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Miguel Clares

¡Catacooooraaaa!

Se ha puesto de moda entre los bolivianos exclamar “¡Catacooooraaaa!” cada vez que ocurre un percance cotidiano. Desde la caída de un vaso hasta el extravío de unos billetes, la frase ha trascendido lo político y se ha convertido en un reflejo de exclamación popular. Sin embargo, más allá del chiste, conviene preguntarse si es justo utilizarla para resumir la realidad económica de Bolivia sin considerar el contexto en el que se administra el país.

Gobernar la economía en tiempos de estabilidad es sencillo, pero hacerlo en medio de un escenario de adversidad y sabotaje es otra historia. En los últimos años, la economía ha enfrentado desafíos que van desde la crisis global hasta intentos internos de desestabilización. Aun así, Bolivia sigue adelante, sorteando obstáculos que en otros países han significado retrocesos mucho más severos.

Hay que recordar que el país no está en una situación comparable con la de 1985, cuando la hiperinflación devoraba los ingresos de los bolivianos y la crisis económica sumía a la población en la desesperanza. A diferencia de aquel desastre neoliberal, hoy la economía sigue funcionando. Las empresas siguen operando y el aparato productivo no ha colapsado. Los indicadores muestran crecimiento positivo y el empleo se mantiene en niveles históricamente bajos. No es el escenario ideal, pero tampoco es la catástrofe que algunos intentan pintar.

El gran problema radica en los conflictos internos que impiden un desempeño aún mejor. En lugar de buscar soluciones conjuntas, ciertos sectores apuestan por la confrontación y el bloqueo sistemático de cualquier medida que pueda fortalecer la economía. La eliminación de artículos clave del Presupuesto General del Estado es un claro ejemplo de cómo algunos prefieren poner trabas antes que contribuir a la estabilidad.

Sin estos obstáculos, Bolivia estaría en una situación mucho más favorable. Con acceso fluido a financiamiento, incentivos a la producción intactos y una agenda económica sin interferencias políticas, el país podría aprovechar mejor su potencial. Pero cuando las decisiones económicas se convierten en campo de batalla para disputas ajenas a la economía, el desarrollo se ve afectado.

No se puede desconocer que los factores externos también juegan su papel. La crisis global y la inestabilidad de los mercados afectan a todas las economías, no solo a Bolivia. Sin embargo, la capacidad de resistencia de un modelo económico se mide por su capacidad de mantener la estabilidad pese a estos embates.

Entonces, cuando alguien exclame “¡Catacooooraaaa!”, vale la pena recordar que, aunque hay dificultades, el país sigue en pie. Es fácil sumarse a la ola de críticas, pero es más útil preguntarse cómo aportar a la solución. La economía es un esfuerzo colectivo, y su éxito o fracaso dependen de las decisiones que tomemos como país.

La estabilidad económica no es un juego, y Bolivia necesita unidad para avanzar. Es momento de dejar de lado las disputas innecesarias y enfocarse en lo realmente importante: el bienestar de los bolivianos. Que el grito de frustración se transforme en un llamado a la sensatez, porque el futuro de la economía no puede estar sujeto a caprichos ni a intere- ses mezquinos.

Así que la próxima vez que suene un “¡Catacooooraaaa!” en la calle, que no sea solo un reflejo de molestia, sino una invitación a pensar en cómo podemos hacer que la economía avance sin obstáculos autoimpuestos. Porque si algo está claro es que, sin trabas internas, Bolivia estaría mucho mejor.

Por:  Miguel Clares (Economista)


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