La vida de los tristes mortales está llena de paradojas, qué duda cabe. Una la vivirá el mundo democrático el 10 de diciembre —el Día de los Derechos Humanos— cuando el ultraderechista Javier Milei asuma la presidencia de la República Argentina.
Se han escrito miles de líneas que van desde el espanto colectivo de los sectores democráticos en el mundo, al elogio de quienes reivindican dictaduras y niegan derechos colectivos; de la efervescencia cercana a la locura de quienes odian el papel del Estado en la economía, hasta los anuncios de resistencia en defensa del derecho a la protesta.
Si algo han generado los resultados de la segunda vuelta en Argentina, el 19 de noviembre, es la colisión de dos miradas y formas de ejercer la democracia en el mundo capitalista, liberal, burgués. Aquel resultado de la voluntad mayoritaria de los argentinos, si bien tiene el fundamento democrático del voto, en tanto los efectos que tendrá a corto plazo, resulta siendo el hecho más antidemocrático que se asoma al son de las primeras declaraciones del electo presidente argentino.
Es pues paradójico que el Día de la Declaración de los Derechos Humanos, aprobada por las Naciones Unidas en 1948, tras la II Guerra Mundial (1939-1945), un nefasto personaje que niega el espíritu mismo de aquel documento histórico que cumplirá 75 años, se consagre presidente de una nación y represente a un “Estado civilizado” esgrimiendo un discurso cargado de odio y racismo. Reivindique la barbarie que significó el asesinato en masa de sus propios compatriotas y justifique el terrorismo de Estado.
Nada más contrario a la Declaración de las Naciones Unidas que el tal Milei.
¿Qué pueden decir Milei y su comparsa sobre la DUH? ¿Recordarán aquel documento que constituye un testimonio histórico de la victoria de la humanidad (del Ejército Rojo) sobre el nazismo? ¿Tendrán el cinismo de hablar de derechos humanos?
Lo que no está en duda es aquello que ha venido siendo una constante desde que este personaje “caído del cielo” encendió el ventilador, alentado por periodistas reaccionarios y las inescrupulosas redes sociales.
La reivindicación de los crímenes cometidos por la dictadura militar y la negación de las 30 mil desapariciones de ciudadanos argentinos, de la tortura, el robo de bebés, la condena al Estado como titular de derechos humanos, entre una larga lista de atrocidades, adornan el menú del eufórico presidente electo en el vecino país.
Recuperemos pues algunos párrafos del preámbulo de aquella declaración histórica que, pese a su riqueza garantista, humanista, resulta hoy —a la luz de la vida de pueblos que sufren del colonialismo, guerras de ocupación, bloqueo económico, etc., etc.— una mera declaración… tal cual. No importa, vale la pena recordarle al nuevo presidente argentino y a quienes —en nombre de la libertad, de los negocios privados y el dólar— pretenden hacer de la democracia burguesa una maquinaria para acabar con la vida.
Dice el preámbulo de la Declaración Universal de los Derechos Humanos:
“Considerando que la libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana;
Considerando que el desconocimiento y el menosprecio de los derechos humanos han originado actos de barbarie ultrajantes para la conciencia de la humanidad, y que se ha proclamado, como la aspiración más elevada del hombre, el advenimiento de un mundo en que los seres humanos, liberados del temor y de la miseria, disfruten de la libertad de palabra y de la libertad de creencias;
Considerando esencial que los derechos humanos sean protegidos por un régimen de Derecho, a fin de que el hombre no se vea compelido al supremo recurso de la rebelión contra la tiranía y la opresión;
(…)
Considerando que los pueblos de las Naciones Unidas han reafirmado en la Carta su fe en los derechos fundamentales del hombre, en la dignidad y el valor de la persona humana y en la igualdad de derechos de hombres y mujeres, y se han declarado resueltos a promover el progreso social y a elevar el nivel de vida dentro de un concepto más amplio de la libertad”.
Sin duda, a estas alturas de las paradojas que nos circundan, volver a revisar textos tan elementales para la convivencia entre los seres que vivimos en el mismo planeta, resulta más que una necesidad, una obligación.
*Es periodista.
Ramiro Ramírez S.*