la marcha, la movilización como herramienta de lucha por reivindicaciones justas, y, en este caso, la llevan a extremos con fines espurios: la impunidad del líder que enfrenta graves acusaciones en instancias judiciales y, de paso, su inexplicable ambición de poder, pues Morales no se resigna y aún insiste en candidatear en las próximas elecciones generales, pese a que un fallo del Tribunal Constitucional Plurinacional sepultó ya hace mucho esta posibilidad.
¿Cómo pueden los partidarios del evismo defender lo indefendible? En primer lugar, hablan de persecución y lawfare, cuando más bien la opinión pública boliviana e internacional atestigua que hay más de un proceso con varias evidencias que implican a Morales en casos de pedofilia y trata de personas. Si es inocente, como alega, tiene todas las garantías para defenderse en tribunales; en cambio se victimiza y genera convulsión que, además de extrema violencia —se comprobó el uso de armas, se evidenció una emboscada premeditada a policías—, provoca innumerables perjuicios en la población: no se debe olvidar que los 40 días de bloqueo de carreteras en 2024 (16 días entre enero y febrero, y 24 días entre octubre y noviembre) causaron incalculables pérdidas económicas y dispararon la inflación de los alimentos básicos.
En segundo lugar, los portavoces evistas insisten en que la movilización es por “la crisis económica” y exhiben un pliego petitorio con demandas recicladas de varios sectores (falta de dólares, suba de precios, merma de combustibles, etc.), en un claro intento de distraer a la población y ganar tiempo a favor del líder que, en lugar de cumplir las reglas básicas del Estado al que insiste en volver a dirigir, se refugia en una serie de triquiñuelas.
Aun a pesar del gran despliegue mediático y de recursos humanos y económicos —¿de dónde sale el dinero para financiar la marcha y todo el aparato propagandístico evista?—, los bolivianos y bolivianas no se dejan sorprender ante una verdad irrefutable: los pocos cientos o miles que marchan y se movilizan por Morales no tienen la representatividad ni legitimidad que sí ostentan el Pacto de Unidad y las organizaciones sociales que crearon el MAS-IPSP e impulsaron el proceso de cambio a los que ahora defienden en la certeza de que —ante la arremetida de la derecha neoliberal— solo su continuidad garantizará mejores días a futuro para Bolivia y los bolivianos.