La semana que concluyó entrando abril, los bolivianos fuimos testigos de un acto emblemático de colonialismo patriarcal sin parangón en lo que hace a este siglo XXI, por hoy disparatado.
Pareciera que la política boliviana retornó a volteretas al siglo XIX y principios del XX donde los grandes barones de la plata, en su momento, y del estaño, después, decidían quién debía gobernar Bolivia, o mejor, quién debía administrar las arcas públicas (la pobreza) de un país que desconocían y que en el fondo lo despreciaban, como diría Sergio Almaraz.
Los millonarios de aquellas épocas, sumergidos en la lógica de la acumulación del excedente y la lapidación de un territorio a su merced, no solo controlaban los recursos naturales, la economía y la política, eran los gestores de un proceso civilizatorio que legitimaba una casta “predestinada a gobernar” a los indios y al resto de los pobres en un país ultrajado por rapaces invasores; por aquí pasaron españoles, británicos, alemanes, norteamericanos que saquearon de manera inmisericorde la plata, el estaño, la goma, el oro, el gas y cuanta riqueza estuvo a su merced. A la par, los barones criollos se enriquecieron vistiendo, en algunos casos, trajes filantrópicos para contentar a la nación.
Tal el perfil del empresario Marcelo Claure quien, blandiendo sus millones, aparece en la televisión revelando que su labor mesiánica hoy se concentra en fabricar elecciones, candidatos y programas económicos, como lo hiciera la CIA los años 60 para que los bolivianos “elijan” a gobernantes que sean “aptos” para hacerlo; para ello, el magnate cuenta no solo con sus dólares, sus redes sociales y medios de comunicación, tiene a sus pies a los herederos de la visión colonial y servil: ellos, los opositores neoliberales, hacen política y quieren Gobernar Bolivia, como los viejos barones.
Por: Poncho Huayruru/