El golpe de Estado fallido, liderado por el destituido jefe militar Juan José Zúñiga, ha puesto a prueba no solo la fortaleza de las instituciones bolivianas, sino también el carácter de su Presidente.
Frente a las acusaciones infundadas de Zúñiga, quien sugirió que Arce habría orquestado un "autogolpe" para ganar popularidad, el Presidente respondió con firmeza y claridad: "No soy un político que quiera ganar la popularidad con la sangre del pueblo".
Esta declaración, lejos de ser una simple retórica, se ve respaldada por las acciones del Presidente durante la crisis.
Arce no dudó en enfrentar personalmente a los insurrectos, arriesgando su propia seguridad para defender el orden constitucional. Su determinación en esos momentos críticos contrasta bruscamente con la imagen de un líder que buscaría fabricar crisis para su beneficio político.
La cronología de los eventos, detallada por el propio Arce, revela un gobierno que actúa con responsabilidad y transparencia. La destitución de Zúñiga un día antes del intento golpista, motivada por violaciones constitucionales, demuestra el compromiso del Presidente con el Estado de derecho, incluso cuando ello podría generar tensiones políticas.
Es particularmente revelador que, en medio de la crisis, el socialista Luis Arce y su gabinete se mantuvieron firmes en su posición de no ceder ante las demandas inconstitucionales de los insurrectos. Esta postura firme, que pudo haber puesto en riesgo su propia seguridad, es testimonio de un liderazgo que prioriza los intereses nacionales sobre el cálculo político.
Las consecuencias humanas del golpe fallido, con 14 personas heridas, describen la irresponsabilidad y peligrosidad de quienes buscan subvertir el orden democrático.
La conmoción del Presidente al describir cómo vio "al pueblo movilizado sin armas y les dispararon" refleja una genuina preocupación por el bienestar de los ciudadanos, alejada de cualquier cálculo político mezquino.
Su rechazo categórico a la idea de ganar popularidad "con la sangre del pueblo" no solo desacredita las acusaciones en su contra, sino que establece un estándar ético que otros líderes harían bien en emular.
Bolivia, con su historia turbulenta de golpes e inestabilidad política, necesita más que nunca líderes éticos dispuestos a arriesgar su popularidad en aras de la estabilidad nacional y el respeto a las instituciones democráticas. Luis Arce, en esta crisis, ha demostrado ser precisamente ese tipo de líder.