La situación se complica. Más allá de las matemáticas (cuyos números no le son favorables a ninguna de las bancadas en el Congreso), está el tema del matiz irreconciliable de los factores políticos en pugna. Porque la izquierda quiere justicia y la derecha impunidad.
El fraude que no se le pudo hacer a la presidenta Xiomara Castro de Zelaya, por su votación enorme al ser electa, sí se hizo en la configuración del Congreso Nacional. Por eso, esa disparidad en la correlación de fuerzas, no concuerda, ni se sintoniza con el resultado presidencial expresado en las urnas electorales ese mismo día de votación, el 28 de noviembre de 2021. Ahí tienen al producto de un mes de retraso en darse a conocer los resultados electorales para el Parlamento hondureño. Ahí tienen al fruto del boicot constante allí, que hasta en la más elemental y básica decisión se hace presente, como la de aprobar la pinche acta de una sesión anterior. ¡Imagínense eso! El fraude se lo hicieron para no dejarla gobernar.
Pero vayamos a la correlación de fuerzas. El Congreso Nacional de Honduras lo conforman 128 diputados, y es unicameral, como el Parlamento venezolano. El Partido LIBRE (el partido gobernante de izquierda) tiene 51 diputados. El Partido Nacional (la ultraderecha golpista y narco) tiene 44 diputados. El Partido Liberal (digamos que este vendría a ser la socialdemocracia, con bastantes golpistas, por cierto, y con unos que otros cuantos progresistas de centroizquierda, en su seno interno) tiene 22 diputados. El Partido Salvador de Honduras (es decir, el neonazismo hondureño) tiene 9 diputados, entre estos está la diputada Ligia Ramos, toda una insólita curiosidad socialdemócrata en medio de un atajo de fascistas. Y los partidos Social-Cristiano y Anticorrupción con un diputado cada uno. Total 128 diputados.
Las decisiones trascendentales, como deben ser, se toman con la aprobación de dos tercios de la cámara, es decir, con 86 diputados. Ahí les compruebo matemáticamente lo que les digo al inicio: que para obtener esos dos tercios (que ninguna fuerza posee por sí sola) tienen que llegar a acuerdos. Pero, como les dije también al inicio, son fuerzas irreconciliables. Y la designación del nuevo Fiscal General y del nuevo Fiscal General Adjunto debe aprobarse con dos tercios de la cámara, como manda la Constitución.
La ultraderecha golpista (el PN) y el neonazismo hondureño (el PSH) recién formalizan la unión de sus fuerzas, y tienen a una sola bancada de 53 diputados (siempre aclarando el caso de Ligia Ramos, que hasta ahora se ha negado a formar parte de este aquelarre). El gran aliviadero de despresurización en todo este asunto podría ser el Partido Liberal, pero, como toda organización policlasista, que tiene la desgracia de tener múltiples visiones internas, se asemeja más a un barco partido en dos en altamar en plena tormenta, con su modesta votación cual torre de Babel nadando y flotando dispersamente en búsqueda de sus iguales ideológicos.
Y como si no le faltaran más calamidades, que le enturbien aún más el panorama, el partido LIBRE, dentro de sus 51 parlamentarios tiene a un ala de derecha en formación, que yo veo sumamente peligrosa. El joven líder de esa tendencia derechista ¡qué curioso! no consiguió mejor momento que el pleno desarrollo de la marcha de este martes 29 de agosto, convocada por la Presidenta, para leer un comunicado “a nombre de unos diputados” en el que estrechaba lazos de concordia a las demás fuerzas políticas para llegar a un entendimiento en la decisión para designar al nuevo Fiscal General y al nuevo Fiscal General Adjunto. Al ver esto, de inmediato encendí mis alarmas, pues ese tal comunicado debió leerlo el jefe oficial de la bancada de LIBRE y no un diputado cualquiera sin cualidad para ello. A ese joven diputado le gusta poner palos en la rueda en situaciones difíciles, ya lo ha hecho otras veces. Solo basta su desenmascaramiento.
En fin, aquí toma forma, con toda esa adversidad en el Parlamento hondureño, el marco clásico para la desestabilización y el caldo de cultivo perfecto para una aventura. A José Manuel Zelaya Rosales, a mi querido Mel, lo sacaron en ropa interior una madrugada de junio de 2009, de su modesta casa de habitación, en “Tres Caminos”. Por lo visto, este nuevo putsh, que debe —y tiene que— abortar el pueblo de Honduras con su movilización (y los pueblos de América Latina con su solidaridad militante), no será igual a aquel acto bárbaro de fuerza. Será más refinado. Será tipo Dilma Rousseff. Una pandilla de canallas perfumados y elegantemente vestidos, desde un poder que debería servirle al pueblo, le darán ese zarpazo miserable a la institucionalidad hondureña. En el pueblo de Honduras y en el acompañamiento internacional militante está en que esos planes malditos de esa derecha canalla no se cumplan.
Mientras tanto, el juego sigue trancado.